DISCOS
“Estas nuevas canciones, como ya nos tiene (tan bien) acostumbrados, suenan a gloria bendita y a placer auditivo absoluto”
Françoise Hardy
“Personne d’autre”
PARLOPHONE
Texto: JAVIER DE CASTRO.
El año 2015, Françoise Hardy volvió a nacer. Había logrado superar un cáncer que los oncólogos que la trataban desde hacía diez años llegaron a diagnosticarle como incurable, postrándola en un hospital parisino para enfermos terminales. Un montón de meses de quimioterapia que debió interrumpirse pues había reducido a menos de cuarenta quilos esa ya, de por sí, ligera y escueta figura, cuya belleza llegó a cautivar y a causar auténticos estragos entre sus millones de fans y admiradores de todo el mundo durante toda la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de este, pues su imagen icónica ha permanecido indeleble hasta nuestros días.
En tales circunstancias, “L’amour fou” (2012), fue lanzado cuando su vida parecía finiquitarse de forma irremediable y como presumible testamento artístico, tras cincuenta años justos de carrera y casi una treintena de discos de larga duración originales, la inmensa mayoría, absolutamente maravillosos, amén de centenares de recopilaciones con sus hits editadas a lo largo y ancho de los cinco continentes.
Todos aquellos que devoramos con fruición y sorpresa aquel fantástico “La desesperación de los simios… y otras bagatelas” (Expediciones Polares, 2016), reveladora autobiografía de la autora e intérprete de ‘Tous les garçons et les filles’, ‘Comment te dire adieu’, ‘Soleil’, ‘Clair obscur’, ‘Rendez-vous dans une autre vie’, etcétera, supimos en sus páginas de lo singular e ignota que ha llegado a ser su vida personal y artística con vaivenes y giros de todas clases. Pese a que su protagonista ha sido un personaje público de gran calado popular y presencia en medios informativos de toda índole, siempre ha tratado de preservar con celo su intimidad y privacidad personales, permaneciendo estas durante años y años desconocidas para el común de los mortales. Lo más llamativo de todo ha sido, sin embargo, saberse cómo fue en realidad su relación matrimonial con Jacques Dutronc —cuyas singulares circunstancias son dignas del consultorio radiofónico de Elena Francis— pues si el guapo músico y compositor ha representado algo claro en la vida de la Hardy, ello ha sido ese continuo quebradero de cabeza sentimental vivido, rozando entre ambos el masoquismo y la paranoia afectivos.
La artista afirma que, además de los cuidados y el cariño impagables de los médicos que la cuidaban y mimaron, el milagro que ha obrado la recuperación de su salud lo ha propiciado la presencia cálida y próxima en todo momento, de las dos personas más importantes de su vida. Es decir, Jacques Dutronc, su marido y único amor verdadero, y Thomas, el hijo que surgió de dicha unión y que se ha forjado —como sus notables progenitores— un nombre de prestigio en el negocio musical; en su caso, gracias sobre todo a sus habilidades guitarrísticas, pues es un notable intérprete del estilo manouche.
El caso es que, por fortuna, a aquel “Amor loco in rigor mortis” acaba de sucederle, seis años después, un saludable nuevo álbum cuyo título inequívoco concede a esas dos personas insustituibles de su trayectoria vital, la razón principal y amor de su existencia. Como siempre ha ocurrido a lo largo de su prolífica y (casi) impecable carrera creativa, Françoise ha ido contracorriente de modas y postureos, anteponiendo a todo y a todos solo esa continua y flagrante búsqueda de calidad y buen gusto musicales que la han caracterizado. Aunando como siempre tradición y modernidad, poética y musicalidad, este “Personne d’autre” no observa, en absoluto, concesión ninguna a la galería y gracias a que su voz no ha perdido ni un ápice de su color y registro virginalmente primigenios, estas nuevas canciones, como ya nos tiene (tan bien) acostumbrados, suenan a gloria bendita y a placer auditivo absoluto.
Inspirada por ‘Sleep’, una canción del grupo finlandés Poets of The Fall, que Françoise halló casualmente en Youtube y que le pareció sublime, decidió volver a la carga, si lograba reunir melodías de tamaña calidad a las que añadir letras propias. Dicho y hecho. Rodeada en las tareas compositivas de firmas buenísimas, algunas ya familiares (Pascale Daniel, Michel Berger, Massiat, Yael Naim, Thierry Stremler, o Erick Benzi, que también ejerce de productor), Hardy nos ha regalado una colección de interpretaciones que están entre lo mejorcito de toda su larguísima andadura —que ya es decir—. Preciosidades como ‘Le large’, ‘À cache-cache’, ‘Dors mon ange’, ‘Seras-tu l’à?’, ‘Brumes’, ‘Train spéciale’, ‘Trois petits tours’, ‘Un mal qui fait du bien’ y el resto que completan este nuevo repertorio constituyen una auténtica radiografía actual de cómo piensa y cómo siente esta grandísima dama de la canción francesa de setenta y cuatro añazos, que se alza y permanece, amén de atemporal, intergeneracional, transversal en lo estilístico y sin fronteras formales que la encorseten, inconmensurablemente elegante y bella.
A final de año, seguro, tendremos la oportunidad de comprobarlo, aunque ya me atrevo a vaticinar que este último disco tan hermoso de Françoise Hardy, que nos ha llenado el corazón y los sentidos de tanta plenitud y alegría, acabará convirtiéndose en uno de los mejores lanzamientos de todo 2018, y si no, al tiempo…
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Anterior crítica de discos: “Tranquility Base Hotel & Casino”, de Arctic Monkeys.