COMBUSTIONES
“A nadie le interesan esos aparentes secundarios que, como en el caso de Alain Milhaud, merecerían una biografía monumental y hasta un ruidoso biopic”
Julio Valdeón reflexiona sobre la escasa repercusión que ha tenido en los medios la muerte del célebre productor Alain Milhaud, un histórico de la música española que trabajó con Los Bravos, Los Canarios, Maria del Mar Bonet o Hilario Camacho.
Una sección de JULIO VALDEÓN. Foto perteneciente a una sesión realizada por WILMA LORENZO para “Cuadernos EFE EME”.
Resulta difícil no asombrarse ante el miserable tratamiento que hemos dedicado en España a la muerte de Alain Milhaud. Nada. Un cualquiera. Un peatón. Apenas uno de los dos o tres productores más importantes de la historia del pop español. El hombre detrás de Los Bravos, Canarios, Hilario Camacho, etc. ¡’Black is black’, por favor! Un adelantado a su tiempo. Investigó las posibilidades del estudio de grabación con una intensidad que hoy se antoja casi quijotesca. Por supuesto que Diego A. Manrique y Luis Lapuente lo han recordado con su característica elegancia, con su incandescente sabiduría. Ni que decir tiene que la mejor entrevista jamás realizada a Milhaud, la más detallada, la más concienzuda, la más brillante e intensa, se la hizo el gran César Campoy en un número de “Cuadernos de Efe Eme”, el 4, junio de 2015, que desde ya se antoja histórico.
En realidad nada parece demasiado. Desde luego no si husmeas en los grandes periódicos y/o acudes a las televisiones y las radios. Esos desiertos. Tampoco las otras revistas especializadas, tan volcadas en casi cualquier cosa menos la memoria del pop español, le han dedicado grandes especiales, monumentales archivos, sesudas necrológicas. Su olvido duele incluso más si vives en EE.UU. Aunque el grueso de la población carezca de un mínimo de interés por la cultura, al menos aquí subsiste un tejido robusto, unos medios todavía sólidos, una red profesional que incluye la investigación y escritura sobre el rock y aledaños desde la Universidad , así como la existencia de una envidiable industria editorial centrada en la música. Basta con pasear por cualquier librería para comprenderlo. Aunque en España, mal que bien, vivimos un momento espléndido en ese sentido, no deja de ser un fenómeno pequeñito; las ventas apenas una gota de aceite en la oceánica producción de las grandes editoriales.
No sé por qué me cabreo. España mantiene una relación esquizofrénica con su historia. Jaleamos lo muy local, lo especial y doméstico, lo pequeñito, pero si hablamos de las personas o fenómenos de calado nacional e internacional, acabamos declamando ante el espejo nuestro manual de tópicos automáticos y esas inevitables deficiencias que siempre encontramos. Aparte, el pop español, el rock y sus figuras, son tabú. A nadie le interesa, un suponer, la historia de las disqueras nacionales. O la peripecia de sus grandes grupos. O esos aparentes secundarios que, como en el caso de Alain Milhaud, merecerían una biografía monumental y hasta un ruidoso biopic. Por no hablar del Princesa de Asturias. A veces hasta yo creo que no tenemos remedio.
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Anterior entrega de Combustiones: Un brindis (con whisky y euforia) por EFE EME.