“Es la zona de penumbra, donde las cosas no están definidas, un área folclórica al confín entre la realidad y la verdad con la leyenda y la superstición, entre la luz de la cultura contemporánea artificial y la luz del mito de la cultura popular”
Su nuevo disco, “Canzoni della cupa”, trae de gira por nuestro país a Vinicio Capossella. Miguel Tébar aprovecha para charlar con él horas antes de que actúe en Alicante, Zaragoza, Madrid y Ferrol.
Texto: MIGUEL TÉBAR A.
Localizo in extremis al peculiar italiano protagonista de esta entrevista, recién aterrizado en nuestro país. “El viaje es como una dinamo, unas veces te carga y otras te descarga. Ahora me pillas relajado”, confiesa. Charlar con un personaje de la talla de Vinicio Capossela (Hannover, 1965) es siempre un gustazo, más allá de la sintonía musical y de que otras logias devoren los minutos que es capaz de detener una grabadora. Se trata del regalo de la palabra en primera persona.
Era otoño de 2015, en plena celebración de su Qu’Art de siècle —la abracadabrante aventura de un viajero fabuloso con veinticinco años de arte—, cuando su representante me confesó que ya tenía por fin listo el próximo proyecto. Habría pasado un lustro desde su último disco con canciones inéditas —el conceptual “Marinai, profeti e balene” (La Cùpa/Warner Italia, 2011)— y uno menos desde el certero empeño de recreación en clave griega que tuvo que aguardar otros tantos años en ver la luz —“Rebetiko Gymnastas” (La Cùpa, 2012)—.
Capossela está de vuelta con su último y noveno álbum de estudio titulado “Canzoni della cupa” (La Cùpa, 2016), una obra original en la que el artista explora aquel territorio yacimiento de culturas, historias, proverbios y canciones que inspiraron su cuarto libro: “Il paese dei coppoloni” (Feltrinelli, 2015), escrito en diecisiete años. Según cuenta, “se trata de la tierra de quienes ocultan su mirada bajo una gran gorra de trabajo. Gente real transfigurada por el imaginario popular, con una cultura milenaria destruida por el consumismo. Un mundo rural que la historia ha semienterrado, pero del que aún se puede oír el eco y su sonido si arrimamos bien la oreja y nos disponemos a soñar”.
Aunque por el vocablo italiano “cupa” se pudiera entender que son canciones sobre lo triste, para Vinicio “es la zona de penumbra, donde las cosas no están definidas, un área folclórica al confín entre la realidad y la verdad con la leyenda y la superstición, entre la luz de la cultura contemporánea artificial y la luz del mito de la cultura popular. Aunque si bien es cierto que el sentido del blues rural proveniente de la fatiga podría ser la tristeza”.
No en vano, el símbolo del sello discográfico con el cual viene publicando su obra musical es un pájaro nocturno tipo cuervo. Algo muy propio para un rara avis que vuela libre y parece estar colmado: “Si la gratitud se nutre de esperar, estas ‘Canciones de la cupa’ son la obra por la que he logrado ser más correspondido, ya que desde el 2003 hasta que las he presentado al público se han multiplicado. Después de todo, son un poco la obra de la vida misma, por lo que poseen vitalidad”.
Ha tenido que llegar la primavera de 2018 (en España), para hacernos conscientes de aquel material resultante tras los trece años de gestación con ilustres invitados entre Texas, Arizona, California y Terre dell’Osso, “Para que el polvo generase la sombra”. Veintinueve canciones divididas entre il Polvere (16) y l’Ombra (12 + 1, la versión oculta ’la Golondrina’), autoeditadas en doble cedé (distribuido por La Cupula Music) y en cuádruple elepé (disponible tras los conciertos). Un concepto inspirado, al parecer, por la Oda de Horacio “Pulvis et umbra sumus” —“Quedamos convertidos en polvo y sombra”—. Parece evidente la facilidad que tiene el barbudo, siempre bajo un sombrero, para romper las líneas temporales: “¡Qué va! Yo soy un clandestino en el barco de la industria de la música. Esto se trata de un trabajo completamente amotinado a la ley del tiempo”.
Pero, ¿cuáles han sido las fronteras geográficas entre las que se ha movido este incansable viajero? “Las Terre dell’Osso son los pueblos ubicados al interior de la península apenínica. Mientras que en la costa se halla la pulpa, en las duras zonas aisladas condenadas a despoblación se encuentra el hueso. Concretamente en la espina dorsal de Italia se halla la montañosa Irpinia o tierra de lobos”. Esclarece apuntar que el amor mutuo entre Vinicio Capossela y la población local de Calitri (municipio en la provincia de Avellino al interior de la Campania, lugar donde nacieron sus progenitores) le hizo ser meritorio de la Ciudadanía Honorífica, pese a haber nacido en Alemania y crecer artísticamente en los circuitos underground de la Emilia-Romaña. Tiempos en los que ni soñaba con alcanzar discos de platino, girar a nivel mundial, ni mucho menos habituarse a los reconocimientos del prestigioso Club Tengo —llegando a lograr el Premio Tenco por toda una carrera en el pasado 2017—.
En muchas de las “Canzoni della cupa” se subraya la dualidad del alma que habita en el hombre, tan cercana a su parte más animal. “Lo tradicional está dotado de sentido común propio, de una inteligencia innata por la supervivencia y de respeto por la tierra. En la cultura popular tienen claro el sentido de los límites y una buena lección que da es la de no derrochar, solamente por ello deberíamos de ser nosotros quienes nos adaptásemos a la naturaleza y no al revés”.
Y de esa relación de aprendizaje aparece en la conversación el nombre del maestro Matteo Salvatore (Apricena, 1925 – Foggia, 2005): “Él fue una figura analfabeta, una expresión genuina y verdadera de la cultura pueblerina, que escribió las canciones más conmovedoras e impresionantes sobre la explotación laboral, pobreza y desigualdad social, con un profundo sentido político. Alguien como Atahualpa Yupanqui para Sudamérica”.
En su breve gira peninsular, tras pasar por Castellón y Barcelona, se prepara para hacer lo propio en Alicante (12 de abril, Aula de Cultura de la CAM), Zaragoza (13 de abril, Delicias-Bombo y Platillo), Madrid (17, Teatro Lara) y Ferrol (21, Teatro Jofre, Son Aloumiños). Va en formato folk, a trío, acompañado por dos virtuosos multiinstrumentistas como son Alessandro ‘Asso’ Stefana (Brescia, 1981) “que viene de estar tocando con PJ Harvey” y el español Víctor Herrero (Toledo, 1981), habitual colaborador de Josephine Foster: “Lo grande del folk es que funciona con uno o diez instrumentos, por algo es una música primigenia, de raíz. Aunque serán conciertos principalmente de cuerda, yo también tocaré un poco el piano”. Incluso desvela que habrá alguna novedad, consecuencia del inabarcable argumento que durante los sucesivos días interpretará: “Sigo trabajando la relación entre el hombre y los animales”.
Dos horas de puro folk meridional con el sello inconfundible del italiano que desde que se preguntara ‘Che coss’è l’amor?’ ya apuntó querencia latinoamericana: “Tengo conexión con el bohemio del tango Daniel Melingo, de hecho ya hemos grabado algo conjuntamente y aún me continúa interesando mucho la música norteña, el sonido del acordeón… De España me ha llamado la atención un hombre orquesta enmascarado conocido como Vurro, ¡es muy fuerte!” —otro argentino, quien al parecer vive en el campo por Burgos—. ¿Y de mi país? Prácticamente todos los que interesan ya están muertos”.
Antropología y musicología de la mano, un placer para el espíritu y los sentidos.