LIBROS
“Todos colaborábamos con todos, todos teníamos el nuestro y escribíamos donde podíamos, las cartas manuscritas volaban con derecho a ser contestadas”
Varios autores
“Tremolina. Fanzines completos”
LIBROS WALDEN
Texto: CÉSAR PRIETO.
La segunda mitad de los noventa y los primeros años del milenio fueron la edad de plata de los fanzines en nuestro país. Los programas informáticos ya permitían incluir fotos, tipografía y maquetar a gusto, pero internet no daba para muchas alegrías en la difusión digital. Así que con lo que tuvimos aparecieron cosas bastante decentes, también en los contenidos, casi al nivel de los de los primeros ochenta. Si acaso en muchos de ellos se percibía una notable falta de estilo o de mínimas habilidades para redactar. De ello se libraba el fanzine “Tremolina”, hecho desde Irún por Jesús Miguel —aún recuerdo nombres y dos apellidos de muchos de ellos—, familiarmente Michus.
Y he empleado una primera persona —tuvimos— porque sin esperarlo, una de esas sorpresas que te alegran el día, leyendo este volumen que reúne los quince números de la publicación, de golpe, como en un regreso al futuro menor, he visto mi nombre en sus páginas. Sí, yo colaboré en “Tremolina” con dos artículos, uno sobre Puskarra y otro sobre Melodrama. Lo había olvidado completamente. Y es que fue una época en que todos colaborábamos con todos, todos teníamos el nuestro y escribíamos donde podíamos, las cartas manuscritas volaban con derecho a ser contestadas, hubo fiestas, visitas a otras ciudades y grandes amistades que en el caso de este cronista perduran sólidamente. Porque a diferencia de los primeros 80 fue un movimiento no centrado en Madrid. Uno se encontraba en el buzón cartas que venían desde el edificio de al lado, desde Vigo, desde Murcia o desde Canarias. Podían llegar incluso desde el actual responsable de Discos Walden —que edita el libro— con el aclamado Bang!
Todos eran especiales, pero el “Tremolina” aún más, desde su formato A5, mínimo y apaisado. Se movía entre el cine y la música a partes iguales. No en vano, en sus cartas Michus nos contaba que trabajaba en un videoclub. Y sentía una devoción exquisita por la comedia y por el cine adolescente. Dedica, por ello un número a John Hughes y alienta la recuperación de Preston Sturges, Joe Dante o Billy Wilder. Incluso acude como cronista al Festival de Cine de Gijón, amén de contarnos algunas de sus visitas a otros fanzineros de Zaragoza o Barcelona.
Porque en música, Michus —aun reseñando lo que se cocía en el pop hecho en Euskadi—, se alió mucho con Barcelona y número sí, número también aparecía lo que él entendía que era el mejor grupo del mundo: Los TCR. Ochentero en parte, cubría los ochenta olvidados. Dolly Mixture, Altered Images, Darling Buds emergieron de sus páginas, aunque no le hacían ascos a hacer una lista con los grandes éxitos del AOR o defender la carrera en solitario de Mikel Erentxun. Una amplitud de criterios definida y sana. Y sobre todo, fue el primer sitio en que se habló de los hoy exitosos La Casa Azul.
Ya metidos en harina, dedicaron sendos especiales a la ciudad de Glasgow y a Olympia, con sus casetes correspondientes de versiones. Poco más era lo que salía de aquí. Algún elogio del situacionismo, cómics de Serge Clerc y la línea clara o libros de Marcos Ordóñez. El mundo cultural en el que nos movíamos.
Tuvo su final. Internet mató a la estrella del fanzine. De hecho, se observa claramente cuando las páginas abandonan la máquina de escribir y va entrando una impresora. Muchos se pasaron a los recién nacidos blogs donde —oh, maravilla— se podía incluir música. Y además era gratis. Así que nadie iba a perder el dinero ni el tiempo de ir a la tienda de fotocopias para vender cien fanzines por correo. Algo dejamos en el camino, seguramente. Y quizás fuera bueno que se editase una recopilación de fanzines de aquellos años, los que el “Tremolina” nombra —verán un buen surtido— y algunos más. Imprescindible que fuera acompañada de un cedé con una selección de grupos que nunca pasaron de la maqueta. Más que nada para que quedara constancia de que fue una época subterránea, pero fértil, animosa y con bonitas canciones.
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Anterior crítica de libros: “Ordesa”, de Manuel Vilas.