The Kinks: diez joyas que descubrir

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Tras escribir la amplia y profunda obra “The Kinks. Música, cultura y sociedad”, editada por Milenio, Javier de Diego Romero recopila diez grandes piezas de la discografía de los británicos, diamantes cuyo brillo merece la pena descubrir.

 

Selección y texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.

 

‘You really got me’, ‘Lola’, ‘Waterloo sunset’, ‘Sunny afternoon’… Los éxitos de The Kinks forman parte del imaginario colectivo, pero hay una plétora de perlas esperando a ser descubiertas por quienes deseen ahondar en su discografía. Perlas, además, bien diversas. Pocos músicos pueden preciarse de tocar —y diestramente— palos tan diferentes: music hall, rhythm and blues, folk, jazz, música hindú, música disco, y muchos otros. A ello hay que añadir, por supuesto, la maestría literaria de Ray Davies. Consumado cronista de la sociedad británica de su tiempo, el líder de The Kinks reflexiona igualmente, siempre con perspicacia y finura, sobre la autonomía y la diferencia individual, el paso del tiempo y la nostalgia o la fama y la identidad. Este artículo propone una cata de, en suma, uno de los catálogos más brillantes y eclécticos de la música popular de nuestro tiempo. Un examen más detenido de la obra del grupo londinense, y a la luz de su contexto musical, histórico y literario, lo ofrece nuestro libro “The Kinks: música, cultura y sociedad”, editado recientemente por Milenio.

 

1. ‘Something better beginning’ (“Kinda Kinks”, Pye, 1965).
Qué mejor forma de empezar que con ‘Something better beginning’, una cumbre temprana del cancionero de The Kinks. Ray Davies y su productor, Shel Talmy, eran fervientes admiradores de Phil Spector y de sus girl groups, The Ronettes y The Crystals. Talmy ya quiso introducir embellecimientos y ecos de factura spectoriana en ‘You really got me’, pero Davies no lo consideraba el tema más adecuado para esa clase de florituras y lo impidió. Es en la elegante y tenue ‘Something better beginning’ donde se reconoce la huella sonora de Spector. Envuelto en un umbrío acompañamiento vocal, Ray, que acababa de contraer matrimonio con la fan de origen lituano Rasa Didzpetris, reflexiona con inquietud sobre los comienzos de una relación sentimental: “Nunca pensé que amaría así hasta que te conocí, / encontré algo que pensaba que nunca tendría. / Solo me siento bien cuando estoy contigo, / me pregunto cuánto durará”.

2. ‘Too much on my mind’ (“Face to face”, Pye, 1966).
“Face to face” sacó a la palestra al Ray Davies observador y satirista social, pero también incluye varios cortes meditativos, más personales. Destaca especialmente ‘Too much on my mind’, un perturbador esbozo de una psique atribulada, consumida por la ansiedad y las obsesiones. De este modo, Ray moldeaba musicalmente la crisis nerviosa que padeció en marzo y abril de 1966, que por poco le condujo a abandonar los escenarios. El Kink mira a su interior descarnadamente (“mis pensamientos simplemente me abruman, / y me dejan hundido en el suelo, / y me agitan la cabeza hasta que no me queda vida dentro. / Está destrozando mi cerebro, / nunca volveré a ser el mismo, / mi pobre mente enloquecida se diluye poco a poco”) mientras el gran Nicky Hopkins hiere las teclas del refinado clave: una mente en descomposición envuelta en terciopelo.

3. ‘Harry rag’ (“Something else by The Kinks”, Pye, 1967).
Auténtica obra maestra del pop británico y, para servidor, el álbum más brillante de The Kinks, “Something else” descubre al compositor miniaturista, al dibujante esmerado y detallista de delicados universos de lo minúsculo protagonizados por la gente corriente. ‘Afternoon tea’ y ‘Harry rag’, por ejemplo, son celebraciones de pequeños placeres: el té compartido y los cigarrillos. La segunda es sencillamente soberbia, una suerte de pieza de music hall con la que, como señaló la revista “Fusion”, podría bailar un grupo de campesinos ucranianos borrachos, y por la que desfila una galería de personajes —trazados por Ray con su acostumbrada destreza— que disfrutan del placer reconstituyente de un buen pitillo. Es, además, pegadiza hasta decir basta; intenten no tararearla obsesivamente: no podrán.

4. ‘Lavender Hill’ (outtake, 1967).
Ray Davies es uno de los compositores pop que más ha escrito sobre el paso del tiempo y, con toda certeza, el que lo ha hecho con mayor profundidad y sutileza. En ‘Lavender Hill’, por ejemplo, describe un mundo de fantasía pretérito con imágenes deliciosamente almibaradas: leche, azúcar, narcisos meciéndose con la brisa, pájaros posados en los árboles, pulcras señoras lustrando sus zapatos. El cantante anhela recuperar este paraíso originario, pero no se lleva a engaño: sabe bien que las puertas perladas de la infancia y la juventud no pueden volver a abrirse. En la lírica de Davies, en fin, el lamento por un pasado irrecuperable convive con el elogio de los recuerdos, entendidos no como un terreno inmovilizador y estéril, sino como un resorte cálido y didáctico para el presente. En materia musical, ‘Lavender Hill’ es una canción pop con aromas psicodélicos, bañada en melotrón y ornada por coros ensoñadores, toda una delicatesen que, sin embargo, no encontró hueco en ningún disco del grupo; tan solo vería la luz, ya en los años setenta, en el recopilatorio de rarezas “The great lost Kinks album”.

5. ‘Johnny Thunder’ (“The Kinks are The village green preservation society”, Pye, 1968).
El conflicto entre individuo y sociedad es uno de los temas recurrentes en las canciones de Ray Davies, el gran outsider del pop británico. Su lírica es un combate sin tregua, hondo y airado, contra el hozar de la manada. Ray dibuja al individualista definitivo en ‘Johnny Thunder’, una favorita de Pete Townshend inspirada en “Salvaje”, la película de László Benedek protagonizada por Marlon Brando y Lee Marvin. Johnny invierte con arrogancia los valores que la sociedad asume como naturales: lejos de huir de la soledad, la festeja; lejos de idolatrar el dinero, lo desdeña. Su contienda con el entorno social es abierta, y se salda a su favor: “Aunque todos hicieron lo que pudieron, / el viejo Johnny juró que él nunca, jamás acabaría como el resto”. Una figura materna, la “dulce Helena”, convencida de que la excepción es lo que atrae al diablo, reza para que el rebelde se integre en la normalidad, en vano. La música, en fin, es sensacional, convenientemente vibrante y gozosa y con una de esas partes vocales sin palabras que Ray compone como nadie: en este caso, “ba ba-ba ba ba-ba ba”.

6. ‘Australia’ (“Arthur or The decline and fall of the British Empire”, Pye, 1969).
En 1968 y 1969 se abrió una línea de falla fundamental en el mundo de la música popular: la que separó al pop del rock. Ensalzado por sus partidarios como el estilo realmente serio y auténtico, el rock ganó la batalla y se situó en el primer plano. El elepé de The Kinks “Arthur” navega —estupendamente— entre ambas aguas. Prueba elocuente de ello es el corte que cierra la cara A, ‘Australia’. Se trata de una de las canciones pop más sobresalientes del catálogo del grupo, con un soberbio arreglo vocal muy Beach Boys, pero cerca del tercer minuto —justo cuando acaban los mejores temas pop— comienza una jam “progresiva” hija de su tiempo, conducida por la guitarra de Dave Davies, oscura y sinuosa, que se desplegará durante cuatro minutos. En cuanto a la letra, remite a uno de los demonios internos de Ray, la emigración a Australia, en 1964, de su querida hermana Rosie, su cuñado Arthur y su primo Terry; y, al mismo tiempo, en el marco de la —nada menos— historia social del Reino Unido en el siglo XX que delinea en “Arthur”, a la Inglaterra de la segunda posguerra, burocrática, clasista y sin horizontes.

7. ‘Oklahoma U.S.A.’ (“Muswell hillbillies”, RCA, 1971).
‘Oklahoma U.S.A.’ es una canción de una belleza inmarcesible. De las que son fuente de consuelo, de esperanza, de sentido; de las que nos arropan, nos alientan, nos salvan. Trabajamos toda la vida, pero el trabajo no es sino hastío, así que ¿para qué vivimos?, se pregunta el cantante, mientras John Gosling susurra un arpegio de piano vaporoso y evocador. La protagonista del tema habita en un tedio opresivo y decadente, aparentemente sin resquicios, hasta que, pasado medio minuto, un acordeón se despliega con fulgor sereno y descubre los sueños de celuloide que la redimen. Se imagina con los actores Gordon MacRae y Shirley Jones en la película “Oklahoma!”, o como Rita Hayworth y Doris Day, se abisma fantaseando que Errol Flynn la rescata y la lleva muy lejos de allí: a Oklahoma, Estados Unidos. En definitiva, ‘Oklahoma U.S.A.’ versa, como tantas otras canciones de The Kinks, sobre el poder de la imaginación y los sueños. El tema está inspirado en dos de las hermanas de Ray, Rosie y Rene; esta última murió el día del decimotercer cumpleaños del Kink, poco después de regalarle una guitarra española. Encoge el corazón.

8. ‘Here comes Flash’ (“Preservation Act 1”, RCA, 1973).
Los dos discos que conforman el musical “Preservation” no lograron ni el favor de la crítica ni el del público cuando se editaron, en 1973 y 1974, y tampoco hoy se los suele considerar parte de la fase imperial de The Kinks. No obstante, un buen número de seguidores del grupo británico —entre ellos, quien firma estas líneas— los tiene en alta estima. Musicalmente, son exponentes idóneos de la voracidad estilística de Ray Davies: en sus surcos cohabitan, y bien avenidos, pop, rock, folk, blues, music hall, trad jazz, glam, cabaré berlinés, soul, funk… y no agotamos la lista; literariamente, son una magnífica alegoría del Reino Unido de los primeros setenta, anegado por la crisis económica y la violencia política y, para muchos británicos de entonces, al filo mismo de sucumbir a una dictadura de un signo u otro; constituyen, por último, el proyecto más ambicioso de Davies, y más aún, de cualquier artista de rock hasta entonces. Escuchen por ejemplo la absurdamente brillante ‘Here comes Flash’: una palpitante amalgama de rock y opereta adornada con un motivo de guitarra de sabor árabe que se asocia durante todo el musical a Flash, un capitalista enloquecido, flamboyante y taimado, el villano simpático de “Preservation”.

9. ‘On the outside’ (outtake, 1976).
De la mano del sin par Clive Davis, The Kinks consiguieron con el sello Arista, a finales de los setenta y principios de los ochenta, el éxito comercial en Estados Unidos que se les negó en los sesenta, cuando, después de una gira tempestuosa, se les prohibió regresar al territorio norteamericano. Pero tuvieron que pagar un precio: los de Muswell Hill se malearían hacia el rock americano, con frecuencia hacia el rock duro americano, renunciando en parte a sus señas de identidad: la excentricidad, la ambición, la vanguardia. No obstante, incluso en las horas —artísticamente— bajas de su carrera, Ray Davies no dejaría de facturar temas memorables, como ‘A rock ‘n’ roll fantasy’, ‘Art lover’ o ‘Come dancing’. Sorprendentemente, algunas de las mejores composiciones del periodo fueron descartadas y quedarían archivadas hasta fechas muy posteriores. Es el caso de ‘Hidden quality’, ciertamente la calidad oculta del olvidable “Low budget” (1979), y de este outtake del discreto “Sleepwalker” (1977), la grácil ‘On the outside’, con una exquisita textura melódica y armónica y excelentes interpretaciones de todos los Kinks, en particular de Dave Davies y John Gosling. Con su mensaje de aliento y autoaceptación a un homosexual, ‘On the outside’ es, por otro lado, la hermana pequeña y dulce de ‘Lola’.

10. ‘Young conservatives’ (“State of confusion”, Arista, 1983).
Durante la década de los ochenta, Ray Davies escribió numerosos textos críticos con el thatcherismo, centrándose en el materialismo, la pobreza y la mercantilización del arte. Su primera aproximación fue ‘Young conservatives’, del notable largo “State of confusion”. En concreto, la canción hace referencia al giro conservador que experimentaba la cultura juvenil a la altura de 1983, separándose del compromiso izquierdista que caracterizó los años anteriores, un proceso que no haría sino acelerarse con Live Aid, el festival benéfico pergeñado por Bob Geldof que se celebraría en julio de 1985: “El establishment está ganando […]. / Los rebeldes se están haciendo conformistas […]. / Toda la urgencia y la energía / se han convertido en autocomplacencia, / ahora los colegios y las universidades están produciendo una / nueva generación de jóvenes conservadores”. Respecto a la música, ‘Young conservatives’, como otros cortes del álbum, marida seductoramente el alto octanaje del hard rock con una melodía precisa y fluida, francamente redonda.

Bonus track: ‘A place in your heart’ (“Americana”, Legacy, 2017).
Desde la disolución de The Kinks en 1996, Ray Davies ha publicado —excluyendo relecturas del catálogo de la banda— tres álbumes en solitario: “Other people’s lives” (2006), “Working man’s café” (2007) y, el año pasado, “Americana”. Aunque no sea una canción de The Kinks, uno no puede evitar incluir aquí, de “Americana”, ‘A place in your heart’: es una verdadera gema. En realidad, Davies la escribió en 1988 para su musical “80 days”, basado en la famosa novela de Julio Verne “La vuelta al mundo en ochenta días”. El número lo cantaba una princesa perdidamente enamorada mientras un grupo de hillbillies llevaban a Julio Verne y Phileas Fogg a lo largo del Wild West americano, ensalzando las bondades del paisaje. Secundado por The Jayhawks, tal vez los representantes de mayor éxito de la americana, Ray lo rescató para su último disco. Un espléndido tema country, con varias secciones hilvanadas a la perfección, satinado por deliciosas cuerdas y con una interacción vocal admirable. Cuando, transcurridos algo más de tres minutos y medio, la voz profunda y frágil del septuagenario Davies aflora desnuda para reiterar lánguidamente un hermoso pasaje melódico cantado antes por Karen Grotberg (la teclista de The Jayhawks), ‘A place in your heart’ conmueve y estremece. Son unos segundos primorosos, de una delicadeza sublime. Por canciones como esta, en fin, Ray Davies ocupa un lugar en mi corazón. Un lugar precioso.

 

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