Dolores O’Riordan en la Isla de Wight

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“Sintetizaba la inteligencia musical de R.E.M., la finura de Joni Mitchell, la elegancia de una Sade con guitarras eléctricas”

 

Óscar García Blesa recuerda cómo descubrió el debut de The Cranberries, “Everybody else is doing it, so why can’t we?”, y lo que supuso la figura de Dolores O’Riordan en la escena musical de los 90.

 

Texto: ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

En verano de 1994 compré el primer disco de The Cranberries en una pequeña tienda de la Isla de Wight. “Everybody else is doing it, so why can’t we?” puso la banda sonora a mis paseos en bicicleta en aquella pequeña isla habitada en su mayoría por jubilados de piel sonrosada. Las canciones de The Cranberries pertenecen a un momento de mi vida donde ocurrieron cosas bonitas. Nací en 1971, igual que Dolores O’Riordan, y hoy me acuerdo de todo y la echo de menos.

“Everybody else is doing it, so why can’t we?” es uno de los discos que más escuché hace casi 25 años, una obra delicada y de corte relajado, uno de los trabajos más finos de la década de los noventa. The Cranberries lograron un inesperado éxito, pasando a la velocidad del rayo de indies molones a estrellas vendidas en cuanto ‘Linger’ alcanzó el número uno. Apacibles y sosegados (a excepción de ‘Zombie’, paradójicamente la canción por la que serán recordados), los irlandeses volcaron todas sus energías en potenciar su aspecto dulce y emocionante donde destacaba la extraordinaria voz de Dolores.

 

 

The Cranberries aparecieron en un momento en el que el sonido Madchester tomaba fuerza en Inglaterra y en USA el Grunge hacía estragos. Emparentados con grupos como The Sundays y, quizás, con alguna reminiscencia a la actitud soft punk de Sinead O’Connor, el cuarteto de Limerick lo apostó todo en la inconfundible voz de Dolores O’Riordan y en la capacidad melódica de las guitarras de Noel Hogan.

La magia de sus canciones se escondía en un sencillo secreto: estaban escritas de manera despreocupada por una aspirante a estrella del rock (convertirse en estrella fue un accidente), canciones honestas y cercanas, un soberbio ejercicio de rock adulto, amable, calmado y con un regusto permanente de música nostálgica capaz de triunfar en un momento dominado por la inmediatez juvenil de Kurt Cobain. Con su aparición, los chicos encontraron un grupo abiertamente sensible liderado por una tía tímida y bastante sexy, y se parapetaron bajo el siempre seguro concepto de “grupo para chicas” para así poder disfrutar de sus canciones melosas sin responsabilidades.

Las canciones de The Cranberries (‘Zombie’, ‘Dreams’, ‘Linger’) ofrecieron la luz de esperanza que necesitábamos todos los involuntarios súbditos sometidos a la tiranía grunge. ‘Dreams’ representaba el lado más optimista de los irlandeses, un single lleno de esperanza y vida, una canción pop espléndida que hoy sigue sonando fresca, espontánea y sincera.

 

 

La vocalista sintetizaba la inteligencia musical de R.E.M., la finura de Joni Mitchell, la elegancia de una Sade con guitarras eléctricas, la esencia verdadera del rock alternativo norteamericano representado por el “New miserable experience” de Gin Blossoms y 10.000 Maniacs, el espejo estilístico mejorado de The Sundays y el punto comercial de los Smiths. Y todo cantado por una chica irlandesa que se inventaba el sonido de las vocales con esa media melena morena que imitó medio mundo.

O’ Riordan representaba la figura de estrella legítimamente alternativa sin necesidad de utilizar guitarras distorsionadas ni lucir camisa de leñador con el pelo sucio y grasiento. Era exagerada, pero todo en ella era verdad. Su manera de cantar, el uso de melodías tirando a dramáticas y el contexto general de una música ambiciosa y elegante era algo muy distinto al resto de grupos coetáneos. The Cranberries eran únicos, pero sobre todo eran muy buenos y hoy no puedo dejar de pensar en mis paseos con Dolores en aquella isla al sur de Inglaterra. Hoy me acuerdo y la echo de menos.

 

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