Lapido en Granada: Estimulando el alma

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“Los conciertos de José Ignacio Lapido en Granada adquieren carácter de liturgia”

 

Tras pasar por Murcia y Sevilla, José Ignacio Lapido recaló en su Granada natal para presentar con su banda su nuevo disco, “El alma dormida”. Allí estuvo Eduardo Tébar para dar fe de lo ocurrido.

 

Lapido
El Tren, Granada
2 de diciembre de 2017

 

Texto: EDUARDO TÉBAR. Fotos: MARÍA MEDINA.

 

Tras el sueño cumplido de ver en los escenarios a 091, lo seguidores de Lapido bajan a la realidad. Y no se vive mal en el presente. Los conciertos de José Ignacio Lapido en Granada adquieren carácter de liturgia. Había ganas de testar el cancionero de “El alma dormida”, el disco que el cantautor rock dejó aparcado para centrarse en la resurrección de los Cero. Hablamos de rock adulto: difícil encontrar a alguien menor de cuarenta entre las más de seiscientas personas que llenaron la sala El Tren. Se da la circunstancia de que la discografía en solitario de Lapido empieza a superar en grosor a la de 091. Un suma y sigue que beneficia al directo. El músico granadino tiene mucho patrón del que cortar. Y se puede permitir el lujo de dejar fuera varias cumbres de su repertorio. Una curiosidad: la noche del sábado se cumplían doce años exactos de la puesta de largo de “En otro tiempo, en otro lugar” en la Industrial Copera, donde quedó bautizada una formación de boato. Desde entonces destacan Víctor Sánchez a la guitarra, Popi González en la batería y Raúl Bernal en los teclados. Ahora se une al elenco Jacinto Ríos, bajista de Cero. El plantel ha crecido y es un rodillo a prueba de explosivos.

 

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“Mientras su poesía desprende el hálito de la lucidez, los riffs refulgen épicos y dolientes”

 

La banda ha ganado en capacidad de brío y recreo. Esparcimiento formal latente en los títulos de “El alma dormida”, quizá el álbum con más aristas y colores de cuantos ha grabado Lapido en cuatro décadas de carrera. Y al que consagró la velada, sin olvidar clásicos de la última etapa y piezas sepultadas de sus primeros pasos como solista. Con esos tres ejes en el programa comenzó el traqueteo. Por allí pululaban los compañeros de 091, veteranos del after punk y el jazz, y unos poquitos artistas jóvenes de la ciudad, que tomaban nota muy concentrados. José Ignacio, fiel a su inseparable SG color vino, prendió la mecha con un tema que data de finales de los noventa, ‘Pájaros’; lleva un tiempo rescatándola en los recitales y sirvió para crear ambiente con su sinuoso manto eléctrico y una poética que invita a surcar la ensoñación del autor.

El quinteto disfruta sobre las tablas, en contra de la sobria gravedad de antaño. Con la atractiva temperatura cromática del órganos y pianos de Bernal. O los arañazos de guitarra de Víctor Sánchez. Una canción de hace tres lustros, ‘No queda nadie en la ciudad’, brilló reinventada con el barniz gustoso del sonido Hammond. Los medios tiempos, además, facilitan algo tan elemental como que las composiciones respiren, que Lapido agarre la acústica y alfombre unos versos que dejan en evidencia el nivel literario del patio. Ocurrió en ‘La versión oficial’ (Víctor se marcó un solo memorable) o con la trotona ‘No hay prisa por llegar’, de lo mejor de esta cosecha.

 

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“Algo me aleja de ti’ se elevó hasta el infinito mediante una guitarra que empezó siendo un poco Harrison y acabó siendo muy Víctor Sánchez”

 

Lapido logra sonar a sí mismo, ojo, embadurnado de clasicismo hasta las trancas. Mientras su poesía desprende el hálito de la lucidez, los riffs refulgen épicos y dolientes. José Ignacio escribe el dolor con riffs como clavos en las manos. Música que guarda flechazos certeros. Explosiones de rozagante melodía dignas del más crudo pop testimonial: ese que va de Lennon a Ray Davies. ¿Un momento así? ‘Algo me aleja de ti’, que se elevó hasta el infinito mediante una guitarra que empezó siendo un poco Harrison y acabó siendo muy Víctor Sánchez.

Canciones de flores y alambre de espino, dice Lapido, que se reserva para el final la sonrisa del no-todo-está-perdido. Y luego suelta los perros: ese acaramelado lance guitarrero que invoca el vademécum rockista. Como Poncho Sampedro y Neil Young fraguando el crepitar de Crazy Horse. Recia, melódica y crujiente llegó otra de las antiguas, ‘Noticias del infierno’. Como los Badfingers del setenta. Víctor dio otra buena sacudida en ‘Cuando por fin’ y deslizó el slide en ‘El más allá’. Lo que parecía el lennoniano ‘Working class hero’ resultó una de las perlas del encuentro: ‘En el ángulo muerto’. Otro plus de la banda: todos hacen coros. ¿El broche? Un mensaje con segundas para la parroquia: ‘Cuando el ángel decida volver’. Lapido guarda la Gibson hasta 2018. Mientras tanto, sus lecciones de rock –esa antigualla del siglo XX– siguen despertando el alma.

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