“Perrett pone el pedigrí, el aura, la dosis de leyenda protagónica (porque su guitarra prácticamente parece una nota de atrezo); y su prole sostiene muy bien la trama”
El legendario songwriter británico Peter Perett convierte su resurrección creativa en un asunto de familia, del que sale más que fortalecido. Viéndole en Madrid estuvo Carlos Pérez de Ziriza.
Peter Perrett
Sala El Sol, Madrid
22 de noviembre de 2017
Texto y foto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Superviviente de mil adicciones devastadoras, hecho un saco de huesos pero aún manteniendo su fino (y venerable) hilo de voz, el legendario Peter Perrett ha hecho de su supervivencia creativa un asunto de familia. Y a fe que con ello consigue reflotar un credo expresivo al que todos no solo dábamos ya por enterrado, sino también materia quimérica en cuanto a su traducción a un escenario de nuestro país. Apenas un remoto sueño húmedo para quienes siguen con devoción su intermitente carrera desde hace casi cuatro décadas. Ese espinoso tránsito cuyo recuerdo mantuvieron vivo –fuera de nuestras fronteras– radiofonistas como John Peel, bandas como los Replacements e incluso (quién iba a decirlo) alguna compañía de telefonía móvil, y al que tan pequeño se le quedaban las cuadrículas del punk, el power pop o la new wave.
Sus dos hijos, el guitarrista Jamie Perret Jr –especialmente– y el bajista Peter Perrett Jr (ambos se curtieron en los Babyshambles de Pete Doherty, quizá el alumno más aventajado de su padre), forman sobre el escenario una dupla de escuderos más que competente. Las respectivas novias de ambos, la teclista y violinista Jenny Maxwell –especialmente– y la teclista Lauren Moon, dan estilizado contrapunto. Y no cuesta mucho imaginarse a su esposa y madre de tan solventes retoños, Xena, contemplando orgullosa la estampa desde las bambalinas (así ha sido al menos en parte de la gira), en la que la batería de Jake Woodward ejerce de metrónomo en segundísimo plano.
Digamos que Perrett pone el pedigrí, el aura, la dosis de leyenda protagónica (porque su guitarra prácticamente parece una nota de atrezo); y su prole sostiene muy bien la trama. Difícil imaginarlo de otra forma. El caso es que funciona, y lo hace estupendamente. Sin arruinar la épica de culto del personaje ni arrumbar su temario al vasto vertedero de las bandas que tributan a sí mismas. Sin delegar más de la cuenta en el pasado y sacando pecho de un álbum tan notable como “How the west was won” (Domino Records, 2017), uno de los mejores discos de rock (sí, de rock de guitarras, esa antigualla) del presente ejercicio.
El de anoche en una atestada sala El Sol fue un show proteico, con canciones radiantes como soles (‘An epic story’, ‘Troika’, la inmortal ‘Another girl, another planet’, de The Only Ones), oscuras letanías (‘Living in my head’, rematada con imponente fragor entre el violín de Maxwell y la guitarra eléctrica de Jamie), rescates de rock fibroso (‘Woke up sticky’, de su álbum del 96; o ‘No solution’, cosecha Only Ones del 79, de “Even serpents shine”) y esa somatización del legado de The Velvet Underground que pocos tipos pueden asumir como él sin oler a refrito: la que concretaron el tema titular de su nuevo álbum, ‘Something in my brain’ o esa ‘C Voyeurger’ por la que se intuye que ahora mismo Dean Wareham vendería su alma al diablo.
Peter Perrett, sesenta y cinco años, con más vidas que un gato decenas de veces magullado, sigue aquí no solo para contarlo desde la autoridad que emana de su ajada voz y su aún más malbaratada estampa, sino también para recordarnos la pervivencia de un legado que conserva sus propiedades y sabe conjugar en presente de indicativo.