“Expectativas”, de Bunbury

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DISCOS

“Lo digital convive con lo analógico. Esa es la clave de un disco con el que Bunbury ha buscado la contemporaneidad, sonar a 2017”

 

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Bunbury
“Expectativas”
OCESA/WARNER

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Más vale que te acusen de moverte que de quedar varado. Esa ha sido la máxima que, en gran medida, ha guiado los pasos de Bunbury desde que hace veinte años grabara “Radical Sonora”: cada disco lo ha entendido como la búsqueda de una sonoridad y cada tanto, habitualmente mediante trilogías, ha remodelado la fachada de su música: la estructura permanece, con su sello personal, por supuesto. El nuevo giro, en el que anda ahora, se inició con “Palosanto” (2013), en el directo de la MTV (“El libro de las mutaciones”, 2015) tuvo cierta continuidad (quizá pasó desapercibido, pero ahí estaban las secuencias, los nuevos tratamientos) y se expande en este nuevo “Expectativas”. Tanto es así que incluso en ‘La actitud correcta’ se ha atrevido a darle una colleja a quienes, al contrario que él, gustan de permanecer anclados en aguas conocidas, una canción con la que Bunbury saca pecho y alza la cabeza.

Pero vayamos al principio, porque lo más llamativo de “Expectativas” no se hace esperar y en el segundo 15 del cedé, en la ‘La ceremonia de la confusión’, la primera canción, ya se deja oír. Se trata del saxo de Santi del Campo. Sí, un saxo que desde ese momento suena a lo largo de prácticamente todo el disco, y no como elemento secundario, sino con voluntad protagónica, situado en primer plano. Bunbury, para renovar el sonido ha optado por recurrir a un instrumento prácticamente relegado al olvido en el rock (como bien recordó Diego A. Manrique en septiembre de 2016). Y si hablamos de rock español, el saxo, directamente, es elemento proscrito. Ahora nos referiremos a él. Antes detengámonos en otro de los detalles que aporta “Expectativas”: los teclados y los sonidos secuenciados. Así, lo digital convive con lo analógico (que aportan guitarras, bajo, batería, el mismo saxo). Esa es la clave de este disco, con el que Bunbury ha buscado (repetimos: como ya inició en “Palosanto”) la contemporaneidad, sonar a 2017. Y, de paso, el desmarque. La jugada le sale bien, pues “Expectativas” suena a un Bunbury renovado, lejos de los postulados más formales de su obra. Pero no nos llevemos a engaño, sigue donde siempre, mantiene el hueso y solo cambia la piel. Y el lugar es ese que llamamos (a falta de mejor denominación) el ancho, largo y elástico rock clásico.

Ya que hablamos de ello, regresemos a la segunda canción del disco, a la rockera ‘La actitud correcta’, la de la colleja. Colleja que uno intuye dirigida a sus compañeros españoles militantes, como él, en ese mismo rock clásico: “Tienes la actitud correcta, / la mirada ante la cámara, / las palabras bien escogidas / y una sensatez abrumadora. // No es cuestión de credibilidad, / ni tampoco de autenticidad, / es el resultado final / el que me parece insuficiente. //  Citas grupos que están de moda / y tu nuevo disco será la hostia, / más guitarra y más sintetizador. / Seguro que me suena a la misma canción”. ¿Por qué a los españoles? Desde luego es una impresión personal, pero a nadie escapa el hecho de que hace más de una década que el rock clásico español se arrastra entre la escasez de ideas sonoras y cierta pereza formal que impiden el avance: se escriben canciones estupendas (algunas con letras sonrojantes, pero esa es otra vaina) que suenan al disco anterior del mismo artista, y al anterior y al anterior… Cuando no a los discos del vecino, que a su vez recuerdan a los de otros compañeros; hay productores y colaboradores que parecen multiplicarse de tal modo que casi se antojan franquicia humana. Por no hablar de que el manual de estilo remite sin remisión al pasado: todo dios conoce la discografía de Dylan, los Stones, los Beatles o los Byrds, se aferra a ellas y se graban discos que parecen registrados hace cuarenta años (“Tienes la actitud correcta / para un versión discreta / que recuerda a otra época / que insistes en reproducir”, canta Bunbury con cierta mala leche). Por si no hubiera suficiente, estamos metidos en un cansino bucle de sonidos de raíz estadounidense, en el que todos necesitan grabar obligatoriamente una pedal steel o similar, sin percatarse siquiera del empacho que llevamos y de la falta de originalidad que tal cosa supone: de ahí que algo tan común como un modesto saxo resulte sorprendente. Ojalá los dardos que lanza Bunbury (oyente infatigable y gran conocer de la actualidad nacional e internacional) sean tenidos en cuenta y alguien se desperece y percate de que hay que romper con la uniformidad y arriesgar un poquito, solo un poquito (que tampoco es necesario hacer “puenting” a ciertas edades).

Sin duda resulta reconfortante que Bunbury haya abierto el debate (quizá la caja de los truenos, veremos), aunque para ello haya dejado la canción más accesoria de “Expectativas”, animosa y simpática en su formato de rock and roll contagioso pero con un texto tan vinculado a este tiempo y al oficio del músico que no es precisamente de aquellas que conmocionan al oyente medio. Pero encaja en un disco que tiene voluntad de reflejar el momento en que ha sido escrito, como ya sucedió con la primera parte de “Palosanto”, o en canciones de obras anteriores. Porque Bunbury gusta de observar la realidad, implicarse y decir la suya. Aquí lo hace desde la inicial ‘La ceremonia de la confusión’, que con su toque casi apocalíptico nos adentra en estos días agitados, plagados de opinadores todo a cien, de teclado inmediato. Incluso un tema como ‘Cuna de Caín’, sobre relaciones a dos, casi puede ser interpretado en clave social, aunque no lo pretenda: “Cuna de Caín / y guerra civil / entre hermanos, / de la mano. / Nos hacemos daño / siempre que nos encontramos. // El exilio es mejor / que nuestra prisión / de mediocridad / y vulgaridad, / de envidias e ingratos / juegos de villanos”. Canción de bella factura definida por capas sintetizadas y esas guitarras frías y afiladas que son tónica a lo largo del álbum: por momentos lo menos logrado, lo más convencional, demasiado próximas a cierta estética dominante en el mal llamado indie, pero ese es uno de los riesgos que conlleva el querer aproximarse a la contemporaneidad, que huyendo de recursos manidos se puede acabar cayendo en otros.

Quien quiera más actualidad, que pinche ‘En bandeja de plata’, con una de las letras más descarnadas que ha escrito Bunbury en todos estos años. Un grito contra quienes nos gobiernan: “Parece que si hay que elegir, / dejar en manos responsabilidad, /pudiendo escoger entre dos o tres, / preferimos al más subnormal. // Nada ocurre por casualidad, / no puede un retrasado mental / estar al frente de todo”. No señala a nadie en concreto, pero que cada cual le ponga al subnormal el nombre que le plazca en este corte rockero (de ritmo casi machacón que invita a ser celebrado en directo) que va adquiriendo un tinte, de nuevo, casi apocalíptico.

En ‘Parecemos tontos’, el sonido cambia radicalmente, se torna abiertamente orgánico, tranquilo, mientras guitarra y voz lo dominan todo. Un tema hermoso que, también, se adentra en lo social y deja algunos de los mejores versos del álbum (la letra está escrita con Juan Carlos Espadas-Aragón): “¿Qué ruido hace un hombre / que se quiebra en soledad? / ¿Qué cobijo encontrará / en la sombra de un mal pensamiento?”. Incide Bunbury en la idea de romper con los lugares comunes que movilizan pensamientos en redes sociales y comentarios en prensa en ‘Lugares comunes, frases hechas’, de plena actualidad: “No hay caminos secundarios / pudiendo ser ordinarios, / y señalar con el dedo / a quien no diga lo mismo que yo”. Se inicia con un prometedor ritmo bailable que, sin embargo, ¡ay!, no termina de despegar y se difumina en la melodía mientras los riffs intensos se sitúan delante.

Tras la tenebrosa y densa (tanto en lo letrístico como en lo musical) ‘Al filo de un cuchillo’, llega la luminosa y adherente ‘Bartleby (Mis dominios)’, otro alegato por la libertad individual, por romper con lo que nos ofrecen. Con ‘Mi libertad’ deja una excelente balada en la que se mezcla una atmósfera jazzística con detalles de una guitarra a ratos tex-mex (aquí, en este sonido, sí hay originalidad), capas orquestales electrónicas y adición del saxo (¡con solo incluido!): una de las canciones que mejor definen las intenciones musicales de “Expectativas”, casi un ejercicio de estilo.

El Bunbury más sentimental se hace de rogar y no aparece hasta el décimo corte, ‘La constante’. Inmenso baladote latino, romántico, casi un bolero, pespunteado por el saxo y, otra vez, con cuerdas sintetizadas al fondo. Y aquí, llegados a este punto de la escucha, surge la pregunta, porque es cierto que el compositor escribe a cada momento de lo que le place y le motiva, pero, ¿es preferible el Bunbury social o el de las canciones que taladran las tripas, con vocación de inmortales? La respuesta está implícita en el mismo interrogante.

Para corroborar que no hay verdades absolutas, solo personales (individuales), la escucha concluye con ‘Supongo’, canción sobre la fragilidad y la inseguridad tratada con lo mínimo, con cierta solemnidad casi épica en el estribillo. Uno de esos cortes nacidos para cerrar discos.

Leo y oigo estos días que este es el mejor disco de Bunbury, o a situar entre los mejores. No seré quien asevere tal cosa. Tampoco la contraria. “Expectativas” es una obra excesivamente monotemática (y de eso andamos bastante servidos estos días en las noticias, aunque no sea culpa de Bunbury: la casualidad ha acompañado al lanzamiento), musicalmente intensa y bien resuelta. Pero aunque uno lleva varias semanas escuchándola con asiduidad, le resulta imposible ofrecer una valoración definitiva y prefiere no perderse en ociosas disquisiciones apresuradas y que sea el tiempo el que decida. Aunque el notable alto está asegurado.

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Anterior crítica de discos: “Boy in a well”, de The Yawpers.

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