DISCOS
“Un disco magnífico que bebe de esa corriente soterrada que recorrió el bubblegum y el glam y que despliega juventud y sencillez”
The Wellingtons
“End of the summer”
ROCK INDIANA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Cuando un disco está grabado con jugosa alegría, se nota desde el primer segundo. Es el caso del “End of the summer”, en el que The Wellingtons diseminan melodías bien resueltas en medio de unas guitarras ligeras y cortantes. Desde ese ‘Not getting what I want’ que lo abre se sabe que lo que va a venir va a ser gozoso, y también que el pop de guitarras nos va a ocupar el tiempo que duren las once canciones. Cuando un disco comienza por eso que no del todo certeramente se ha dado en llamar power pop, lo común es que tire de él a piñón hasta el final.
Y esto significa que todas las canciones van a estar cortadas por la misma estética, pero que todas van a tener un encanto especial. Cuidado, no quiero decir que todas sean iguales. Algunas aportan su dosis de melancolía como ‘Over & done with’, otras son simplemente efectivas en su recorrido por los cánones como ‘No way this could fail’ o ‘Make it’ better’ –hecha en estado de gracia–, otras tiran de riffs logrados como ese mágico recuerdo a cuando el pop sorprendía cada día que es ‘1963’, de significativo título, y otras tienen la dulzura de esas lentas que ya nadie construye como la acariciante ‘She rides the bus’, pero todas están construidas con los mismos escasos elementos.
También es común que haya una canción especialmente conseguida. En este caso lleva el mismo título que el elepé. Los australianos logran poner la piel de gallina de forma continua en el asombrado oyente con sólo cuatro sencillas notas, una guitarra de fondo y una voz. ¿Cómo puede supurar todo ello, tan simple, tanta melancolía? No olvidemos que asimismo siempre se le debe pagar lo que se les debe a los Beatles, que vigilan en la sombra, así que para cerrar colocan ‘Making faces in the mirror’, que parece estar compuesta expresamente para el “Rubber soul”.
Apenas nada más, que ya es bastante. Un disco magnífico que bebe de esa corriente soterrada que recorrió el bubblegum y el glam y que despliega juventud y sencillez. Nada hace falta para sentir el gozo de esas canciones pequeñas y bonitas, que al fin y al cabo llenan media hora de felicidad.
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Anterior crítica de discos: “American dream”, de LCD Soundsystem.