Juan Alberto Martínez (Niños Mutantes) y Pixies

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PUNTO DE PARTIDA

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“Aunque no entendía nada (y sigo sin hacerlo casi treinta años después), sabía que esas canciones solo podían hablar de deseo y de locura, de sexo sucio y gente abollada”

 

Le proponemos al cantante de Niños Mutantes que escoja el disco que le marcó en sus comienzos. Juan Alberto Martínez lo tiene claro: elige “Doolittle” de Pixies, y nos cuenta cómo llegó a él para quedarse.

 

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Pixies
“Doolittle”
ELEKTRA RECORDS, 1989

 

Texto: JUAN ALBERTO MARTÍNEZ.

 

No tengo ninguna duda de que el disco de mi vida es “Doolittle”, de los Pixies. Lo curioso es que no lo tengo ni en vinilo, ni en cedé, ni conservo la casete que escuché millones de veces. Tantas veces lo escuché que no necesito oírlo de nuevo para hablar de él. Probablemente se incrustó en mi ADN y forma parte de mí. Pero el código genético no sale en fotos hechas con móviles, así que tuve que irme a Marcapasos (tienda mítica granadina) para sacarme la foto que pedís en Efeeme para esta sección. Por delante y por detrás. Lo he dejado encargado, porque es un poco fuerte no tenerlo en casa.

“Doolittle” entró en mi vida a finales de 1989, y ya nada fue igual. Literalmente cambió mi destino. Estaba en 2º de BUP. No era de los rockeros del instituto. Era más bien un alumno aplicado. Más deporte que petas. No había besado a ninguna chica y mi cara estaba llena de espinillas.

Me seleccionaron con otros empollones para un proyecto del instituto. Hicimos un viaje un fin de semana a Huéscar (Granada), para estudiar unos aburridísimos molinos hidráulicos. La noche del sábado me emborraché con solo dos cervezas. A la mañana siguiente volvimos a Granada.

En el coche de vuelta iba sentado a mi lado mi querido amigo Pepe Vida. Era otro de los listos oficiales de la clase, pero además era el más guapo y el más moderno de todos. Iba vestido de mod, y escuchaba a los Who y los Small Faces. Pero no solo eso, controlaba de todo en música. La típica enciclopedia musical de instituto que nos instruye y nos quita de U2 y Dire Straits.

Pepito (así lo llamo hoy) me dijo: “Escucha esto”, y me pasó su walkman Sony. La cinta empezó a girar. Y entró el bajo de ‘Debaser’. Poco a poco el paisaje por la ventana del coche empezó a desaparecer. Para ‘Wave of mutilation’ ya no veía nada. Me fui sumergiendo en un viaje hipnótico. No había nada en el mundo. Solo la música.

 

 

Me pregunto qué fue lo que me atrapó. Si fueron los gritos y los susurros de Black Francis. O los bajos monolíticos y los coros arrulladores de Kim Deal. O quizás las guitarras y las baterías torpes y a la vez geniales de Santiago y Lovering.

No pudieron ser las letras. O quizás sí. Aunque no entendía nada (y sigo sin hacerlo casi treinta años después), sabía que esas canciones solo podían hablar de deseo y de locura, de sexo sucio y gente abollada. Todo venía de un extraño pero conocido lugar en el subconsciente donde había bajos instintos y tensiones bíblicas.

Cuando llegó ‘Dead’ (con su brutal cambio de la tensión a la calma) ya me había convertido para siempre. Había descubierto la música que de verdad me llegaba. Ya sabía lo que era volar con la música. Ya me había enamorado varias veces de los vinilos de casa de mi abuela. De los Beatles y de los Brincos en los viajes de coche familiar en el Simca. De Franco Battiato en un viaje a Italia. De los Ramones al entrar al instituto. Pero con Pixies encontré algo que me llevaba más allá. Aún no se qué era. Puede que en ellos reconozca todo lo torcido que hay en mi cabeza.

 

 

Después de “Doolittle” escuché “Surfer Rosa”, su primer largo, anterior en el tiempo. Hoy en día me gusta más que “Doolittle”. Definitivamente la producción de Steve Albini le da un toque más crudo que favorece el lado más salvaje de los Pixies. Y luego ya los seguí a tiempo real cuando editaron “Bossanova” y “Trompe le monde”. Con momentos sublimes y otros en que empezaron a flaquear.

Ellos me abrieron la puerta por la que luego entraron Sonic Youth, Nirvana o Pavement. Son el grupo de mi vida. Ya no los oigo apenas. Creo que no los tengo presentes. Que ya no me influencian. Pero me olvido de que entraron en mi ADN.

Hace escasos días estaba en Alicante. Tengo allí familia política. A sólo media hora tocaban Pixies en el Low en Benidorm. No tenía pensado ir. Me calenté. Mi chica no quiso acompañarme. Me fui con su padre. Allí estaba en Benidorm con mi suegro para verlos por tercera vez en mi vida.

No apostaba nada por los Pixies de 2017. Me habían hablado mal de la última gira. Ya no está Kim Deal.

No hay nada como tener bajas las expectativas. Una vez más las canciones de “Doolittle” abrieron puertas que estaban cerradas. Me derrumbé al oir ‘Hey’. Me emocionó el momento estelar de Lovering haciendo de frontman de atrás cantando como un tenor barato ‘La la love you’. Viajé a un oeste de película de David Lynch con ‘Crackity Jones’. Y sobre el cielo de los rascacielos de hormigón de ese lugar extraño que es Benidorm –entre Las Vegas y el Mediterráneo–, vi perderse de nuevo al mono que se fue al cielo, y recordé aquel día en que mi vida cambió con un walkman en el que escuché dos veces seguidas el “Doolittle” de los Pixies.

Anterior Punto de partida: Alberto Jiménez (Miss Caffeina) y The Cardigans.

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