“Crear es como poner una piedra donde ya nadie la va a mover. Para mí eso es mucho más importante que girar”
Medio año después de publicar su último disco, “Destrozares”, y en los primeros pasos de su recién estrenada gira, entrevistamos a Robe Iniesta para hablar de la creación, las giras, el oficio… y la fe en el ser humano. Este viernes 26 actúa en Granada, el sábado 27 en Cartagena y en junio estará en A Coruña, Vigo, Barcelona, Donosti, Zaragoza, Bilbao, Madrid y Córdoba. Antes, habla con Efe Eme en esta entrevista de África Egido.
Texto: ÁFRICA EGIDO.
Hace tres décadas que Robe Iniesta fundó Extremoduro y empapó la escena musical con su «rock transgresivo», un estilo que dejó una huella tan profunda que aún hoy muchas bandas tratan de seguirla. Pero el músico de Plasencia siempre fue único: lo fue su forma de componer, de interpretar sus canciones y de enhebrar en una misma estrofa la suciedad y la belleza, lo decadente y lo brillante. Porque Robe siempre ha sido capaz, como pocos, de unir en un verso lo rudo y lo delicado en dos puntadas.
«Destrozares. Canciones para el final de los tiempos» (El Dromedario Records, 2016) es el segundo álbum de Robe lejos del paraguas de Extremoduro y al abrigo de una nueva formación compuesta por Carlitos Pérez (violín), David Lerman (clarinete), Alber Fuentes (batería y percusiones), Lorenzo González (coros) y Álvaro Rodríguez (piano). En este disco, el compositor sigue la senda abierta por «La Ley Innata» (Warner, 2008) pero, sobre todo, asienta el sonido que nació en su predecesor «Lo que aletea en nuestras cabezas» (El Dromedario Records, 2015), con la inclusión de nuevas instrumentaciones.
Robe deposita en este nuevo trabajo sus «destrozares», sus contradicciones, su «soledad de lechuza», su delirio, sus lágrimas y sus errores. Así lo explica este artista que nunca quiso ser ese oráculo del rock que muchos buscan en él. Ya decía un proverbio chino que un pájaro no canta porque tenga una respuesta, canta porque tiene una canción. Lo de Robe Iniesta también es cantar, sencillamente, porque tiene una canción. O, quizá, una colección de destrozares.
Ha pasado casi medio año desde la salida del disco. ¿Qué percepción tienes de él con estos meses de distancia?
Cuando haces un disco te pegas muchas palizas de oírlo y arreglarlo, y es verdad que pierdes la perspectiva, te fijas más en los detalles. Para valorarlo tiene que pasar un tiempo, tienes que dejar de oírlo. Cuando pase un poco más el tiempo lo veré. De momento me gusta mucho, igual que el anterior. He disfrutado mucho haciéndolo y siguen gustándome mucho las canciones.
¿Por qué te ha costado tanto volver a girar? A la mayoría de los artistas parece gustarles más el escenario que la soledad del proceso creativo.
Quizá yo sea un poco al contrario. Para mí el fin último no es salir a tocar. Yo gozo más haciendo las canciones, las letras, componiendo. El momento creativo es el más importante para mí. Es donde se saca algo más en claro, más duradero… es mucho más fuerte. Cuando estoy ensayando también se disfruta mucho y es un buen rollo…
Entonces tiene que ver con que das más importancia a crear que a tocar, ¿es eso?
Creo que crear una canción es muchísimo más importante a todos los niveles. Toda la satisfacción y todo lo que te da. Cuando actúas, un día te va a salir mejor, otro peor, otro día vas a estar un poco más flojo… aunque siempre intentas hacerlo lo mejor que puedes, claro. Pero crear es otra cosa, es como poner una piedra donde ya nadie la va a mover. Para mí eso es mucho más importante.
Cuando llega el directo, ¿no hay ese disfrute?
Es que cuando llega el directo no es solo disfrutar, no es solo un fin último ya. Ahí hay otras responsabilidades: quieres hacerlo bien, quieres que todo el mundo lo oiga tan bonito como tú lo has oído cuando te salió la vez que mejor lo hiciste. Eso hace que yo no disfrute tanto. De todas maneras, nunca se pensó que el anterior disco se iba a hacer en directo. En el primero, mi único pensamiento era grabarlo y dejarlo ahí. Por eso quizá nos permitimos lujos como hacer una canción de un minuto o cosas que no son normales cuando piensas en un directo. Con el segundo disco veía un poco más lo del directo, pero en el primero no. Ha sido todo según ha ido saliendo, lo hemos ido pensando.
“Ser valiente es decir: aquí están mis carencias, mis errores. Me parece que eso es más de valiente que de cobarde»
Creo que habéis grabado en varios estudios: Small Room, 360 Global y MuxikOn, lo que era antes «La Casa de Iñaki», el estudio de Iñaki ‘Uoho’ Antón.
MuxikOn se cambió de sitio, ya no es la casa de Iñaki, pero sí, Iñaki sigue estando por ahí.
¿Por qué fragmentar la grabación en distintos estudios?
No ha sido exactamente ir cambiando todos. Las bases las hemos hecho todos juntos en MuxikOn, pero luego otros instrumentos como saxo, piano… han hecho sus cosas en otro estudio. Hemos sido un poco pijos. Por ejemplo, no en todos los sitios hay un piano de cola súper estupendo, así que el pianista ha grabado el piano en un sitio concreto. La verdad: nos podíamos dar un capricho y nos lo hemos dado.
Pudiendo obtener un resultado mejor, no está mal tratar de conseguirlo, ¿no crees?
Por suerte, lo hemos podido hacer a nuestro aire, fuera de Warner. No es que en Warner no hiciéramos las grabaciones como queríamos, pero ya no tienes que contar con nadie ni preguntar a nadie. La discográfica es Alén (Ayerdi), que es parte de nosotros y no hay ningún problema. Viendo cómo iban saliendo las cosas, cada vez nos íbamos animando más y teníamos más ganas de dejarlo lo mejor posible.
Parece que «Lo que aletea en nuestras cabezas», tu anterior trabajo, abría un camino por el que en este disco ya transitas cómodamente, como si ya conocieseis vuestros puntos fuertes. ¿Lo percibís así?
Sí, es un poco así. En el primer disco no sabíamos qué instrumentos íbamos a tener. Hablé con Alber, el batería, y él fue presentándome a los otros músicos. Yo les preguntaba: «¿Qué tocas? Esto. ¡Pues venga, vale, pa dentro…! Prácticamente el único instrumento que elegimos fue el piano, que lo elegimos cuando ya teníamos violín, saxo y clarinete. Al principio, nos juntamos de repente y “¡Venga, vamos a ver qué sale aquí!”
¿Te ha costado hacerte con las texturas y los timbres de los nuevos instrumentos? El clarinete, por ejemplo, no es un instrumento al que muchos músicos de rock estén acostumbrados.
Claro, yo no estoy acostumbrado en absoluto, y por eso no sabíamos cómo iba a sonar. Tampoco ellos sabían cómo sonaría el clarinete con el violín, que luego ha dado mucho juego. No sabíamos cómo sonaría toda esa mezcla. Sabes cómo suena un violín, pero si lo mezclas con una guitarra, con un saxo y con un clarinete cambia. Poco a poco te van apareciendo las posibilidades. Es como si fueras caminando y cada vez vas viendo más terreno que se te va a abriendo. Es lo que decías, en el segundo disco ya sabíamos lo que teníamos. Aunque no habíamos dejado de experimentar, y de hacer las cosas raras que se nos ocurrían, teníamos las cosas más claras, más fáciles, todo estaba más seguro.
Hace tiempo parecía que el rock necesitaba mucha electricidad, que un violín se introducía solo si la banda era de metal o folk, o que una flauta en el rock tenía que ser un sucedáneo de Jethro Tull. ¿Se está abriendo el público a romper esos clichés?
Creo que sí. Lo que hago ahora no sé si es rock, para eso están los críticos, para decir qué es. Es verdad que estaba todo atado siempre: si es rock es con una guitarra, un bajo, una batería y si quieres puedes meter un Hammond. Todo muy marcado. Por ejemplo, el acordeón, desde María Jesús («y su acordeón»), ha desaparecido (risas) y es un instrumento que suena chulo, y si lo mezclas no hace falta que sea en una canción folk. Los instrumentos son instrumentos, y sus timbres cambian al juntarlos con otros. Para mí ensayar y hacer estos discos ha sido muy bonito, porque era experimentar cada día y descubrir sonidos nuevos.
Neil Young decía que, para él, había sido contraproducente etiquetar su música. ¿Es cosa del público o de los artistas?
Es manía de todos. Te hablan de un grupo y preguntas cómo es, a quién se parece… Es cosa de todos, que estamos muy por la etiqueta. Ya te digo que yo no sé si esto es rock, pero intento ser transgresivo.
¿Para ti es importante sentir que estás comunicando algo?
Sí, y que te haga pensar, que te trasgreda de alguna manera. Sobre todo que te haga pensar. Pero en el tipo de música me he liberado totalmente, en cuanto a que una canción tenga que sonar de una manera porque tu estilo sea tal o cual. Creo que los músicos somos los dueños de los estilos y podemos hacer lo que queramos. No tenemos ninguna obligación de ceñirnos a nada.
En tus dos discos mencionas a Nietzsche. En esta ocasión dices que le estás «atropellando». ¿Intentas rebatir su modelo de hombre, ese que debe mostrar fuerza, su voluntad de poder? En este disco tú muestras tu vulnerabilidad, tus lágrimas, tus contradicciones…
Sí, es un poco así. Él habla de que cuando somos valientes no pensamos esas cosas. Yo creo lo contrario: ser valiente es reconocerlo y decirlo bien claro. Decir: «Aquí están mis carencias, mis errores…». Me parece que eso es más de valiente que de cobarde.
“Grabar ‘La Ley Innata’ fue duro, fue largo y fue muy bonito”
Hablando de filosofía, dicen que hemos cambiado el «conócete a ti mismo» de la filosofía griega por el «exhíbete a ti mismo» del siglo XXI. ¿Te cuesta entender este cambio?
Ahora no entiendo demasiado a la gente. Se interesa por cosas que no comprendo. Hay muchas ganas por ver y saber cosas de los demás, fotos de los demás. Con Instagram me quedo flipado. Una noticia contaba que uno había dicho una cosa en Twitter y la habían visto no sé cuántos miles de personas… Cuando miro esas cosas, pienso: “¡Hostia! ¡Cómo están las cosas de mal!”.
El modo en que has llevado tu carrera está en el otro extremo, lejos de esa exposición pública. Hoy las bandas tienen que dedicar un alto porcentaje de su tiempo a alimentar su imagen en las redes sociales.
Pues sí. En la música cada uno funciona de una manera, unos se meten en esto por una cosa, y otros, por otra. Supongo que hay mucha gente que tiene muy mezcladas la fama y la música. En mi cabeza está bastante separado, no tienen que ver. No me puedo quedar en casa escribiendo poesía, tengo que salir, ponerle música y cantarla, pero no entiendo esa exposición pública, a mí no me gusta estar dando la lata todo el día.
¿Cómo es tu relación con las redes sociales?
Yo intento tener las redes sociales con lo justo para informar a la gente de las cosas que hacemos, para que tengan un sitio donde agarrarse si un concierto se cae o ese tipo de cosas, para tenerles informados de los discos… Pero no las uso para contarles todos mis pensamientos sobre todas las cosas y tratar de influir en todo el mundo contándoles lo que pienso. No me parece que venga a cuento.
«Destrozares» abre con ‘Hoy al mundo renuncio’, un corte con un arranque y un discurso que recuerda a «La Ley Innata». ¿Aquel disco de Extremoduro fue un punto de inflexión en tu forma de afrontar la música?
Sí que la «Ley Innata» fue un punto de inflexión. Fue decir: puedo hacer todo lo que quiera, me quito todas las barreras y todos los límites de encima.
¿Fue duro grabar aquel disco?
Fue duro, fue largo y fue muy bonito. Al final, fue una obra difícil de acabar.
¿Por qué costó acabarla?
Porque una canción de tanto tiempo no es igual que una canción de tres minutitos. Si en el minuto 12:52 has cambiado algo, has cambiado la canción y has cambiado el disco.
¿Lo complicado era no dejar que se cayera la canción?
Claro. Es que todo afecta. Cada parte afecta al todo, y no es lo mismo mantener el equilibrio en una canción de tres minutos que en lo que dura «La Ley Innata», 42 ó 43 minutos. Es mucho más difícil. A partir de ahí quizá empecé a ver la música de otra manera, si puede ser, con más libertad aún de lo que la veía.
Pero tú pareces haber sido siempre libre, ¿lo has sido?
Es que intentas ser libre, pero al final tienes cosas en la cabeza como: «Esto es así porque siempre se ha hecho así». Sin darte cuenta, estás siguiendo unos cánones, y no tienes por qué seguirlos. No tienes que seguir ningún canon, sobre todo cuando estamos hablando de creación. Pero es inconsciente, es la costumbre de hacer una cosa de una manera porque todo el mundo la ha hecho así. Pero dices: “¿Por qué no voy a poder hacer una canción de un minuto o de nueve, por qué no voy a poder meter este instrumento… ?”. ¡Pues sí puedo!
Hay artistas que con el tiempo vuelven a su sonido primigenio, pero lo tuyo parece un viaje sin retorno. ¿Podrías volver atrás y recuperar viejos sonidos?
No lo creo. Pienso que todo el mundo tiene que evolucionar. Yo busco una evolución, no quiero aburrirme. Me gusta que los discos me sorprendan primero a mí mismo, luego a la gente que lo tiene que tocar conmigo y luego al público. Me gustan las cosas nuevas, no las cosas viejas. La nostalgia no me gusta, quiero ir avanzando. Hay grupos que se mantienen con una misma línea desde que empiezan, pero yo no soy así, prefiero evolucionar y encontrar. Avanzar y encontrar.
¿Es esa capacidad de sorprendernos lo que nos mantiene vivos?
Hombre, por supuesto. Creo que lo más importante en el mundo son las ganas, y hay que cuidarlas. Si te aburres, las ganas se te van. Tener ganas es lo más importante.
En ‘El cielo cambió de forma’ se escuchan quejíos flamencos, y no es la primera vez que aires flamencos se cuelan en tus composiciones. ¿Qué tiene el flamenco para que de vez en cuando asome en tus discos?
Me sale solo, no lo busco. Si me viene una canción de una manera no intento darle la vuelta y decir: «No, no la voy a tocar con este aire flamenco que me sale, voy a llevarla al rock». Si esa canción ha salido así, pues ha salido así.
¿Sueles escuchar flamenco?
Fíjate, oigo de vez en cuando a Lole y Manuel.
Ahí sí que eres de mirar atrás…
Sí, en esas cosas soy un poco… (piensa). Me pasa como con la poesía. No soy de ir investigando poesía. Me gusta más coger cosas que conozco y volverles a dar una leída, como el que escucha una canción. Con las canciones soy un poco así, y flamenco no escucho mucho.
Y cuando lo escuchas te vas para atrás…
Sí, me voy a Lole y Manuel y a Triana. Eso es lo más parecido al flamenco que puedo escuchar.
En ‘Cartas desde Gaia’ pones voz a lo que gritaría la Tierra si pudiera hacerlo. Siempre te ha preocupado el medio ambiente, pero es la vez que hablas más explícitamente de esa preocupación.
Sí, hablo de eso y lo hago de muy mala leche. Yo siempre he tenido ese punto, pero ahora me ha salido con un poco de cabreo. Digo cosas que incluso no pienso, porque no creo que lo mejor sea una guerra nuclear, pero llegado este momento de cansancio y de cabreo, me he permitido soltarlo ahí. Por eso también digo un poco lo de que aquí he dejado mis carencias, mis errores y mi mala leche.
¿Hemos dejado de fijarnos en lo que ocurre en la Tierra porque estamos centrados en lo que ocurre en «la nube» virtual?
Tengo la impresión de que mucha gente vive una vida virtual. Vive muy en la nube, con cosas que hay dentro de una pantalla, que están ahí, pero que no son reales. Cada día está más claro que con el medio ambiente tenemos un problema. Quien diga que no lo tenemos es tonto o miente, como por ejemplo el presidente de Estados Unidos, que no lo reconoce.
Dicen los medios que es tu disco más pesimista, pero hay destellos de luz en temas como ‘Querré lo prohibido’ o ‘Donde rompen las olas’, que llevan algo de esperanza a ese paisaje de tristeza.
Sí, yo también creo que hay canciones tristes y con un poco de cabreo, pero también hay canciones de esperanza y de encontrar una salida.
Entre esas canciones «de cabreo» está ‘Puta humanidad’. ¿Es que has dejado de creer en el hombre?
Tengo mis días, no te voy a mentir. A veces hablas con una sola persona y te cambia el mundo. Quizá la oscuridad no es total si hay una vela. Cuando ves gente que merece la pena te cambia un poco la perspectiva. Pero sí, hay días que no creo nada.
Un reportero de guerra contaba que en los conflictos descubrió que el hombre era malo por naturaleza. ¿Crees que lo es?
No, creo que no. El otro día vi una entrevista en la que Pepe Múgica decía que el hombre no era malo por naturaleza. Y yo me agarro a creerle. Decía que siempre hay una razón, que en principio todos éramos buenos porque estábamos viviendo en una sociedad, y haber conseguido establecernos en sociedades significaba que el hombre era bueno y un ser social. Yo prefiero pensar que el hombre es bueno por naturaleza.
En ‘El tiempo perdido’ hablas del paso del tiempo, algo que se repite a menudo en tus canciones. ¿Te preocupa el paso del tiempo?
Sí, siempre he hablado de ese tema. Es un motivo para filosofar. Siempre he hablado del paso del tiempo para intentar aprovecharlo, o para intentar averiguar cuál es la manera de aprovecharlo mejor. Como decía Don Severino, quizá la manera de que te dure más es aburriéndote todo el rato (ríe).
¿Don Severnino? ¿Te refieres al protagonista de tu novela «El viaje íntimo de la locura»?
Sí. ¿La leíste?
Sí, y me sorprendió. Se nota que hubo mucho trabajo detrás…
Yo me lo pasé muy bien haciéndola.
¿A raíz del libro te has vuelto más meticuloso con el lenguaje? En el libreto explicas que «destrozares» es un sustantivo que no esta en la RAE, también incluyes el significado de «yepa»…
Sí, te vuelves más minucioso porque te das cuenta de que cuando hablamos usamos veinte verbos y un montón de palabras, y con eso lo decimos todo. Cuando escribes buscas la palabra idónea. A mí lo de poner los significados de las palabras me ha gustado siempre, porque hay veces que se pierde el sentido de una palabra. Por ejemplo, «utopía». ¿Qué es una utopía? Según todo el mundo es algo imposible. Pero «utopía» es un plan imposible en el momento de su formulación. Es decir, en ese momento es imposible, pero solamente en ese momento, por eso muchas utopías son posibles, solo que en ese momento no lo son. Al cabo de un año, o en dos días, puede ser una realidad. Hay una diferencia pensarlo de una manera o de otra. Si lo piensas sin poner el tiempo en la ecuación, el significado de la palabra es distinto, y cuando oigas hablar de una utopía te puedes frenar, pero no, no tienes por qué frenarte.
“A veces hablas con una sola persona y te cambia el mundo. Quizá la oscuridad no es total si hay una vela”
¿Te preocupa que se comprenda el mensaje que encierran tus canciones?
Sí, me preocupa. Lo que pasa es que también me gusta que cada uno interprete las canciones a su manera. Muchas veces la gente las interpreta de una manera mucho más poética. Me gusta que cada uno se apropie un poco de ella, no me gusta tener que explicar todas las cosas, pero muchas veces no sabes si un mensaje se entiende… Al final, lo que haces es enseñárselo antes a cierta gente y decirle: «Oye, ¿tú entiendes esto?». Y te das cuenta de que no se entiende, y lo vas cambiando y cambiando… (risas).
En este disco cantas «Recuérdamelo, que yo soy un poeta». Identificarte como «poeta» es algo habitual en ti, pero paradójicamente tú has publicado prosa y no poesía, ¿por qué?
Porque yo la poesía la veo con música. Si tengo una frase con música considero que tengo un comienzo de algo, pero si tengo solo una frase o diez sin música no considero que tenga nada. Con la música y con la melodía puedes cambiar el sentido de una frase totalmente por la manera de cantarlo. Por eso, hasta que no tengo las dos cosas no veo que tenga algo.
¿Necesitas entonces la música para hacer poesía?
Sí, los poemas que yo tengo me saben a poco porque necesito que tengan música, necesito una manera de decir eso. Con la prosa me lo pasé genial, me lo pasé muy bien haciendo el libro. Me tiré mucho tiempo jugando por las palabras para atrás y para “alante”. Alguna vez hago algo de poesía sin música, pero no me quedo a gusto.
¿Te has planteado volver a publicar otro libro?
Lo haría, pero para escribir un libro lo más importante es que te llegue la chispa, el tema. Si no te llega es un trabajo penosísimo. Tienes que tener una idea, que te entren tantas ganas de escribir que estés por ahí y tengas ganas de volver al ordenador para ponerte a escribir. Eso es lo que me falta. No ha llegado una chispa ni una idea, pero no lo descarto.
Aquella chispa debió de ser grande, porque te estrenaste con una novela muy extensa, no con un relato corto como otros artistas.
Sí, empecé, me lo empecé a pasar muy bien y…
… y no querías acabarlo.
No, me dio penita (risas).
¿Te costó dejarlo ir?
Sí, pero empiezas a pensar: «Bueno, pero puedo hacer la segunda parte» (risas).
¿Qué opinas del destierro que va a sufrir la literatura universal del sistema educativo como ya le ocurrió a la filosofía?
Nos quitan lo que nos hace pensar, rebelarnos. La filosofía es principal. Vivimos unos tiempos en que una frase, un pensamiento o un simple chiste puede ofender a alguien, al Estado, a la Iglesia… Un vulgar chiste puede ser una ofensa terrible, y los filósofos tienen que ofender, porque ¿de qué sirve un filósofo si no hiere los sentimientos de nadie? No sirve de nada. La filosofía sirve para pensar. Pero claro, es mejor que no pensemos y no cuestionemos las cosas.
Ha sido una charla muy agradable, Robe, y eso que dicen que eres duro con los medios. ¿Por qué parece que no te gusta mucho la prensa? ¿Crees que buscamos en ti más al personaje que al artista?
Los medios buscan lo que quiere la gente: ese morbo y eso que hablábamos antes de conocer tu vida personal. No me parece bien, no me gusta nada, me parece de gente absurda. No entiendo esta gente que quiere saber tantas cosas personales de los demás. Yo soy músico y podemos hablar de cosas de músicos, de música, de lo que se quiera, pero hablar de la vida privada… También a veces me parece que los periodistas creéis que todo el mundo puede dar la opinión de todos y de todo. Y eso de dar la opinión de todo y sobre todo en todo momento no lo tengo yo muy claro, eso de que se pueda opinar sobre todo. Sé que parece un poco lo contrario de lo que te estaba diciendo antes, de la libertad y de cuestionarlo todo y la filosofía, pero…
¿Exigimos a los artistas que ejerzan de líderes de opinión?
Sí, es como si tuviéramos que estar seguros de todo. Puedo hacerme preguntas y puedo intentar que la gente se haga esas preguntas, pero yo no conozco las respuestas.