CINE
“La película de Dean Israelite nunca pretende tomarse demasiado en serio, y quizá esa sea su mayor virtud”
“Power Rangers” (“Power Rangers”)
Dean Israelite, 2017
Texto: JORDI REVERT.
Hija del entretenimiento televisivo de los 90, “Power Rangers” surgió como espectacular amontonamiento de conceptos y reciclaje de ideas kaiju en el seno del canal Fox Kids. La serie, no por casualidad, nació ligada a un importante cantidad de merchandising llamado a hacer las delicias de su público púber/adolescente, y que se iba a ampliar a medida la franquicia expandiera sus redes hacia el cine con Power Rangers: la película (Mighty Morphin Power Rangers: The Movie, Bryan Spicer, 1995) y Turbo Power Rangers (Turbo: A Power Rangers Movie, 1997).
Tras años bajo el dominio de Walt Disney y múltiples variantes televisivas, la vuelta de los personajes a las manos de su creador Haim Saban ha desembocado en esta revitalización por todo lo alto para nuevas generaciones. Power Rangers ha optado por la vía más coherente para actualizarse sin caer automáticamente en el fracaso, esta es, postularse como desvergonzado patio de juegos con espíritu teen y espectacularidad renovada. La película de Dean Israelite nunca pretende tomarse demasiado en serio, y quizá esa sea su mayor virtud, la de alinearse con el carácter festivo del material y hacer de la recuperación una oportunidad para invocar referencias pop, chistes fáciles y adolescentes desbocados que pasan de la marginalización social a manejar robots gigantes y pelear por el destino de la humanidad. En ese festival, la propuesta más llamativa de Israelite es la de situar a sus protagonistas en la intersección entre las cuitas emocionales de “El club de los cinco” (“The Breakfast Club”, John Hughes, 1995) y la ficción superheroica angst para la era digital de “Chronicle” (Josh Trank, 2012). Aunque como punto de encuentro resulta prometedor, lo que acaba resultando la perdición de la cinta es su innecesaria prolongación –más de dos horas, más de lo que su débil historia puede permitirse sostener el interés– y un excesivo retraso de la acción en favor de un subrayado proceso de madurez de los personajes que se acaba diluyendo en lugares comunes. La concisión, al menos, la hubiera rescatado de la recurrencia y los tiempos muertos para dejarla en una desprejuiciada celebración sin pretensiones de más.
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Anterior crítica de cine: “Ghost in the Shell”, de Rupert Sanders”.