“La gente con la que trabajas no te va a perdonar que tengas éxito, pero lo que no te van a perdonar jamás es que reniegues o no quieras seguir por ese camino”
Efe Eme publica la segunda y última parte de la entrevista a Lichis, con motivo de la publicación de su nuevo disco, “Mariposas”. Una conversación larga y meditada con África Egido.
Texto: ÁFRICA EGIDO.
¿Es difícil salir de esa rueda que te asocia al éxito que tuviste con La Cabra Mecánica?
Hay algo vital que la gente no conoce. La experiencia del éxito no solo te cambia a ti, también cambia a quien te rodea. Cambia a tus amigos, a tu familia, cambian todos los puntos a los que te agarras en tu vida, y cambia para siempre. La gente con la que trabajas no te va a perdonar que tengas éxito, pero lo que no te van a perdonar jamás es que reniegues o no quieras seguir por ese camino. La que te va a caer detrás es tremenda, porque en esta sociedad cualquiera daría dos brazos y dos piernas por ser famoso. Ya no por ser rico, sino famoso, tener notoriedad. Eso lo viví estos últimos días de La Cabra, después de la gira de Fito. La experiencia de querer empezar, de decir «Hasta aquí», ha sido todavía más devastadora a nivel personal que la experiencia de la fama. Pierdes tu libertad como individuo, y después va la artística, claro.
Parece que eso ocurre ya desde que el éxito se intuye…
Es que no solo es el éxito, es la sombra del éxito. El éxito se huele. Es como algo que de repente empiezas a transmitir, se empieza a oler, es la intuición de que algo va a tirar para arriba. Eso cambia absolutamente todo. Es una puñetera bomba.
¿Entonces crees que hoy hay obsesión por la fama como sinónimo de éxito?
Es lo que nos ha atraído hacia las redes sociales. Los auténticos triunfadores son los grandes empresarios, porque no ves sus caras y tienen islas, millones de dólares, yates… Son tipos listos. Saben que no deben perder su persona en todo esto. Y aún así, en su ámbito más íntimo, deben vivir las consecuencias del éxito, pero intentan mantenerse fuera. La gente identifica fama con riqueza. Y, claro, lo primero es la fama, todos quieren ser famosos, ir a un talent show, acostarse con un famoso o ir a un programa… Todo el mundo quiere estar en Facebook y tener un montón de «me gustas». El fenómeno de las redes sociales ha democratizado la fama, el sentirte famoso, que cualquier detalle de tu vida cobre importancia. Fíjate lo importante que es esa fama para la gente, lo que puede suponer que algo pueda llevarte allí, y que tú, una vez allí, digas: “No quiero estar aquí”.
Hay un personaje de esta época de la que hablas, que vuelve a protagonizar una de tus canciones (‘Bicha’): ese personaje pícaro que sabe aprovechar los códigos sociales. ¿Hablas de los pícaros del siglo XXI?
Sí, en este paisaje de posguerra es un personaje que me apetecía volver a tratar. Hablo de una generación que ha nacido en la época del pelotazo y que ahora tiene más de treinta años. Yo nací en 1970, he vivido la España de los ochenta y eso era otra cosa. Creo que esta generación se han educado como pícaros. Han aprendido que la vida trata de medrar, de encontrar oportunidades, no de solidificar nada, de hacer algo sólido. También pasa en la política, en el mundo social… Las amistades son un medio, no un fin. Las relaciones de pareja, la mitad de las veces, también. Vivimos una época parecida al siglo de oro: hemos sido un gran imperio, el imperio empieza a descomponerse y en este estado aparecen los pícaros. Le he puesto un personaje femenino, pero podemos ponerle una arroba a bich@, y todos contentos.
Incluyes ‘No soy un extraño’, una versión del argentino Charly García a la que sumas un punto de tensión y oscuridad. ¿Por qué este homenaje?
En el tema original, la armonía modula todo el rato y Charly lo conduce mucho con las tensiones para dulcificar los cambios de acordes y las modulaciones. Yo pensé en hacer lo contrario: tocarlos en quintas para que suene más oscuro y más tenso. A Charly se le ocurrió la canción en su primer viaje a Nueva York, donde se juntaron muchas imágenes antagónicas: el contraste de la realidad argentina que él vivía y el momento que vivía Nueva York, la época del post punk de heroinómanos y cocainómanos, yupis … y cierta apertura moral al mismo tiempo. Me apetecía mucho hacerla. El tema ha acabado un poco más español, pero también, salvando las distancias, pensaba en que sonase algo más Sonic Youth. Me apetecía tocar guitarras más en ese plan.
¿Te ha influenciado la carrera de Charly García?
Siempre he sido muy fan de Charly. Cuando empecé en La Cabra, siempre encontré mucha inspiración en el rock latinoamericano. Para mí fue como mirar en el espejo de Alicia y ver que había un mundo detrás, porque aquí no se conocía ese rock. Gran parte de la inspiración para discos de La Cabra vino de ese rock argentino, mexicano…
Charly García ha estado varias veces internado en un centro, al igual que en su momento Leonard Cohen. Hace poco, Bruce Springsteen habló sobre su depresión crónica. ¿La alta sensibilidad emocional es el precio de la creación?
No sé qué fue primero, si la gallina o el huevo. Yo leo muchas biografías y veo muchos documentales biográficos y te das cuenta de que guardas eso en común: largos años de soledad, de aislamiento, de depresión, que te han llevado a refugiarte en ese mundo. Y seguramente el refugiarte hace que vivas el contacto con la cultura de una manera más intensa. Los libros te cambian, te salvan la vida. Vives a través de ellos. Sí que hay un punto hedonista, de placer, en leer un buen libro o ver una buena película, pero es una experiencia devastadora. Una película, un libro, un disco, te atraviesan por dentro, te hacen pupa.
Has recuperado tu tono sarcástico en ‘Teloneros de lujo’, un rock and roll con crítica. ¿Echabas de menos esa faceta más ácida?
Empezó siendo un tema muy dylaniano y acabó siendo una mezcla entre ACDC, Wilco, Lenny Kravitz, Chuck Berry y vete tú a saber qué más (risas). Son unos versos cañeros, creo que es el tema que más se parece a La Cabra, a “Cabrón”, el segundo disco. Es un tema de francotirador, de subir a una azotea, sacar el rifle y disparar. También es un intento reflejar el estado del mundo de la música.
Has elegido un cálido medio tiempo, ‘Febrero’, como single de adelanto. ¿Por qué este tema?
La elección de los singles tiene más que ver con mirar hacia fuera que hacia dentro. Es una necesidad promocional, para que la gente escuche y saque una idea del resto del disco.
Pero quien escuche ‘Febrero’ difícilmente podrá hacerse una idea del resto del disco, porque son cinco temas muy distintos…
Sí, me pasó también con «Modo avión». Saqué ‘Horas de vuelo’ y me decían: «Esto es Duncan Dhu». Eso evidencia que la gente escucha dos o tres canciones de cada disco. Por eso también hice este formato del epé, porque mis oportunidades promocionales son pocas. ¿Esto tiene que ver poco con la música? Pues no, claro que tiene que ver con la música, porque no hago música sólo para mí, eso sería un ejercicio masturbatorio que haría en mi casa. Yo quiero comunicar cosas con las canciones, que lleguen a la gente, y creo que este es un buen camino. En este tiempo de síndrome de Diógenes, es bueno decir: “Toma cinco canciones, escúchalas, tienes un ratito”. La elección de ‘Febrero’ tiene que ver un poco con eso, con darte lo que no esperas, a ver si así consigo que te pique la curiosidad y escuchas el resto del disco, aunque sea por ponerme a parir pensando que me he vuelto un moñas (risas).
Dicen que el tiempo que escuchamos un disco es el que dura un trayecto en coche medio, unos 30 minutos. ¿Pensaste en eso?
Sí, a mí me ocurre como oyente cuando compro un disco y no tengo tiempo. También yo tiendo a analizarlos y a destriparlos. El único disco que escuché entero de pe a pa y me entró fácil fue el “Rainy Day Music” de The Jayhawks, que es una maravilla. Pero normalmente tardo mucho en escuchar los discos que me gustan, porque escucho tres o cuatro temas, los voy trillando, los vuelvo a escuchar… Creo que esto del epé puede ser un buen sistema. Eso condensa la energía y también los recursos.
¿Crees que ya no se da valor a los discos?
Nadie le da valor ahora a un disco, y es una pena, porque a mí me encanta hacer discos. Empezar un proyecto es hacer una inversión de menos seis mil o treinta mil euros. Y a partir de ahí, si tienes la suerte de recuperar, empiezas a ganar y a hacer guardiola para sacar el siguiente disco si no quieres rebajarte al crowdfunding, que supongo que algún día me tocará, pero me parece algo humillante. Lo respeto, pero… Es una manera también de gestionar los recursos emocionales y materiales a la ahora de hacer música.
No aparecen los créditos en el disco. ¿Con quién has grabado?
Álex grabó guitarras y piano Rhodes, e hizo los arreglos de cuerdas de ‘Febrero’. Yo he grabado bajos y guitarras, eléctricas y acústicas. Dani Ortiz grabó las baterías. Los teclados los grabó César Pop. Luego estuvo Diego Galaz, que es un súper crack y grabó los violines y el serrucho de ‘Bicha’. En las cuerdas estaba Willy, Sonia… Ha sido todo con la banda que tenía en directo.
¿Ya has abandonado el bajo?
Para las grabaciones no. Ya con bandas no lo toco. Estoy ahora muy centrado con la guitarra. No me quiero morir sin aprender piano, sin tener al menos unas mínimas nociones, y creo que este año me voy a poner con ello. Me voy a apuntar a la escuela popular de música de mi pueblo del conservatorio. Me apetece mucho meterme en el clásico.
¿Estás motivado para estudiar piano con la misma intensidad con la que afrontas el estudio de otros instrumentos?
Yo estudio batería ahora mucho y me he puesto a estudiar métodos y ejercicios de técnica que son un coñazo… Pero claro, voy a cumplir 47 años, no tengo mayor pretensión que la de aprender. Por eso, el lado más tortuoso, académico y aburrido ya no me lo parece, porque no es algo que me esté quitando otro disfrute. Ahora me lo tomo de otra manera. Por eso necesito focalizar este esfuerzo y tener un método, porque tampoco tengo mucho tiempo, y eso te ayuda.
Sin embargo, a tus casi 47 años, parece que aún te frustras cuando en los conciertos alguna persona te increpa por tu cambio o te pide canciones con las que ya no te identificas. ¿No logras lidiar con ello?
La mayor parte de las veces me la chufla, pero hay veces que no tienes humor. Me molesta el poco respeto que hay por la música en directo. No hablo de mí, hablo en general. Voy a los conciertos y la gente se dedica a hablar. En cualquier concierto, de cualquier tipo, de cualquier estilo. Y parte de ese rollo de “Tócate esta” tiene que ver con un respeto que hemos perdido los que nos dedicamos a la música popular y nos lo tenemos que volver a ganar. Toda la crisis del sector musical empieza en el momento en que se denosta nuestro trabajo. No he oído una frase más monstruosa como aquella que dice: “Si es que un disco cuesta cincuenta céntimos”. ¿Crees que es gratis llenarlo de contenido?
¿Por qué crees que ese poco respeto ha calado tanto en nuestro país que ni los medios generalistas apuestan ya por la música?
Es lo que llaman el síndrome Phill Collins. Él salió en un programa de televisión de máxima audiencia, y el programa se desplomó al pico más bajo de audiencia histórico. Todos te dicen que cuando sale una entrevista a un músico o una actuación en un programa de televisión, la audiencia baja en picado. Es un tema muy complejo. En general, aquí hay un complejo cultural tremendo. Ya pasaba con el flamenco. Hay escritos de Gómez de la Serna a principios de siglo poniendo a caer de un burro el flamenco, y luego fue un defensor acérrimo. Para los intelectuales de finales del siglo XIX y principios del XX hasta que llegó Lorca, el flamenco era una porquería, algo de lo que avergonzarse. Hoy a ningún intelectual se le ocurriría comentar semejante cosa. Con la música aquí ha pasado lo mismo.
¿Al rock le pasa como al flamenco el siglo pasado?
Yo tengo una teoría. Aquí el fenómeno masivo del rock empezó con el post punk en los ochenta, con esa filosofía de: «Arrebatémosles los instrumentos a los músicos y vamos a hacer algo». Veníamos de un momento en que los cantautores eran algo absolutamente trascendente. Y estaba la música popular en la que, por ejemplo, si oyes ‘La chica ye-ye’ en la película, sale Toni Leblanc haciendo rebuznos. Ese era el concepto que se tenía del rock. De repente, todo ese fenómeno trascendente de los cantautores se sustituye por el rock, una generación muy creativa pero que no tenía un gran nivel musical. Eso creó una sensación de banalidad. A mí me ha pasado eso también con el fenómeno independiente. Me hacía gracia ver que los grupos indies no tenían que ensayar ni que sonar empastados. ¿Por qué? Decían: «Si los Ramones no sabían tocar…». ¡No! ¡Los Ramones sonaban como un misil! No tenían técnica, pero los guiris entienden este rollo, y tocan, no tiene que ver con eso. Creo que se vendió una especie de impresión de que el rock era algo para aficionados, algo que no había que tomarse demasiado en serio. Y creo que todavía eso está en el subconsciente colectivo: que el rock o la música popular es algo a lo que se dedica aquel que no valía para tocar clásico, flamenco o jazz. Y en esas estamos.
Volvamos al presente y a las canciones que completarán este «Mariposas». ¿Cómo grabarás los nuevos temas?
Hay algunos que grabaré yo todos los instrumentos porque me apetece. Sobre todo me apetece mucho tocar la batería, me lo paso muy bien, me apetece mucho tocar la batería.
Desde que hemos empezado la conversación, me has dicho que te apetece mucho tocar el piano, la guitarra, la batería, trabajar la voz… ¿Hay algo que no te apetezca estudiar?
(Risas) Sí, es que estoy en esa fase ahora en la que me divierte mucho estudiar y aprender cosas. Y en ese camino también me gusta hacer eso con las canciones. Me estoy presionando a no acabar canciones, a tener bocetos aunque me queden dos meses para entrar a grabar, y probar esa experiencia que nunca he vivido. Todo lo que he grabado siempre ha sido fruto de trabajo de dos o tres años, todo muy cerebral, hasta que he dado con ello, le iba dando forma y al final iba al disco ya hecho. Ahora me apetece vivir ese otro vértigo.
¿No te gusta dejar una canción abierta para acabar de darle forma en el estudio?
No, nunca lo he hecho así. Hay gente que me decía hacían las letras una semana antes, cuando ya estaba grabado todo. A mí no me cabe en la cabeza. Es algo ajeno a mi forma de sentir y de trabajar. No lo he hecho nunca. Voy a hacer un paso intermedio. En realidad, a mí lo que menos me gusta de mi trabajo es componer.
¿No disfrutas componiendo?
No, lo paso fatal, no lo disfruto. Es lo que menos disfruto. Componer es horrible. Es una tortura para mí.
“Siempre encontré mucha inspiración en el rock latinoamericano. Para mí fue como mirar en el espejo de Alicia y ver que había un mundo detrás”
Siempre has contado que compones del tirón, que todo te viene a la cabeza: música, letra, estructuras armónicas… ¿Dónde está ahí el sufrimiento?
Es el proceso psicológico que te lleva a encontrar ese estado de ánimo en que te brota la idea. Todo ese proceso es espantoso. Lo siento como estar encendiendo fuego con dos palos… Como si estuviera en una isla desierta o un desierto, ha llegado la noche, vamos a pasar temperaturas bajo cero, tengo una caja de cerillas y está mojada, se me acaba de caer el poco agua que me quedaba en la cantimplora sobre la caja de cerillas y me quedan diez minutos antes de que… (se detiene) y tengo que encender la hoguera.
Vaya, casi deberían pagarte un extra por pasar esa angustia…
Sí (risas). Recuerdo que vi un documental sobre el proceso de la creación en el que salía Sting. Él dice en ese documental que la composición es un proceso horrible. Es verdad, yo lo paso fatal, es lo que menos me gusta. Y no he conseguido nunca que me parezca divertido.
¿En ninguna fase del proceso te sientes bien?
Sí, la sensación cuando has acabado la canción y has dado con ello es tan placentera y tan gratificante que no puede compararse con ninguna otra situación, ni con ver a treinta mil personas coreando una canción tuya o escuchando el proceso final del disco, que también disfrutas mucho, aunque dura diez minutos porque los siguientes diez minutos ya lo odias (risas). Ese momento de tener una canción no se puede comparar con nada, igual que el dolor que te lleva a ella tampoco se puede comparar con nada. Y por eso, quizá con los años, a mí que me cuesta más hacerlo y luego el afrontar ese desgaste y ese desgarre de hacer una canción.
¿Te ves capaz de dejar de publicar discos?
Sí, podría llegar a hacerlo.
Sin embargo, parece que tu labor como productor te reporta bastante más satisfacción. ¿Disfrutas más en esa faceta?
Sí, arreglar la vida a los demás es más fácil que arreglártela a ti mismo. Un grupo llega con una canción y lo escuchas. Aunque la canción no te guste, el trabajo de productor mola mucho, porque se trata de hacer que eso mole. Saber dónde está lo bueno y lo malo en esa canción, potenciar lo bueno y volcar allí toda tu energía. Eso enciende un interruptor en tu cabeza donde las ideas empiezan a surgir en avalancha. Es muy gratificante. Enseguida cojo una libreta y empiezo a apuntar. Me encantan las producciones, me voy al local con el grupo un mes antes, empezamos a ensayar, buscamos cosas… Eso es una sensación de euforia tremenda.
¿Te consideras más artesano que artista?
Lo que tengo es más una especie de fetichismo, tiene que ver con los rituales. Me gustan los rituales que llevan todo esto. Porque los rituales son los que me hacen ser artista o me llevan al punto emocional en el que me brota el arte. Igual necesito de la artesanía para llegar al arte. En una disciplina como la música, es difícil distinguir dónde empieza una cosa y donde acaba la otra. Sobre todo cuando haces rock. La música popular o el rock es una música tradicional, es algo que se nos ha olvidado, quizá por eso no les damos tanto valor aquí. Es una tradición, estás reinventando o maquillando una herencia que te viene de antes, y eso seguramente tenga que ver con la artesanía, no es un estallido puro. Se ha querido vender que es así, pero no es así ni para Joy Division ni para la gente que hace blues ni para The Chemical Brothers. Ni para la música máquina, la música industrial.
¿Hay gira a la vista?
En junio tocamos en el Teatro de La Latina por la mañana. Vamos a tocar para un aforo grande con una acústica decente, que en Madrid eso parece imposible. Es odioso tocar en cualquier sala de Madrid en general, están muy mal preparadas y no se cuida el sonido.
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Primera parte de la entrevista a Lichis: Canciones de posguerra (1)