LIBROS
“Un manual ilustrado con las estéticas que dominaron la cultura juvenil, la parte gráfica del pop”
Jorge Gard
“Cuando Bruce Waye se llamaba Bruno Díaz. Un viaje por Novaro”
DIÁBOLO
Texto: CÉSAR PRIETO.
Para un niño de los setenta, editorial Novaro suponía un placer esporádico y deslumbrante. Teníamos Bruguera y el TBO, los de una edad un poco más provecta acudían a Vértice y sus superhéroes, Pumby y poco más, pero de vez en cuando aparecían en nuestros kioskos, colgadas con pinzas como batas de un colegio de fantasía, unas portadas mucho más coloristas que las hispanas que abarcaban cientos de estéticas, pero que para alguien aún en la EGB de los pequeños como yo se resolvían en Sal y Pimienta, Periquita o La Pequeña Lulú, niños de raro y seductor ingenio. No solían aparecer semanalmente, pero como ese pariente a quien ves de forma inesperada y que resulta tan seductor, nos subyugaban.
Era un mundo que no se parecía nada al que veíamos en núcleos urbanos y suburbiales europeos. Ni las casas, ni las calles, ni las escuelas tenían mucho que ver con las nuestras. Fue el primer contacto con un costumbrismo amable norteamericano. El lenguaje nos sorprendía, hablaban como nosotros pero no era como nosotros; ciertas palabras, ciertos giros… Fue nuestro primer contacto con Hispanoamérica. Era solo una parte, y menor, de todo el entramado de un emporio editorial mexicano que abarcaba muchos más cauces y cuya historia se despliega en el volumen que presentamos.
El coloso nace en octubre de 1949 y sufre diversos cambios de nombre hasta llegar a Novaro y distribuirse en todos los países de habla española. Se hace una historia, sucinta, sin datos eruditos, de su andamiaje, de lo primero que licenció, que fueron los personajes de Disney, hasta que en 1965 la familia en la que germinó, peleados por cuestiones ideológicas, vende la empresa. A todo ello se dedica el uruguayo Jorge Gard, con un tono entre nostálgico y académico.
A partir de aquí se despliegan los capítulos por bloques temáticos, animales de figura humana es el primero, y aparecen absolutamente todos, y al aparecer todos nos encontramos con algunos ya olvidados por estar fuera del circuito del revival, ¿quién se acuerda de las Urracas Parlanchinas y de Super Ratón? Precisamente este es el primero de los superhéroes que acoge la editorial mexicana y con él se inicia el segundo capítulo que sigue con un repaso a Superman, y aquí sí el tono es de estudio docto, y Batman, y el Capitán Marvel y de nuevo todos.
Las ilustraciones son innúmeras –y no es hipérbole, son cientos de portadas– que ilustran el mundo del terror, las historias del oeste, los clásicos del cine y de la televisión, la gran mayoría nunca vistas en España y la operación de marketing para que los días de fiesta hubiera en el kiosko una ración de diversión: “Domingos alegres”, que estaba en los kioskos tal día de la semana.
A partir de aquí, los personajes acuden en alud, La Pantera Rosa y Tarzán, el Spirit de Will Eisner y Hulk, las pandillas juveniles con Chiquilladas, lo que allí se llamó Plaza Sésamo, aquellos que recuerdo como Sal y Pimienta, Daniel el Travieso, Periquita o La Pequeña Lulú; incluso el fantasma Casper. Hasta acogen breves serie en las que desembarcan personajes de Bruguera o de la escuela franco-belga. Y más extravagante, cuadernos sobre historia de México o de caligrafía, leyendas de América, mitología clásica y vidas ilustres. Hasta entran en el campo de los álbumes de cromos, enciclopedias y libros de pasatiempos.
Hasta en el mundo de la música entraron. Con los Beatles, con Los Modélicos –cartoon con un grupo mod de los sesenta– conjuntos musicales como los A Go-Go o Archi, mater de Los Archies. Si ven algunos de los dibujos se darán cuenta de que es cómic bubblegum. En definitiva, el interesado en la cultura popular del siglo XX tiene aquí su volumen esencial: un manual ilustrado con las estéticas que, pese a quien pese, dominaron la cultura juvenil, la parte gráfica del pop.
–
Anterior crítica de libros: “Bruce Springsteen. Promesas rotas”, de Ignacio Julià.