Nino Bravo y sus canciones escondidas

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“Quizás ‘arrollador’ es el adjetivo que mejor le siente, por mucha música ligera que entendamos que hizo, los resultados son completamente arrasadores”

 

¿Fueron los mayores éxitos de Nino Bravo sus mejores canciones? Puede que sí, pero entre su discografía menos popular hay temas que podrían haber corrido la misma suerte. César Prieto rastrea entre las joyas menos conocidas.

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Decir Nino Bravo es acudir a cierto imaginario hispano nostálgico y selecto. Por unas razones o por otras sus canciones –calidad, cuidada producción, voz, también su fatídica muerte; todo ayuda– han pasado a la memoria popular tanto en la Península como en América. Es sangre de karaoke e inspiración para grupos alejados de sus parámetros –Seguridad Social o Corcobado tienen enormes versiones de sus canciones, por no hablar de El Chaval de la Peca o de las remezclas de La Casa Azul–; es carne de nostalgia y adalid de una escuela de cantantes. Cualquier lector al que se le diga “cántame una de Nino Bravo”, sabrá por donde salir, y podrá salir por varias porque desde luego no es un “one hit wonder”, tiene al menos cinco hits y otras tantas reconocibles.

Sin embargo, sus cinco elepés dan para mucho más. Cinco elepés que Universal ha editado en una caja y que permiten disfrutar de nuevo de canciones ya manidas por todos lados; pero también –y eso es lo importante– rebuscar entre el resto de sus cortes, donde les aseguro que van a encontrar, junto a perfectas demostraciones de música melódica que no salen del tópico, verdaderas maravillas que demuestran que Nino Bravo estaba más conectado de lo que cabe suponer con la música europea de su momento: ingleses y americanos del mundo del pop y franceses de la chanson se sitúan mucho más cerca de él de lo que parece, así que la indagación nos va a dar preciosas sorpresas. Atentos a ellas.

Sus inicios no fueron fáciles. Composiciones de un Manuel Alejandro –que sobre todo trabajaba para Raphael– en un single que vendió seiscientas copias, un “Te quiero, te quiero” que le prestó Algueró y con el que le costó arrancar y pérdidas económicas al presentarse en conciertos escasos de público no lo hicieron desfallecer. Llegó con ello a un primer elepé fluctuante, pero que atesora interpretaciones soberbias, incluso alguna que quedó inédita. No se explica uno por qué descartaron y no se pudo publicar hasta 2003 mi canción preferida en este momento de Nino, una barbaridad llena de groove con un órgano machacon, guitarras enloquecidas y un ritmo tribal de lo que parecen cientos de percusiones: ‘Te amaré’.

No desentonaría –arrasaría, me atrevo a decir– en cualquier allnighter mod. Es su grupo de toda la vida, Los Superson, quienes la componen y quienes lo acompañaban en sus directos; aquí hacen vibrar la canción. Cuesta trabajo creer que tanto primor orquestal se pudiera traspasar en sus actuaciones a una instrumentación tan básica en la que solo contaban guitarra, teclados, bajo y batería. De ese primer elepé se destacan también los arreglos de Pepe Nieto en ‘Tú cambiarás’, mucho más pop y de atractiva melodía, y el toque soul que proclama ‘En libertad’.

En el segundo brilla absolutamente ‘La puerta del amor’, soberbia y grandilocuente versión de Gene Pitney, con un final explosivo, los arreglos de Joan Lluis Moraleda –poco prolífico, pero aquí con música en vena– a la manera de los Walker Brothers y una voz casi negra y de textura rasposa. Y el soul también se ve en la lejanía de los instrumentos de ‘Por culpa tuya’ regalada por el Dúo Dinámico, con arreglos que aquí demuestran el supremo oficio de Rafael Ibarbia, capaz de dotar de un sabor desmesuradamente gráfico, casi de blaxploitation, a una letra que no pasa de ser tópica dentro de un conjunto de textos bien trabajados pero insulsos.

Otra de las canciones escondidas, citada siempre por los conaisseurs pero no afecta al público es ‘Cartas amarillas’ o cómo pasar de un inicio de piano a lo Chopin a un estribillo grandilocuente en la tradición también de los Walker Brothers. Es la primera canción que le compone Juan Carlos Calderón, que a la postre se convertirá en el arreglista con quien más cómodo se siente. En este caso, y frente a lo que es habitual, retiene la voz, lo que extrañamente añade fuerza al tema.

Extraña de verdad, eso sí, resulta ‘Volver a empezar’, de su cuarto elepé, su canción más heterodoxa entre una docena correctamente melífluas. Los instrumentos avanzan en una forzada tensión, casi expresionista, si le quitas la voz está más cerca de Nick Cave que de cualquier otra cosa, y la letra incide en estas penumbras y negros, nocturna como casi ninguna otra de sus interpretaciones. Otra composición de Herrero y Armenteros, que venían de Los Relámpagos y al igual que Nino, por tanto, tenían orígenes pop.  La que da título al conjunto no es de las más conocidas –‘Libre’ es la estrella de ese disco–, pero si le suprimes la grandilocuencia resulta ser una bella descripción de intimidades geográficas a la manera de Serrat o de Cecilia. Imaginarla cantada por uno de ellos dos resulta reconfortante.

Y llegamos al disco póstumo, hecho de retales y de grabaciones milagrosamente conservadas y quizás por eso el que atesora mayor número de detalles novedosos. Incluso en el ‘América, América’ de tan gran difusión se cuela un bombo cavernoso y una guitarra que puntea al final como si el mundo estuviera a punto de acabarse. Los arreglos son de su cómplice más cercano en estos últimos años, Juan Carlos Calderón. Pero hay más, el aire deliberadamente retro de ‘Yo no sé por qué esta melodía’ o el valsecito ‘Mona Lisa’ que había cantado Nat King Cole y que Nino Bravo trata a la manera francesa, como un Charles Aznavour, o incluso la única canción compuesta por él junto a su grupo, ‘Vivir’ –había preparado solo el estribillo y los invitó a cenar, en esa velada salió entera– resultan especialmente originales, sin nada que sea novedoso ni rupturista.

Para ese mismo elepé, grabado en Londres, había estado preparando el ‘Himno al amor’ de Edith Piaf y ‘The Long and Winding Road’, nadie sabe lo que podía haber hecho con ellas, alguno de su grupo que escuchó pruebas dice literalmente que era “arrollador”. Quizás este sea el adjetivo que mejor le siente, por mucha música ligera que entendamos que hizo, los resultados son completamente arrasadores. Cierto, Nino Bravo es ya un clásico incontestable, sus canciones no se discuten, pero como en todos los grandes, estas tapan el bosque. Y les aconsejo que paseen por él, es florido y abundante.

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