“Vivimos en un éxtasis continuo con picos destacados, como esa ‘Lovesong’ que nos deja tocados y hundidos, o una brutal interpretación de ‘Just like heaven’ que nos remueve”
The Cure escogieron el clima perfecto para su show en Madrid: domingo por la noche, mes de noviembre, frío y lluvia. Una oscuridad que incendiaron en el escenario. Allí estuvo David Pérez.
The Cure
Barclaycard Center, Madrid
20 de noviembre de 2016
Texto y fotos: DAVID PÉREZ.
Es un domingo desapacible, frío y lluvioso, dan ganas de quedarse en casa cerca de la estufa hasta el fin de los días. Además, aún arrastramos la bendita resaca post Paul Simon del viernes y no queremos que se nos pase por nada del mundo. Pero salimos a la calle y buscamos de nuevo cobijo frente a la tormenta en un Barclaycard Center en el que, aunque aún se pueden oír los ecos del inolvidable ‘Bridge over troubled water’ de cierre de Mr Simon, ya se empieza a respirar una resplandeciente oscuridad que arrasará absolutamente con todo.
Da igual que lleven ocho años sin sacar disco y casi dos décadas sin presentar material verdaderamente notable, aquí no cabe un alma, las entradas se agotaron hace meses y algunas se han vendido por más de 500 euros. 16.000 afortunados (muchos con el pelo cardado, maquillaje blanquecino y ojos y labios pintados) compartiendo esa sonrisa nerviosa que presagia que algo grande va a suceder.
Los escoceses The Twilight Sad preparan cuidadosamente las brasas (con convicción pero exagerada teatralidad) y Robert Smith y los suyos tardan medio segundo en bañarnos en gasolina y deseo. El bajo de Simon Gallup enciende la mecha y Jason Cooper hace lo propio a las baquetas en ‘Open’, del genial “Wish” (1992), y ya no nos bajamos de la montaña rusa hasta mucho después de terminar con el ‘Why can’t I be you’ final. Hace falta poca luz y escasa parafernalia con 31 temas como 31 (oscuros) soles, un baile catártico al alcance de muy pocos, una tela de araña tejida con el fino hilo que une sueños y pesadillas.
Tocan ‘Hight’, ‘A night like this’ y ya no hay vuelta atrás, dejamos de tocar el suelo. La banda explota en el inicio instrumental de ‘Push’ y Smith entra con esa voz que no parará de arañarnos por dentro una y otra vez. Rasga su acústica y la ola de calor sigue con ‘In between days’, para seguir estrujándonos el pecho con la belleza contenida de ‘Pictures of you’ y los aires orientales de ‘Kyoto song’.
La lluvia de hits no cesa, vivimos en un éxtasis continuo con picos destacados, como esa ‘Lovesong’ que nos deja tocados y hundidos, o una brutal interpretación de ‘Just like heaven’ que nos remueve y hace que se erice hasta el plástico de las butacas.
En ‘The last day of summer’ nos dan un respiro para coger carrerilla y volver a vapulearnos en la recta final más oscura, con ‘The hungry ghost’, ‘From the Edge of the deep green sea’, la densa y compacta ‘One hundred years’ del “Pornography” (1982) y la canción que cerraba “Wish” como punto y aparte, una majestuosa ‘End’ con la banda al completo a todos gas.
Ovación de libro y reaparecen rápidamente, abriendo la primera de las tres tandas de bises con un tema nuevo que deja muy buen sabor de boca, ‘It can never be the same’. Le sigue ‘Burn’, de la banda sonora de “The Crow” (1994), donde Robert se desgañita y demuestra su poderío vocal, más dos imprescindibles del “Seventeen Seconds” (1980) que desatan un nuevo terremoto, “Play for today” y el baile de sombras de “A forest”.
Pequeño parón y llega la tanda más guitarrera, en la que Reeves Gabrels da rienda suelta a sus seis cuerdas. Retoman con una rompedora ‘Shake dog shake’, ‘Three imaginary boys’ de su primer álbum del mismo nombre (1979) y la absorbente ‘Fascination street’, con el bajo de Gallup (si Smith es el alma, él es el motor) marcando los tiempos y ese teclado venenoso, marca de la casa, en vena. Antes de la penúltima despedida, un par de bailongas versiones donde Robert casi sale a bailar, ‘Never enough’ y ‘Wrong number’.
Y la traca final con repóquer más as bajo la manga: el serpenteante teclado de Roger O´Donnell de nuevo al mando en la mítica ‘Lullaby’ (en la que hasta aparece un Spiderman a hombros en la primeras filas), del “Japanese whispers” (1983), ‘The walk’ (del que nos faltó ‘The lovecats’) y dos de las más esperadas y coreadas por todos, ‘Friday I’m in love’ y ‘Boys don’t cry’, en las que hasta se ve sonreír y bromear a un Robert Smith que se sigue vaciando sobre el escenario, como si el show no hubiera hecho más que empezar. Nos rematan con ‘Close to me’ y ‘Why can’t I be you?’, cierre perfecto (aunque echamos de menos los vientos) para un concierto prácticamente inalcanzable para el resto de los mortales, que rejuvenece a The Cure y al público que abarrotó el Barclaycard Center. Robert Smith se despide feliz, emocionado y agradecido, prometiendo volver muy pronto… Allí estaremos.