CINE
“Un lienzo en vertiginosa transformación en el que lo único previsible en alguna medida es su armazón narrativo y el viaje de aprendizaje de su protagonista”
“Doctor Extraño” (“Doctor Strange”)
Scott Derrickson, 2016
Texto: JORDI REVERT.
Corazón del blockbuster actual, el Marvel Cinematic Universe había alcanzado un estadio en el que las sinergias de franquicia parecían haber agarrotado la creatividad hasta que “Capitán América: Civil War” (“Captain America: Civil War”, Anthony y Joe Russo, 2016) llegó para inaugurar la tercera fase y proponer nuevas interrelaciones y brechas para un futuro más prometedor. Lo que la película de los Russo y la mayoría de sus predecesoras no albergaban era una reflexión sobre las posibilidades formales en relación directa con sus personajes, algo que solo Ant-Man (Peyton Reed, 2015) y los planos secuencias digitales de “Los Vengadores” (“The Avengers”, Joss Whedon, 2012) y “Los Vengadores: La era de Ultrón” (“Avengers: Age of Ultron”, Whedon, 2015) parecían plantearse.
“Doctor Extraño” es, en ese sentido, una excelente noticia. La llegada de Scott Derrickson –autor de la muy interesante “Sinister” (2012)− a la franquicia ha servido para proponer una de las más insólitas derivas del universo Marvel. La adaptación del personaje creado por Steve Ditko en los 60 es un extraño ramalazo que contraviene la tendencia a la uniformización del MCU y concentra todos sus esfuerzos expresivos en forjar una imaginería propia. En ella se produce un salto creativo en el que las imágenes circulan sin freno e invocan ciudades que se desdoblan y se descomponen a gran velocidad, dimensiones que se abren y se cierran en mitad de luchas a muerte, ilustraciones del tiempo sometido y, en definitiva, todo un catálogo de secuencias alucinadas que ponen de relieve la inestabilidad permanente de lo real. La película de Derrickson es como un lienzo en vertiginosa transformación en el que lo único previsible en alguna medida es su armazón narrativo y el viaje de aprendizaje de su protagonista –alineado, desde el ego hasta el sacrificio por el bien común, con el de Tony Stark/Iron Man−. Ni siquiera su discurso se pliega a los habituales problemas de identidad o la responsabilidad del superhéroe, sino que se extiende más allá hasta permitir al espectador el cuestionamiento de la realidad y sus límites. En medio de esa cruzada en los laberintos de la relatividad, Benedict Cumberbatch dota de rotunda personalidad a su Stephen Strange y lidera un reparto en el que Mads Mikkelsen y Tilda Swinton se confirman como la verdadera réplica entre una galería de secundarios accesorios. El rostro, taimado e inquietante, del actor británico, se postula como la cara visible de una posible vía paralela dentro del cosmos marvelita en el que la libertad sin cortapisas puede dar como resultado ficciones más fascinantes y menos predecibles.
–
Anterior crítica de cine: “Que Dios nos perdone”, de Rodrigo Sorogoyen.