Quique González: Rompiendo las filas del rock

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“Parece mentira que la chica que busca la segunda fila y huye fugaz cuando se le aplaude demasiado pueda crear tanta belleza cuando cierra los ojos delante del micrófono”

 

Tres meses después de iniciar la gira de “Me mata si me necesitas”, Quique González ha hecho doblete en la capital junto a Los Detectives. Arancha Moreno estuvo en el segundo de los dos conciertos celebrados en el madrileño Teatro Circo Price.

 

Quique González
Teatro Circo Price, Madrid
10 de julio de 2016

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

“El boxeo soy yo”, solía decir Kid Chocolate, el púgil veloz, el hábil artista del ring. En diez años de carrera (de 1929 a 1939) logró 136 victorias, 10 derrotas y 6 empates. Pudo haber luchado en el viejo Teatro Circo Price, en un recinto circular, con las gradas aullando, arropándole, lanzándole a por la siguiente victoria. Pero no fue así.

El viejo circo que fundó el irlandés Thomas Price acogió este domingo a otro peso pluma que tocaba por segunda noche consecutiva dentro de los Veranos de la Villa, Quique González. Llevaba tres meses sin pasar por su ciudad, los mismos que han transcurrido desde que se inició la gira en Pamplona el 1 de abril, seguido del doblete que realizó en Leganés antes de coger la furgoneta para recorrer el resto de España. Entonces Los Detectives eran cinco: Edu Ortega (violines, mandolinas, guitarras), Pepo López (guitarras), Edu Olmedo (batería), Alejandro “Boli” Climent (bajo) y el invitado de esta gira, David Schulthess (Hammond y teclados). Pero ahora son seis, porque está Nina. Y el show ya no es el que era entonces.

 

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Como sucede cada noche que salen al esceanrio, la cabina de teléfono suena justo antes de arrancar el show. Las farolas y el cartel “Asturiana de Zinc” siguen rodeando a los músicos, y Quique aparece en escena entre una sarta de aplausos y cariño. Está dispuesto a despachar “Me mata si me necesitas” de principio a fin: ‘Los detectives’, ‘Se estrechan en el corazón’ (cantándola con la mano en el pecho), ‘Sangre en el marcador’, ‘Charo’ y ‘Cerdeña’ conforman el primer asalto. Y Nina, que pretende estar en un segundo plano pero no le dejan, va aupando desde el fondo con los coros hasta que llega ‘Charo’, y se coloca junto a él, en primera fila. Es curioso cómo el público canta precisamente sus versos, como si Charo fueran todos y cada uno de los asistentes que bailan sentados en sus butacas. Quique sonríe satisfecho de haber descubierto a alguien como ella. Cuanto mejor es el equipo, mejor es el resultado, y el madrileño aplaude a su banda, le deja hacer, disfruta de su compañía. Sabe que está sonando como nunca ha hecho.

 

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“‘La casa de mis padres’ crece a cada verso, y la soledad muta en un abrazo de guitarras, cuerdas, percusiones y pianos, un abrazo exasperado que parece un grito de dolor, de frustración, de “luchar con la puta culpa”.

 

“Ya sé que es jodido estar en Madrid y hablar de una isla del Mediterráneo”, ha bromeado antes de encarar una versión acústica y cálida de ‘Cerdeña’, pero pronto nos saca la espina lanzándose a por el segundo round con una colección de canciones “policíacas, detectivescas, criminales”, y ahí llega su admirado ‘Kid Chocolate’ (“El boxeo soy yo”, decía el Kid) con la guitarra de Pepo apuntando la electricidad, y sube aún más la guardia con ‘Por caminos estrechos’, registrada de forma acústica en “Pájaros mojados”, pero con una segunda vida eléctrica que prende el directo. Decidido a quemarlo por entero, llama a Alex “Nashville”, “uno de los nuestros, nos ve tocar desde que era pequeño”. Con sus melenas y un sombrero que delata porqué le apodan Nashville, el joven deja unas guitarras impecables en ‘¿Dónde está el dinero?’ y ‘Tenía que decírtelo’. La noche es canalla y eléctrica, pero el rockero, siempre poliédrico, no tardará en cambiar de registro en el tercer set, formado por una selección de canciones de un disco “que es especial para algunos de vosotros”. Cuenta que el sábado pasó por la calle que le dio título a “Salitre 48”, porque “uno es un sentimental”. Hoy, además, está entre el público la chica de ‘Reloj de plata’; ha venido a verle Violeta, “la chica que me cuidó esos años”, confiesa.

 

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“Eso han hecho: romper el concepto único del rock eléctrico, demostrar cuántas maneras tiene Quique de abordar sus canciones, afrontar el género desde tantas ópticas como años lleva en esta profesión”

 

‘Tarde de perros’ le pone al frente del escenario, apoyado en los coros por Edu y Pepo, fieles escuderos; Olmedo y Climent siguen sentando bien las bases en un segundo plano, y David se sienta al Hammond para hacer crecer ‘La ciudad del viento’. Qué electricidad tan hermosa desprende ‘Salitre’, y cómo la aplaude el respetable justo antes de tener que “salir a buscarme alguien que me arranque de cuajo la pena”. Y ahí, en perfecta comunión con el público, Quique disfruta bien flanqueado de sus propios Heartbreakers. Quizá porque está justo donde soñó estar.

En plena euforia se despeja el escenario, Eduardo Ortega agarra el violín y Quique se queda solo con la guitarra para acompañar a la protagonista del tema. Y Nina desgarra ‘De haberlo sabido’, la hace suya, la canta como un lamento quebrado, y la sala se estremece. Parece mentira que la misma chica que busca la segunda fila tímidamente, y huye fugaz cuando se le aplaude demasiado pueda crear tanta belleza cuando cierra los ojos delante del micrófono. Aunque busque la sombra, no se librará dos canciones más tarde del verso de ‘Orquídeas’ que le dedica Quique: “Un cielo azul eléctrico para el poster la nueva estrella”, canta señalándola. Un tema “que me recuerda mucho a esta ciudad”, en el que juega especialmente con las palmas y las voces del público.

 

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Ya ha desfilado el “folk norteño” de ‘Ahora piensas rápido’, y después lo hará una versión a dúo con Nina de ‘Me mata si me necesitas’, pero entre ambas toca recibir “a un súper amigo que me ayuda a escribir canciones, un compañero excelente”: César Pop. La química fluye de forma espectacular en ‘Relámpago’, cantándola a medias ante un público que ya no puede mantenerse quieto. Precisamente ahí, cuando todo todo está arriba, el escenario se queda a oscuras. Un foco ilumina solo a Quique, que arranca a solas con la guitarra ‘La casa de mis padres’. La emoción se agolpa en el pecho, aún más estando en su ciudad. El autor cierra los ojos. Tras los primeros versos llega el violín de Ortega, y después el Hammond de Schulthess, y el tema va creciendo. La soledad muta en un abrazo de guitarras, cuerdas, percusiones y pianos, un abrazo exasperado que parece un grito de dolor, de frustración, de “luchar con la puta culpa”. Pero a la vez, todo ese dolor empieza a transformarse en canción, Quique está empezando a manejar la canción a pesar de la emoción y es capaz de terminarla de nuevo él solo, con un aullido blues que tiempo atrás quizá no habría podido hacer. Después, todos se marchan del escenario.

Hemos visto muchos sets, muchas maneras de encarar el repertorio, pero aún quedan algunas más. Aún hay tiempo para recibir a otro invitado, Guille Galván de Vetusta Morla, una banda que se ha ganado el respeto del madrileño, que aprovecha la presencia de otra nueva guitarra para soltar por primera vez la suya y agarrarse al micrófono en ‘Pequeño rock and rol’. Rescata ‘Su día libre’ y también “la semilla” que dio origen a su nuevo trabajo, ‘Clase media’. Acústica que torna en eléctrica, recoge bien el espíritu de este último disco, y de este último Quique. Y justo después, el último invitado del directo, “uno de mis escritores de canciones favoritos”, el leonés Fabián, que le acompaña a dúo en una delicada versión -a dos guitarras y violín- de ‘Aunque tú no lo sepas’.

 

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“Vamos a cambiar lo que teníamos previsto”, anuncia el madrileño antes de sumergirse en el rock and roll de ‘Avería y redención’. Se están viviendo los últimos compases en el ring, y vuelven casi todos. La eléctrica ‘Kamikazes enamorados’ levanta únanimamente al Price, mientras Alex Nashville se sienta ante el pedal esteel y Los Detectives empujan más que nunca el show. El escenario hierve, pero el músico se permite terminar con la misma libertad con la que ha encarado todo el show: con una versión de la ranchera ‘Dallas-Memphis’, un final country al que acude César Pop para compartir uno de los versos que ambos gritan con sentimiento: “Ejércitos del rock rompiendo filas”. Y eso han hecho esta noche: romper el concepto único del rock eléctrico, demostrar cuántas maneras tiene González de abordar sus canciones, afrontar el género desde tantas ópticas como años lleva en esta profesión.

El último bis podría haber ocurrido en la puerta del Price, a las ocho de la mañana. Al menos, si dependiese de Quique, que a esa hora publicaba este mensaje en su cuenta de Twitter: “He vuelto al lugar del crimen para ver si nos dejan tocar un par de canciones más”.

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