CINE
“Michael Moore es el documentalista de la nueva generación, de los criados en la cultura de la sobreinformación que necesitan que los mensajes les lleguen divididos en eslóganes que puedan retener”
“¿Qué invadimos ahora?” (“Where to invade next”)
Michael Moore, 2015
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
De todas las palabras que podríamos utilizar para definir el cine de Michael Moore, la sutileza no se encuentra entre ellas. El realizador de Michigan se ha caracterizado a lo largo de toda su carrera por un posicionamiento ideológico claro y contundente, que se refleja tanto en la puesta en escena de sus películas como en el montaje. Y, claro está, en la elección de temas. Mientras que otros documentalistas, como el siempre mencionado pero pocas veces continuado Errol Morris, han optado por la opción del narrador invisible, y por investir a sus filmes de una ambigüedad que confía en la inteligencia del espectador, Moore se ha lanzado por la vía del documental fast food, con mensajes que no dan lugar a equívocos ni a escalas de grises. Y lo hace además, para irritación de muchos, a través de su propia y constante presencia en sus películas, como si el espectador necesitara un intérprete que digiriera la información y se la entregara continuamente procesada. Sin pretenderlo, Michael Moore es el documentalista de la nueva generación, de todos aquellos criados en la cultura de la sobreinformación y que necesitan que los mensajes les lleguen cómodamente divididos en eslóganes que puedan retener.
Seis años después de su última película hasta la fecha, “Capitalismo: una historia de amor” (2009), Moore abandona por primera vez en su carrera suelo americano y plantea un, a priori, interesante juego: invadir (metafóricamente) diversos países del mundo para tomar de ellos políticas e ideas de las que EE.UU. carece. Sin embargo, lo que podría ser un interesante juego de espejos entre el sueño americano y sus sombras reales, acaba convertido en una especie de parodia que peca de forma evidente de una exageración (en lo bueno y en lo malo de cada país) que convierte al conjunto en un ejercicio de demagogia casi sonrojante. Así, cuando uno ve la película, tiene la sensación de que todos los italianos disfrutan de ocho (¡ocho!) semanas de vacaciones pagadas al año y que todos los días disponen de dos horas para comer la pasta rellena preparada por la mamma, que todos los niños franceses (hasta los de los barrios más pobres de las ciudades más pobres, literalmente) comen en el colegio menús de restaurantes de cinco tenedores, o que puedes inyectarte heroína en la puerta de una guardería en Portugal sin que nadie te llame la atención por ello.
Es obvio, sin embargo, que en Europa se han alcanzado libertades y derechos individuales que no existen todavía en EE.UU., como la abolición de la pena de muerte, el derecho a una sanidad y educación universal y gratuita, la incorporación de las mujeres a puestos importantes de dirección, etc. Pero en la película se da una idea de la situación en Europa que, a base de generalizar, olvida todos los claroscuros que la impregnan, especialmente en países como Italia, Portugal o Túnez donde ahora mismo no pueden presumir precisamente de ser los paraísos que parecen en el filme. Y, por si fuera poco, la conclusión a la que llega Moore después de asistir (con un gesto de constante perplejidad, como si toda esa información le llegara por vez primera) al desfile de delicias europeas, es que todas las medidas que han adoptado esos países no son suyas, sino que provienen (¡sorpresa!) de los propios Estados Unidos.
“¿Qué invadimos ahora?” es, en definitiva y como todo el cine de Michael Moore, necesario y saludable en sus planteamientos, en la necesidad de poner el foco en asuntos importantes que afectan a todo el planeta. Pero también peca, de forma cada vez más evidente, de una factura maniquea y simplista, tan exagerada que roza lo ridículo. Aun así, resulta encomiable asistir una vez más al enésimo intento de Moore de defender un país del que no le gusta nada, pero al que ama profundamente. Un país al que, como se dice en un momento de la película, muchos no querrían ir ni aunque les pagaran.
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Anterior crítica de cine: “La bruja”, de Robert Eggers.