OPERACIÓN RESCATE
«Resulta el más perverso resumen de los ochenta. Con este disco, además, el público toma conciencia del artista mayor, del Prince que hay más allá de los hits»
Eduardo Tébar «rescata» el disco con el que Prince sentenciaba y resumía la década de los años ochenta: «Sing of the times». Y lo hace convirtiendo la decadencia del «american way of life» en materia para la pista de baile, pero asumiendo que la música debe asustar.
Prince
“Sign of the times”
PAISLEY PARK, 1987
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Ser un crío en los ochenta implicó sucumbir a una doble tanda de pirotecnia estética. La primera revolución la protagonizó Michael Jackson, rey del videoclip a partir de “Thriller” (1983). La segunda, la batidora total de la marmita de la negritud, personificada en un artista enjuto y ambiguo, acaso un epígono artie de Little Richard: Prince. Con “Sign of the times”, el hombre de la lluvia púrpura coloca los ochenta, la década disparatada, en su clímax. Una década que, en cierto modo, le pertenece legítimamente. Atrás quedaban cumbres como “1999” (1983), “Around the world in a day” (1985) y “Parade” (1986). Prince tocó el cielo para luego descender a sus propios infiernos.
La portada retrata la convulsión de los tiempos, el declive de los Estados Unidos de Ronald Reagan. Comete la osadía de lanzar un álbum doble que no plantea como obra conceptual, sino como arsenal sonoro. Es un Prince ebrio de sí mismo, que se permite temeridades como marginar a The Revolution, la banda con la que cimentó la gloria. Arranca así el definitivo culto al personalismo. Y tampoco debe extrañar en una figura de su perfil: un multiinstrumentista que compone, interpreta, arregla, diseña y que controla su legado desde su sello. Goloso, misterioso, abigarrado, el disco concentra psicodelia, sythn-pop, rock endurecido, funk, electro, soul y R&B clásico. The Revolution (los despidió mediante un comunicado en 1986) apenas brillan en la maratoniana jam ‘It’s gonna be a beautiful night’. La nueva formación combina antiguos miembros (Atlanta Bliss, Leeds, Greg Brooks y Miko Weaver) con flamantes incorporaciones: Boni Boyer, Sheila E., Levi Seacer Jr., y Cathy ‘Cat’ Glover.
Es el signo de los tiempos y el banquete abruma. Entre lo urbano y lo barroco, Prince convierte la decadencia del american way of life en combustible para la pista de baile (‘Sign of the times’, ‘Starfish and cofee’, ‘Strange relationship’, ‘U got the look’, ‘Could never take the place of your man’). El noticiero como fresco del apocalipsis. El sonido de la barbarie posmoderna. El de Minnesota preconiza un principio: la música debe asustar. Adolescentes colocados de crack, guerrillas callejeras, el mundo militarizado, la pobreza generada por las nuevas tecnologías. Violencia, abusos de poder, corazones y hogares rotos. Y el sida, seis años antes de ser un tema abordado en Hollywood. Aún así, en plena fiebre sintética, Prince también ofrece su cara más soleada, sin olvidar las guitarras hendrixianas que le conectaron con el público blanco (‘Play in the sunshine’); estruja los vericuetos de la sentimentalidad y el erotismo (‘If I was your girlfriend’); y se reivindica como heredero híbrido de James Brown y George Clinton mediante infección de funk y soul (‘Housequake’). La psicodelia que avanzaba en ‘Around the world in a day’ persiste en piezas como ‘Forever in my life’, con los coros en primer plano. Hay que reconocerle audacias como ese final de balada romántica, prolongada hacia el infinito, sin caer en la ramplonería (‘Adore’). Y no solo resume sus logros hasta la fecha, sino que agudiza la vena de la experimentación. Altera la velocidad de la cinta en ‘The ballad of Dorothy Parker’. En ‘The cross’, se vislumbra la huella de Velvet Undergroud. O la liturgia del sintentizador, el entonces novísimo Fairlight, arropado por un gomoso bajo funk y una batería seca y tajante.
Sí, “Sign of the times” resulta el más perverso resumen de los ochenta. Con este disco, además, el público toma conciencia del artista mayor, del Prince que hay más allá de los hits. Un exhibicionista con gusto. El álbum tendría prolongación cinematográfica, por supuesto dirigida por Prince (con el apoyo de Albert Magnoli, realizador de “Purple rain”). Un documental en el que el divo provoca un triángulo amoroso y añade el jazz a su coctelera con una versión de Charlie Parker. “Sign of the times” anticipa el pop de la era del remix, que es como el semiólogo Paolo Fabri ha catalogado el arte del siglo XXI. ¿Se hacen discos así todavía?
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Anterior «Operación rescate»: “Nadie hablará de… Nosoträsh” (1998), de Nosoträsh.