CINE
“La cinta convierte su principal atractivo (los zombis) en unos personajes anodinos y sin ninguna fuerza”
“Orgullo + Prejuicio + Zombies” (“Pride and prejudice and zombies”)
Burr Steers, 2016
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Desde sus orígenes, el género de terror ha sido utilizado (casi) siempre como metáfora de la realidad. Ya fuera para hablar de la amenaza nuclear, la guerra o la inmigración, el cine ha encontrado en las historias de terror una excusa perfecta para tratar temas acuciantes en nuestro mundo convenientemente disfrazados de relatos fantásticos cuyo alcance sensitivo directo –provocar “miedo” en los espectadores– muchas veces oculta el verdadero mensaje.
De un tiempo a esta parte, el subgénero de los zombis ha sido explotado (y sobreexplotado) en innumerables películas, series de TV, libros o novelas gráficas. Desde que George A. Romero resucitara (si se me permite el juego de palabras facilón) el género con “La noche de los muertos vivientes” (“Night of the living dead”, 1968) y lo llevara por unos derroteros cada vez más sociales, el zombi ha representado, más que nunca, esa otredad que nuestra sociedad del bienestar considera un peligro y una amenaza. No obstante, lo terrible del caso es que los zombis no son los otros, sino que somos nosotros mismos. Grupos ingentes de seres humanos víctimas del odio, la xenofobia y la ignorancia que son derribados y masacrados en masa por una sociedad celosa de conservar su estatus privilegiado.
Esta lectura, sin duda la más estimulante que se puede extraer de un género quizá demasiado transitado, se encuentra sin embargo totalmente ausente en un producto como “Orgullo + Prejuicio + Zombies” (Burr Steers, 2016), adaptación de la novela de Seth Grahame-Smith que, como ya hiciera en “Abraham Lincoln, cazador de vampiros” (llevada al cine en 2012 por Timur Bekmambetov), introduce la variante zombi en un contexto tan aparentemente alejado como es la narrativa del siglo XIX. En este caso, la archiconocida novela de Jane Austen sobre la búsqueda de la libertad y el amor en la encorsetada sociedad victoriana se ve transformada en un relato de terror en el que una epidemia ha convertido a gran parte de la sociedad inglesa en muertos vivientes sedientos de cerebros. Las hermanas Bennett (excepto Elizabeth, claro) siguen siendo las muchachitas frívolas y enamoradizas de la novela, pero están entrenadas en artes marciales chinas (sic), y el taciturno y arrogante señor Darcy (Sam Riley) es una especie de cazador de zombis excesivamente celoso de su trabajo. Así, lo que podría ser una premisa interesante, la de pasar la novela victoriana por el tamiz del mashup del terror y el gore se convierte, desgraciadamente, en un producto tibio en el que los dos principales estímulos del género (la crítica social para unos y la casquería excesiva para otros) están por completo ausentes.
Y es que la película peca de un confuso desorden a nivel de guion y montaje, una dirección sin nervio y, lo que es peor, convierte su principal atractivo (los zombis) en unos personajes anodinos y sin ninguna fuerza. Ni siquiera el contraste irónico de la lucha dialéctica entre Liz Bennett (Lily James) y Darcy por las idas y venidas en su relación amorosa en pleno apocalipsis consigue mitigar la sensación de anodina simpleza, y solo escasos momentos de explosión de carácter de Lily James o la breve pero refrescante presencia del Doctor Who Matt Smith consiguen salvar a la película, a duras penas, del desastre absoluto.
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Anterior crítica de cine: “Hermanísimas”, de Jason Moore.