“No más canciones tristes”, de Daniel Cros

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DISCOS

“El octavo disco de Daniel Cros se apunta a una línea de nuestra música que parece seguir dando frutos llenos de sabor”

 

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Daniel Cros
“No más canciones tristes”
ROSAZUL

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Daniel Cros ha tenido dos escuelas soberbias para llegar a la emocionante contención de su último disco: la primera, una amplia nómina de grupos con los que ha trabajado desde los años 80; la segunda, investigación de campo, las giras en las que ha ido recorriendo sobre todo la geografía de Iberoamérica. Ello le lleva a pulsar la nota adecuada de su vieja acústica –que domina los fondos como en el elepé anterior era el piano– y a dar con el fraseo preciso para hacer navegar las canciones por aguas claras de tranquilidad latina, como una barca que se echa al río y apenas la toma la corriente, ese paseo que en ‘A la vera del río soledad’ lo llena todo de aires andinos.

Son once canciones entre las que se cuelan dos versiones, cinco colaboraciones y todo el imaginario que el siglo XX hizo florecer en la música en castellano, intentando superar las viejas letras sobre heridas amorosas con mensajes más optimistas y arreglando con escuetas pinceladas y buen gusto. ‘No más canciones tristes’ es clara muestra de estas coordenadas, un bolero en el que intenta limpiar todo el veneno que acumulan los boleros, pero cantado de forma nostálgica. Viene a ser el disco un capítulo más de esta tendencia última de la música en castellano que asume nuestra tradición popular, la deja en esqueleto, como flores del arrabal de donde viene, y la viste levemente para no escandalizar.

Incluso llega a la canción ligera de los setenta, fagocitando todo, en la que abre el disco, ‘No me falles tú’, donde los coros femeninos reconvierten todo el sistema desde la crudeza a la sentimentalidad melodramática. De México nos viene un aire jarocho en ‘Jamás me curaré’ a dúo con Zaira Franco, con su esencia de guitarrones, vientos, violines, para esa voz acompañante con prestancia de gran señora. De Brasil, un ‘Meus olhos’ en la que cambian los parámetros y tanto Sylvia Patricia como la textura de la canción resultan más cálidos y llenos, en una bossa como de Gal Costa. Porteña es ‘Lagrimas de viento’, aun cuando hay toques de western a lo Ennio Morricone, con el argentino Alejo García, quien también asume ‘Que venís, que te vas’ con el espíritu de lo que siempre se ha considerado un tema de cantautor, que en este caso, y por las estrofas que combinan catalán y castellano, podría ser asumido por el Sisa más íntimo. También ‘Sin darnos cuenta’ bebe de estas fuentes en que se mezclaban aguas de visión personal y aguas de pop y hace recordar, por ejemplo, a los olvidados Víctor y Diego.

Una curiosidad: ‘Mi moto’, absolutamente saltarina y desgarbada, llena de un humor al límite, de ripios, de imágenes absurdas que recuerdan poderosamente esos años de ‘Las madres del cordero’ y las directrices de Moncho Alpuente. Definido en sus criterios de sonido, jugando desde lo básico con texturas que pasan del terciopelo a la crudeza, con un cuidado impresionante en la construcción de la letra para huir la imagen tópica, el octavo disco de Daniel Cros se apunta a una línea de nuestra música que parece seguir dando frutos llenos de sabor.

 

 

Anterior crítica de discos: “Number Zwei”, de Coke Belda.

 

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