LIBROS
“Descubrimos a un personaje fiero, impredecible, irascible, violento y tan aficionado al alcohol como a los matrimonios”
Nick Tosches
“Fuego eterno”
CONTRA
Texto: JUAN PUCHADES.
Que te apoden The Killer (el asesino), no debe ser casual. Y si además te parece bien, es que eres un tipo, como mínimo, peculiar. Y sí, Jerry Lee Lewis, “The Killer”, siempre ha sido bien singular. Nacido en 1935 pertenece a los pioneros del rock and roll, a la segunda oleada, la inmediata de quienes se arrimaron a Sun Records cuando Elvis estaba rompiendo esquemas con sus primeros singles. Lewis venía del boogie woogie, pero su fiereza atizándole a las teclas del piano, su voz huracanada y su explosiva personalidad encajaban perfectamente con el nuevo sonido. Y a ello que se dedicó desde que en 1956 comenzó a grabar para Sun, a los 21 años. Para entonces ya arrastraba un pasado turbulento definido por la religión (la dualidad Dios/Demonio ha marcado su existencia, con la Biblia como lectura obligada), con dos matrimonios (el segundo sin haberse molestado en que mediara divorcio del primero) y siendo padre de un hijo. Y es que Jerry Lee vivía deprisa, además el éxito le acompañó: su ‘Whole lotta shakin’ goin’ on’, de 1957, fue todo un hit aunque sus maneras interpretativas provocaran que fuera proscrito en muchos hogares y emisoras. El rock and roll era pernicioso y Jerry Lee ejemplificaba como nadie el mal: daba miedo y se le consideraba demasiado lascivo y malvado. Claro, que él mismo se definía como “un hijo de puta de lo más cruel”. Alguien tan pirado como para rociar de gasolina un piano y prenderle fuego en escena, mosqueado porque quien cerraba un show, no era él sino Chuck Berry, a quien le dijo al abandonar el escenario: “¡Chúpate esa, negro!”. Posteriormente, Lewis y Berry fueron amigos, o todo lo amigos que pudieron serlo dos personalidades tan ególatras como las suyas.
El éxito sonreía a Lewis, hasta que la relación con Myra Brown, su prima de 14 años (con la que también se casó sin haberse divorciado de la segunda esposa), truncó su carrera: su desembarco en Inglaterra, en 1958, fue un desastre, asediado por la prensa, tuvo que abandonar el país por la puerta de atrás. Pero en casa no le fue mejor: las costumbres del Sur no eran demasiado bien vistas en el norte, y con el eco de la relación con la prima comenzó el calvario.
De todo ello da cuenta Nick Tosches en “Fuego eterno” (“Hellfire” en su título original), que ahora, por fin, está disponible en castellano de la mano de la editorial Contra. Y hay que decirlo: es este un título esencial de la bibliografía rock. Una de las más grandes biografías del rock and roll, escrita como una novela enloquecedora y con la que su autor ofreció una narración que se enreda en la gran tradición literaria épica estadounidense. La pena es que el libro finaliza en 1982 (año de su escritura), pero nos da tiempo a ver cómo Jerry Lee cae sumido en las drogas y el alcohol, se levanta redimido por el country para vivir unos años de gloria y volver a caer, perderlo todo perseguido por el fisco mientras sigue desplegando talento, poderío y locura en escena. Descubrimos, en suma, a ese personaje fiero, impredecible, irascible, violento y tan aficionado al alcohol y las pastillas como a los matrimonios.
Jerry Lee Lewis, a sus 80 años, todavía graba discos, porque, como Little Richard y Chuck Berry, continúa vivo. Ellos tres son pilares sobre los que se edifica el rock: han visto pasar las décadas, las corrientes, los movimientos, han sido olvidados, se les ha recuperado cada tanto y han estado observando con extrañeza a esos jóvenes que les quitaron el puesto para siempre y que ellos nunca entendieron (a Jerry Lee, por ejemplo, le incomodaban mucho esos pelos largos que llegaron con el beat británico, tan poco apropiados para “un hombre”, según su personal entender). Quizá se han mantenido con vida porque su espíritu competitivo es algo casi completamente irracional, tal vez el que necesitaron para sobrevivir como pudieron, artísticamente, a ese contemporáneo que marcó su existencia y arrasó con todo: Elvis Presley. No en vano, cuando Jerry Lee fue inquirido por la muerte de Elvis, al poco de su fallecimiento, respondió: “Me alegré, uno menos que quitar de en medio”. Así es Jerry Lee.
Y es que si el ciclón Elvis no acabó con ellos, no iban a hacerlo los Beatles, los Stones, el glam, el hard rock, el progresivo, el heavy, el punk ni la madre que los parió a todos. Puede que porque ellos son el rock and roll, los padres, son las raíces y mantienen el árbol erguido para recordarnos dónde está la esencia de todo. A Jerry Lee Lewis, en ese más allá en el que cree, le esperará el fuego eterno, pero en este mundo se lo ha pasado en grande.
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Anterior crítica de libro: “Gainsbourg. Elefantes rosas”, de Felipe Cabrerizo.