Cine: “Langosta”, de Yorgos Lanthimos

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“Puede ser entendida como la continuación natural de una trilogía no oficial en la que Lanthimos esconde, bajo varias capas de significado, una alusión clara a la deriva que sufre su país en particular y el mundo occidental en general”

 

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“Langosta” (“The lobster”)
Yorgos Lanthimos, 2015

 

 

Texto: HÉCTOR GÓMEZ.

 

 

Por muy tópico que parezca, es sorprendentemente habitual que los periodos de incertidumbre sirvan de caldo de cultivo para que florezca la creatividad. No en vano, ha sido a partir de la explosión de la gravísima crisis económica y social en Grecia cuando hemos conocido a una nueva generación de cineastas que han elegido el riesgo (en el fondo y en la forma) como seña de identidad y llamada de atención a una audiencia acostumbrada a mirar hacia otro lado.

De todos ellos, sin duda el nombre más destacado es el de Yorgos Lanthimos, quien sobre todo a partir de Canino (Kynodontas, 2009) se hizo un hueco en la agenda de visionado obligatorio de cinéfilos de todo el mundo. Si en aquella película utilizaba el incómodo equilibrio de una familia disfuncional como alegoría de la manipulación, la paranoia y el control, su siguiente film Alps (Alpeis, 2011) reflexionaba sobre el tema tabú de la aceptación de la muerte en una sociedad que no permite detenerse a llevar luto. Así pues, Langosta (“The lobster”, 2015) puede ser entendida como la continuación natural de una trilogía no oficial en la que Lanthimos esconde, bajo varias capas de significado, una alusión clara a la deriva que sufre su país en particular y el mundo occidental en general.

Escrita con la inestimable colaboración de su guionista de cabecera Efthymis Filippou, Langosta comparte con sus predecesoras un envoltorio de distopía perfectamente plausible, en la que sin embargo el director se encarga de poner distancia con el espectador mediante su habitual (y fría) puesta en escena y especialmente con unos personajes cuyo estoicismo contrasta violentamente con las situaciones que viven. No en vano, lo que más choca –y a la vez, fascina- del cine de Lanthimos es esa falta de correspondencia entre la crudeza de lo que vemos en pantalla y el hieratismo de unos personajes que contemplan lo más bajo de la condición humana con la frialdad de quien lee las instrucciones de un robot de cocina.

Lo que sí la diferencia de los títulos anteriores de Lanthimos son sus pretensiones. Pese a contar con el nexo a su cine de toda la vida en forma de sus dos actrices fetiche (Ariane Labed y Angeliki Papoulia), Langosta se atreve a jugar en la liga del público mayoritario con la presencia de Colin Farrell, Rachel Weisz, Léa Seydoux, Ben Whishaw o John C. Reilly. Con todo, el resultado da la impresión de ser menos homogéneo y menos redondo que en sus películas más conseguidas (Canino especialmente), ya que a pesar de contar con un planteamiento y una primera hora brillante y llena de hallazgos felices, el balance se ve lastrado por una segunda parte demasiado irregular.

No obstante, y a pesar de los defectos propios del debut en una lengua ajena y un circuito diferente, Lanthimos consigue volvernos a situar en su particular universo de extrañeza y alienación, sin dejar de hacer referencia en todo momento a una realidad terrible. En la película, los solteros son apestados en la sociedad y perseguidos, y los más afortunados van a parar a un hotel (¿metáfora de la Troika?) donde si no encuentran pareja serán convertidos en animales y liberados a su merced en el bosque. Demasiadas coincidencias con la realpolitik en un film donde los personajes (como los ciudadanos griegos, y como la vieja Europa en general) ansían una libertad que se revela llena de incertidumbres y donde el precio a pagar es quizá demasiado alto.

 

 

 

 

Anterior crítica de cine: “The Assassin”, de Hou Hsiao-Hsien.

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