“Antes no necesitabas entender la música, sino sentirla. Ahora tienes que intelectualizarla, quieres entenderla. Quizá porque los que escuchamos mucha música nos hemos hecho mayores”
Es poeta, novelista, guionista, crítico… y autor de las biografías musicales de los Bee Gees y Willy Deville. El año pasado publicó “Yo fui Johnny Thunders”, una obra de género negro bien valorada, pero Eduardo Izquierdo indaga en su vena puramente musical.
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Escritor de novela negra, poeta y hasta biógrafo de rock, Carlos Zanón es un amante de la música, a la que ha convertido en ingrediente diferencial de su obra literaria. Su última novela se titula “Yo fui Johnny Thunders” y su último poemario “Rock and roll”. Además, se ha encargado de escribir la letra de una de las canciones del último disco de Brighton 64. Teníamos que hablar de música con él y lo hicimos largo y tendido.
Carlos, como escritor, ¿por qué ahora hay una avalancha de libros de rock cuando hace apenas unos años no había ni sección en las librerías?
Quizá porque en los tiempos que corren no somos capaces de dejar que la música nos transmita unos sentimientos y necesitamos que alguien nos la explique. Queremos que Greil Marcus nos transmita. Antes no necesitabas entender la música, sino sentirla. Ahora tienes que intelectualizarla, quieres entenderla. Quizá porque los que escuchamos mucha música nos hemos hecho mayores. Una teoría base de zumo de zanahoria (risas).
¿De dónde viene tu pasión por la música?
Mira, yo no tuve ningún referente musical en mi familia. Mi madre era hiperfán de Elvis, pero poco más. No tuve hermanos mayores que escuchaban a Serrat, ni nada eso. Una prima lejana me aficionó a la radio. Era un chaval muy solitario y de alguna manera me creé mi propio mundo a través de la música. Recuerdo que me regalaron el disco de Oro de EPIC Número 1 y un día dije que me gustaba la música estando en pandilla. Entonces unas chicas me preguntaron qué grupos me gustaban y yo fui diciendo los de El Disco de Oro: Supertramp, Kansas, Boston…Aquello funcionó y vi que creaba algo. Luego me pasaba horas y horas grabando canciones de la radio en cintas BASF. Era una especie de magia, una comunicación especial. Eras un bicho raro y alguien te hablaba directamente a ti. Escuchaba las canciones, no tenía ni idea de qué querían decir, pero me transmitían algo. Cuando el locutor traducía el título, yo aprovechaba y hacía un poema a partir de eso. Recuerdo que la primera vez que oí “Hurricane” de Dylan, sin saber qué estaba diciendo, me di cuenta de que a aquel tío le importaba lo que decía, que lo sentía suyo. En cambio, los músicos españoles no parecían creerse la historia de la misma forma. Luego ya haces un grupo, quieres ser una estrella de rock, ya sabes…
Has publicado varias biografías de músicos: “Bee Gees: la importancia de ser un grupo pop”, “Willy DeVille: El hombre a quien Rosita robó el televisor”… ¿Por qué?
Por dos razones. Una, yo soy un hombre con una misión: si hay algo que me gusta y no hay nada, me tengo que liar a hacerlo. De DeVille no había nada y de los Bee Gees apenas una de Sierra y Fabra. Siempre me pasaba: si quería jugar a fútbol y no había equipo, me buscaba once tíos para jugar. La otra razón era por no hacerme invisible como escritor. Empecé publicando poesía porque en prosa no me hacían ni caso. Así, publicando esos libros seguía estando allí para el poco público que pudiera seguirme.
¿Qué tiene que ver los Bee Gees con Willy DeVille o con Lou Reed, otra de tus pasiones
Probablemente nada. Empecé en los Bee Gees porque había un tío de la clase al que le gustaban los Beatles y a otro los Rolling Stones, así que a mi no me podían gustar los mismos. El padre de un colega mío trabajaba en el Círculo de Lectores, y para conservar el curro tenía que vender, así que me trajo el mejor disco de los Bee Gees, el “Main course” de 1975. Me encantó, y también todo lo que oí anterior. Me encanta la música vocal y conectaba con esa sensación de fatalismo que tenían sus canciones de no me quiere y me pongo a llorar. Luego hubo otro click en mi vida, cuando en un programa de televisión le dijeron a Marc Almond que sus canciones eran tristes, y el tío contestó “triste el “Berlín” de Lou Reed”. Yo no sabía ni que existía, pero me fui a una tienda de segunda mano a comprarme un “Berlín” que tenía rayada la primera canción y el libro de Alberto Manzano de letras. Aquello fue como descubrir un mundo. Era una barbaridad. Me hice adulto de pronto. Cambiaron mis relaciones, la noche, el desfase. Luego llegó el punk y me enganché a Johnny Thunders y todo eso. Me gustaba mucho la insolencia y el no hacer las cosas bien. Era más importante el mensaje que cómo dar ese mensaje. En el año 78 yo era el típico niño pera, si me hubiera cruzado con Thunders o Sabino Méndez me hubieran escupido a la boca, pero me metía en mi habitación y me ponía a los Stooges, como Clark Kent (risas).
Dices que no te gustan ni el country ni el folk, ¿y eso?
Es que no me gusta la música de raíces, me gustan las cosas mezcladas. También es una cuestión de desconocimiento, pero me gusta lo bastardo, las cosas impuras que reúnen muchas cosas. Me gusta el soul si lo canta Elvis, pero no los clásicos. O Johnny Cash pero cuando está con Rubin. No me interesa el tío que coge una guitarra y le canta a los presos. Por ejemplo, me encanta el Dylan eléctrico y no me interesa el acústico.
Pero los músicos de folk eran grandes escritores. Me parece curioso.
Es que estaban demasiado al servicio de algo. A mí me gusta más la ironía, el cachondeo…Creo que olvidaban la parte divertida de la música. Aunque por ejemplo me encantó aquel disco de Kris Kristofferson que me regalaste (se refiere al “Please don’t tell me how the story ends: The publishing demos, 1968-72”).
Vamos a tu terreno: ¿qué libro de música consideras mejor?
“Sonidos de la ciudad” de Charles Gillet me encanta, y “La Historia del rock en diez canciones”, de Greil Marcus. En su tiempo me encantó una biografía de John Lennon que hizo Ignacio Julià, pero porque trascendía de la biografía clásica. No, no, no, ya sé. El mejor es “Crónicas” de Bob Dylan. Es impresionante. Sin duda, el mejor.
¿No crees que a veces algunos de esos periodistas pecan de erudición, que saben demasiado?
Los libros solo de datos no me interesan, tienen que tener algo más, conseguir acercarme a esa pasión. Marcus, por ejemplo, se deja llevar por la emotividad y llega a historias que no son comprobables pero que sirven para transmitirte algo. El libro de música no tiene que perder ese punto de emoción, nunca puede ser una autopsia.
¿Volverás a escribir biografía musical?
Sí, pero me gustaría que se valorara más de lo que lo hicieron con los otros. Por ejemplo, del libro de Willy DeVille apenas vi nada. Tengo cuarenta y nueve años y no tengo tanto tiempo.
¿Y a quién se la escribirías?
Quizá a un músico australiano que se llama Paul Kelly. O hacer algo que fuera atmosférico. Coger diez o veinte momentos de algo y extraer de la música alguna cosa. Me encantaría escribir algo sobre el primer Springsteen, sobre esa pasión y obsesión por su música. Ese vivir solo para algo. No hablaría de discos ni nada parecido, eso ya está hecho. Pero intentaría llegar a esa actitud, a ese darlo todo por un objetivo.
Oye, has estado con Loquillo en un escenario. ¿Cómo fue?
Pues muy bien, se portó genial conmigo. El objetivo era presentar mi libro y me cedió todo el protagonismo, se puso al servicio de lo que necesitábamos. Siempre se ha portado muy bien conmigo.
¿Es Loquillo la gran estrella de rock de este país?
Yo creo que sí, porque me lo creo. Él es así y es original. Veo a Bunbury y no me lo creo. Unas veces quiso ser Jim Morrison, otras un cantante de rancheras… Me parece impostado. A Loquillo me lo creo en todo lo que hace.
¿Qué estás escuchando ahora?
A Guadalupe Plata.
¿Y qué tal?
Me gusta mucho. Como te decía antes es una mezcla de muchas cosas. Probablemente no cantan bien y las letras carecen de importancia para ellos, pero me gusta.
¿Por qué crees que ellos triunfan y cosas del mismo estilo no?
No lo sé. Nadie conoce las claves del éxito, quizá porque otros nos han preparado el oído antes para ciertos sonidos, como sucedió con los Pixies y Nirvana.
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Anterior entrega de Melómanos: Maya Hansen, el look rebelde del femme-rock.