“Los debuts de Burning y Ramoncín le dan mil vueltas al “Street hassle” de Lou Reed y al “East” de Patti Smith, mientras todo está siendo reconstruido tras la dictadura franquista. Un año después, la Banda Trapera del Río suenan más venenosos que Iggy Pop”
Juanjo Ordás reflexiona sobre los complejos del panorama musical patrio en comparación con el del mundo anglosajón, apoyándose en nombres españoles que elevan el género a nivel internacional.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Muchas veces se comenta la desigualdad entre la escena internacional y la nacional, entre el mundo anglosajón y España. Y es cierto que esa desigualdad existe pero la excusa de años de dictadura que impidió el desarrollo del pop y el rock and roll ya no es válida. Esa excusa ya no vale. Hace años de la transición española, hemos tenido tiempo de ponernos al día y muchos de nuestros artistas musicales han hecho buen uso de la libertad para hablar de lo que quisieran como quisieran. Hace muchos años que en España se puede conseguir cualquier disco. También existe desde hace tiempo una industria. El problema real es el de siempre, existe desigualdad entre lo de fuera y lo de dentro porque en España se sigue pensando que cualquier empleo relacionado con el arte es sinónimo de desidia, no siendo menos determinante el complejo de inferioridad que España sufre respecto al resto del mundo. Los músicos de fuera siempre resultan superiores para el ciudadano español, los autóctonos son otra cosa, siempre peor, menos elaborada.
Pero echemos un vistazo a la historia y veamos que esto no es así. De hecho somos unos privilegiados. A principios de la década de los setenta, Nino Bravo y Miguel Ríos demuestran ya que en España hay voces a la altura de los grandes de fuera; en 1975 “El patio” de Triana no desentona en un mundo que también alumbra el inalcanzable “Wish you were here” de Pink Floyd y en 1977 el primer disco de Veneno posee un poder autóctono y un arte que le coloca al nivel de cualquier disco del planeta, siendo más crudo y real que obras seminales del punk firmadas por The Clash o The Damned. Sin cambiar de década, en 1978 los debuts de Burning y Ramoncín le dan mil vueltas al “Street hassle” de Lou Reed y al “East” de Patti Smith, mientras todo está siendo reconstruido tras la dictadura franquista. Un año después, la Banda Trapera del Río suenan más venenosos que Iggy Pop. Pasando de década y aterrizando en 1982, el “Corre, corre” de Leño es un disco barrial bien tocado y escrito de una banda ya curtida que ha hecho del rock setentero algo mordaz sin comparación posible mientras los grupos que les han influido se muestran inamovibles. ¿Y en 1984 quién se puede comparar a Gabinete Caligari por Estados Unidos y Reino Unido? Nadie. ¿Y en 1987 quién se puede comparar por ahí fuera a Radio Futura con su “La canción de Juan Perro” bajo el brazo? Nadie. Tal vez solo Talking Heads y David Byrne. ¿Seguimos hasta los noventa? ¿Hace falta?
A lo que voy es que, por favor, vamos a dejar ya los complejos. El problema no lo tiene el fan del rock español, el problema lo tiene el que vive en New York o Londres, que tiene que conformarse con el rock anglosajón y quizá nunca llegue al rock español. Somos afortunados.
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Anterior entrega de Corriente alterna: Los dioses de papel de Duran Duran.