La viuda de Frank Zappa murió este miércoles a los 70 años víctima de un cáncer de pulmón. Manuel de la Fuente, biógrafo del legendario músico en nuestro país, recuerda su importante papel como defensora del legado artístico de su marido al frente de la empresa Zappa Family Trust.
Texto: MANUEL DE LA FUENTE.
No era tan popular como Yoko Ono pero destacó como activista a favor de los derechos de los músicos. Lo aprendió de su marido, Frank Zappa, quien tampoco precisó de la fama de John Lennon para abanderar durante treinta años la oposición contra una de las causas más difíciles: la derechización de la sociedad norteamericana promovida por una clase política dedicada al saqueo del país. Gail Sloatman pasó a ser Gail Zappa a finales de los años 60, cuando conoció al hombre con el que compartiría infinidad de vivencias y proyectos. Fue un encuentro casual, que surgió para acompañar a una amiga que tenía una cita con un rockero. Será uno más del montón, pensó ella. Pero no. “Al día siguiente de pasar la noche con él, estaba la mar de contenta y no paraba de repetirme que era el hombre de mi vida, que no podía dejarle escapar”, recordaba ella con una amplia sonrisa y un brillo perceptible en los ojos. Frank falleció de cáncer en 1993 y, veinte años después, aún se le iluminaba la cara al evocarle.
Gail había estado en un segundo plano mientras Frank ejerció de torbellino vital y artístico. Le acompañó en cada una de las batallas, peleando contra toda la industria discográfica y la clase política que no soportaba a un músico que hacía lo que le daba la gana y que, de paso, luchaba por la dignidad de la profesión. En los años 80, cuando los republicanos de Ronald Reagan emprendieron una feroz campaña de censura contra la música rock, Frank Zappa peleó casi en solitario para que nadie pisoteara la libertad artística. Gail le ayudó diseñando la estrategia de respuesta, imprimiendo folletos y contribuyendo a que los músicos tuvieran voz y voto en un mundo cada vez más inhóspito, en una sociedad que veía con malos ojos que las canciones de rock celebrasen la música, el sexo y, en definitiva, la vida misma. ¿Quién era Frank Zappa?, le preguntaban constantemente. “Un compositor norteamericano que tenía muy clara la defensa de la libertad de expresión”, respondía ella.
Pero murió Frank y Gail tuvo que hacer frente ella sola a la labor titánica de gestionar una obra compuesta por más de setenta discos, una decena de películas, vídeos y miles de horas de ensayos y conciertos grabados. Problemas no le faltaron. Desde entonces y sin descanso fue recibiendo críticas de fans airados, que no terminaban de asumir que aquella mujer alegre, inteligente y respondona, hiciese lo que le enseñó Frank Zappa, esto es, ir a su aire y no rendirle cuentas a nadie. Pese a las críticas (minoritarias pero ruidosas), ahí están los resultados: más de veinte años después del fallecimiento de Frank, todos sus discos siguen en el mercado con ediciones actualizadas, además de haber publicado más de cincuenta nuevos discos con material inédito y siempre insistiendo en el mensaje: hay que actuar, no podemos consentir que los políticos de derechas le callen la boca a la ciudadanía. “¿Qué opinas de Obama?”, le pregunté en una ocasión. Torció el gesto: “Prefiero a Hillary, ella sí que vale la pena”.
Conocí a Gail Zappa a lo largo de los últimos años. Tras publicar un libro dedicado a la obra de su marido, titulado “Frank Zappa en el infierno”, le envié un ejemplar de cortesía. Me escribió sorprendida de que no me hubiera dirigido a ella para informarle del trabajo que había estado realizando y me prometió que lo leería. Pasado el tiempo, volví a ponerme en contacto porque habíamos pensado en traducir la autobiografía de Frank, publicada en Estados Unidos en 1989.
Ahí es cuando fui descubriendo a una persona preocupada de verdad por el legado de un músico fundamental en la historia del rock. En lugar de decir que cedería los derechos del libro sin más, se involucró desde el principio: quería saber cómo íbamos a hacer la traducción página a página. “Muchos traductores transmiten mal la voz del autor”, explicaba. Y también nos insistió en lo siguiente: “Tenéis que entender que las traducciones al francés y al alemán del libro son una porquería y no quiero que pase de nuevo”. Nos lo puso muy difícil. Después de meses y años de mensajes, largas conversaciones telefónicas, revisiones del texto y reuniones en Los Ángeles, en otoño de 2013 nos encontramos en Londres con ella Vicente Forés (amigo y compañero en la Universidad de Valencia, aparte de un magnífico traductor de Shakespeare), Julián Viñuales (el infatigable editor y amigo) y yo. “Me habéis convencido”, nos dijo, para nuestro alivio, nada más llegar. Y hablamos de música y política, como si hubiera estado allí Frank.
Pasamos los cuatro una tarde magnífica. Sonreía sin parar y recuerdo que, en un momento en que hablábamos de su marido, se quedó callada un instante, con la mirada perdida y la cabeza agachada. Fue sólo durante unos segundos, un destello del recuerdo de la persona a la que seguía echando de menos. “Tienes que venir a Valencia, te encantará”, le dije. “Claro”, respondió saliendo del ensimismamiento. “A finales de los años 80 estuve de vacaciones con mis hijos por España. En Toledo, recuerdo que unas gitanas se acercaron a Dweezil y empezaron a toquetearlo. Creía que lo iban a secuestrar. Me puse a gritar como una loca y el autobús no salió hasta que rescaté a mi hijo. Claro, con lo guapo que era entonces…”. “No, no, para nada, nuestro país no es así. Sería un malentendido”, intervinimos los tres al unísono. Hasta Mariano Rajoy habría estado orgulloso de nosotros.
Quedó la invitación pendiente. Seguimos hablando durante los meses sucesivos. Accedió a una entrevista, por primera vez, con un medio español. Fue para Efe Eme, precisamente. Y en octubre de 2014 el esfuerzo dio sus frutos: la editorial Malpaso publicó por fin “La verdadera historia de Frank Zappa”. El libro es una obra pionera, indispensable para conocer el pensamiento de aquel compositor que tantas veces se partió la cara para que los demás viviésemos en un mundo más habitable. Gail también se esforzó lo suyo y tuvo que aguantar a los mismos fans que muchas veces la criticaron y que ahora lamentan su muerte. “¿Sabéis por qué cargan contra mí?”, decía. “Porque era yo la que se acostaba con Frank Zappa y no ellos. Y quienes me critican son casi siempre hombres. No digo más. El problema lo tienen ellos”. Así, hablando clarito como su marido. Su claridad y su tesón han permitido que sigan vigentes la música y las enseñanzas de Frank Zappa. Muchas gracias por todo, Gail.