“Una historia, en fin, que tiene como siempre en Modiano ‘la liviandad de un sueño’, con tales palabras se expresa, quizás más en esta que en otras, como también en esta el pasado parece más doloroso, pero también teñido en los momentos agradables de una reconfortante luminosidad”
Patrick Modiano
“Para que no te pierdas en el barrio”
ANAGRAMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
La última novela de Patrick Modiano, ambientada en 2012, sostiene una de sus líneas estructurales en los teléfonos móviles. ¿Significa eso que sus devotos vamos a perder los destellos de ensoñación, las chispas de melancolía a las que nos tiene acostumbrados? Nada más falso, los móviles son solo un mecanismo para que los personajes se comuniquen y en ocasiones para hacer más irritante el silencio, pero todo su mundo se conserva intacto: viejos papeles, barrios cuya única realidad es el pasado, antiguas maletas cuya llave se ha perdido, bares en penumbra… Los bares como preciosos faros que lo aferran a la realidad con su luz, sus conversaciones, su movimiento. Estemos tranquilos, desde las primeras páginas, Modiano sigue siendo el nuestro.
Unas primeras páginas en las que el escritor Jean Daragane, de rumbos vitales apagados, recibe una llamada telefónica de alguien que ha encontrado en una estación de tren una libreta de direcciones que le pertenece y en tono imperioso quiere citarse con él para devolvérsela. A la cita acude el desconocido –Gilles Ottolini– con una joven callada y le pregunta, entre la timidez y la insistencia, por uno de los nombres que aparece en ella: Guy Torstel. Está escribiendo un artículo sobre un antiguo suceso y aparece este nombre entre sus informaciones.
A partir de aquí, la mente de Daragane, como una pared aparentemente firme pero carcomida por filtraciones de agua, se va derrumbando poco a poco para sacar a la luz recuerdos ahogados, oscuros, que se cierran en la reveladora –plena de sobresalto, como esa caída al vacío del equilibrista que sobrecoge– última frase.
Menos policiaca que sus anteriores entregas –aunque sí en el tono–, van apareciendo a raíz de la figura de Torstel una red de personajes relacionados todos ellos con la vida de Daragane. De hecho, en el informe de Ottolini que llega a sus manos aparece la foto de un niño y media docena de datos que parecen tener mucho que ver con él. También las páginas de su lejana primera novela cita a Torstel. Y, en medio de un París ya desconocido para él, a través de la joven, Chantal Grippay, va conociendo el carácter de Ottolini, que parece estar desaparecido esos días, en el casino.
Este casino es el que desencadena los recuerdos de color sepia, sensaciones certeras en frases escuetas y sugerentes y de excelente traducción: antiguas visitas al hipódromo de Tremblay, su amiga Chantal con la que pasaba fines de semana completos mientras su marido apostaba en él, una tal Colette, el hombre que lo trajo de vuelta a París desde el hipódromo, su madre también presente en todo este mundo,… Entre todas las figuras sobresale la de Anne Astrand con la que su familia lo dejó al cuidado un año en una casa de la que recuerda, aferradas aún a su mente, risas y conversaciones de madrugada.
Una historia, en fin, que tiene como siempre en Modiano “la liviandad de un sueño”, con tales palabras se expresa, quizás más en esta que en otras, como también en esta el pasado parece más doloroso, pero también teñido en los momentos agradables de una reconfortante luminosidad. Es certero Modiano al usar un leitmotiv silencioso: el mayor misterio de un hombre es su infancia, incapaz de quedar en la memoria de forma coherente. Y lo expresa de manera certera: “Muchos años después, intentamos resolver enigmas que no lo eran en su momento”.
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Anterior crítica de libros: “Comedia con fantasmas”, de Marcos Ordóñez.