“La he recordado y he vuelto a llorarla conectado al diapasón del ordenata, mientras fusilo un artículo detrás de otro, con Louis Armstrong a mi espalda, dale que te pego a esa trompeta suya que te muerde las tripas desde el primer bramido”
Diez años después de que el huracán Katrina arrasase Nueva Orleans, Julio Valdeón Blanco resucita la historia musical de la ciudad del jazz, rememora a sus clásicos y reconstruye el espíritu de una de las ciudades más inspiradoras para cualquier melómano.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
–29 de agosto
Un día como hoy, hace diez años, Katrina entró como un misil por las calles de Nueva Orleans. Casi 1.500 muertos, y hablo solo de la ciudad. Los diques, en construcción durante cuarenta años, reventados por cincuenta y tres sitios. La ciudad más especiada, caliente y musical de EEUU, la diva impetuosa del jazz y los bajos fondos, los bocadillos de ostras fritas, gloriosos, y los balcones castizos frente al río de Huckleberry Finn y Jim, la de «Treme» y Blanche DuBois en el Tranvía, acuchillada por un huracán de categoría 5 y unos políticos felones, que hablaban mucho de los Estados Unidos de Norteamérica pero dejaron a decenas de miles tirados como a perros, a merced de las olas.
Nueva Orleans. The Big Easy. The City that Care Forgot. Crescent City. Una cata en el censo es algo así como la Biblia… Dr. John, Clarence «Frogman» Henry y los Neville Brothers, Sidney Bechet y Professor Longhair, Kid Ory, Fats Domino, Wynton Marsalis, Kermit Ruffins, Huey «Piano» Smith, Louis Prima, Irma Thomas, Buddy Bolden y Allen Toussaint, Guitar Slim, Lonnie Johnson, Trombone Shorty, Jelly Roll Morton, etc. Jazz, blues, soul, rock and roll… Bastaría con disponer de un disco de cada uno, y solo cito algunos de los más visibles, para montarse una discoteca superlativa. Igual que Santiago de Cuba, Jerez de la Frontera, Río de Janeiro, Kingston o Clarksdale, es de esas ciudades en las que los hados parecieran haber conspirado para que incluso los pájaros silben al compás. Algo así, más o menos, escribió Greil Marcus, ¿o fue Peter Guralnick?, hablando del sur de EEUU. Nada sintetiza mejor en este país el sur, cornada de llantos y música radiante, que Nueva Orleans. La he recordado y he vuelto a llorarla conectado al diapasón del ordenata, mientras fusilo un artículo detrás de otro, con Louis Armstrong a mi espalda, dale que te pego a esa trompeta suya que te muerde las tripas desde el primer bramido.
La gente hablaba estos días de ‘Do you what it means to miss New Orleans’, la canción que estrenaron Louis y Billie Holiday. Incluso Obama la recordó la otra tarde, durante su discurso en el Lower Ninth Ward, uno de los barrios devastados por las aguas. Yo estaba en Nueva York cuando cayeron los diques. Cinco años más tarde recorrí sus barrios, me puse ciego de música y terminé, de madrugada, a punto de quemar los billetes de avión y citar a Dios por testigo para quedarme. Traté de comprender entonces lo que significa echar de menos Nueva Orleans, la tragedia de más de 100.000 personas que nunca volvieron, la casa comatosa de óxido, el patio comido por las malas hierbas, el techo hundido y el resto de tus posesiones en el fondo del Golfo. Haber nacido allí y extrañar sus fritangas, las bodas por trombones, sus funerales orgiásticos. Habrá otras ciudades más grandes, más ricas, con más turistas y mejores museos, más fastuosas o exquisitas, pero todas parecen un depósito de cadáveres si las comparas con ella.
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