Discos: “Gigantes”, de Carlos Vudú y el Clan Jukebox

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El espectro de sonoridades y tempos que conjugan tiene la ambivalencia justa para que “Gigantes” se convierta en un tentempié ciertamente apetecible, pese a que los códigos empleados pertenezcan a un dominio sobreutilizado”

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Carlos Vudú y el Clan Jukebox
“Gigantes”
SONBUENOS

 

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

 

Con la clase de veta genérica en la que ahonda Carlos Vudú siempre se corre el riesgo de caer en la explotación mímica de un molde ya sobradamente conocido. La traslación de ese imaginario colectivo norteamericano, poblado de carreteras secundarias, antihéroes de lo cotidiano y heridas sentimentales restañadas con bourbon a nuestra ortografía rock no siempre resulta natural o fluida. Por lo que requiere, como mínimo, dosis ingentes de oficio para elevarse por encima del ejercicio de estilo más o menos aplicado. Y versatilidad. Porque la inspiración se presupone. Es así como la estrechez estilística puede escapar a los lugares más comunes. O al menos, soslayarlos en aras de la robustez interpretativa, la amplitud de registros y la honestidad (ay, ese adjetivo que tanto medra en el género, como si los demás lo fueran menos) creativa.

Puede decirse que todo eso queda logrado y plasmado en el segundo álbum del murciano, en compañía del Clan Jukebox y con un trabajo a la producción que no se puede antojar más lógico: nuevamente José Nortes (Quique González, Ariel Rot, Miguel Ríos) oficiando a los controles de un álbum en el que los mesurados solos de guitarra eléctrica y la calidez del Hammond despuntan en un armazón sólido. El espectro de sonoridades y tempos que conjugan tiene la ambivalencia justa para que “Gigantes” se convierta en un tentempié ciertamente apetecible, pese a que los códigos empleados pertenezcan a un dominio sobreutilizado. De las andanadas de rock and roll stoniano sin trampa ni corsé (‘Rock & roll de las cloacas’, ‘Gigantes’) a las baladas maceradas al ralentí de un John Hiatt o un Tom Petty (‘Arena y sal”, ‘Ha vuelto el petirrojo’), pasando por medios tiempos que desvelan una lírica tradicional y reconocible, a veces dylaniana (‘Un invierno sin abrigo’) y a veces restallando esa apertura pop que suele remitir a Ray Davies (‘Malas intenciones’). Mimbres ajados para un cesto, sí, aún vivificante.

Anterior crítica de discos: “Estándar”, de Mamá.

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