“‘Mr. Dynamite: the rise of James Brown’, en cambio, baña con nitroglicerina la estatua del gran hombre, y en el proceso de humanizarlo lo agiganta, pues hay que arrodillarse ante semejante talento guardado entre demonios”
Julio Valdeón Blanco valora la película y el biopic sobre James Brown, se divierte con la picaresca de Taylor Swift para que Apple no regale el servicio de streaming y se entretiene con el último capítulo del culebrón Donald Trump-Neil Young.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
–21 de junio
Veo en HBO el biopic de James Brown,»Get on up», y el documental «Mr. Dynamite: the rise of James Brown», ambas de 2014. La primera es peor que fácil o mala: pretenciosa, con un montaje que pretende ocultar los costurones de rancio convencionalismo a base de agitar la coctelera en la mesa de mezclas. El segundo es íntimo, visceral y no rechaza los espacios de sombra, las taras y malos modos, las obsesiones, la violencia y el egoísmo de un genio. Por regla general la ficción dedicada a músicos usa y abusa del mismo arco narrativo. Va de la casilla de la pobreza a la redención por la vía de arte y de ahí a las drogas, el alcohol, los pasotes, el caos, los músicos hartos y la novia sufriente, y después a una tercera o cuarta juventud con los fantasmas más o menos apaciguados y un espléndido futuro en el circuito de los cruceros. Como toca seducir a quienes controlan los derechos de las canciones, y engatusar a los fanáticos, todo se reduce a infame pasteleo.
«Mr. Dynamite: the rise of James Brown», en cambio, baña con nitroglicerina la estatua del gran hombre, y en el proceso de humanizarlo lo agiganta, pues hay que arrodillarse ante semejante talento guardado entre demonios, la historia de un niño negro abandonado por sus padres, criado en un prostíbulo, aficionado a las armas, violento y cicatero. Entre medias trabajó con furia asesina, humilló a los Stones (grande Jagger), ofreció miles de conciertos y grabó muchas de las canciones fundamentales del siglo. Hoy no das un paso sin escucharle, lo sepas o no. Su espíritu indomable, y sus ritmos, sus bases, sus vientos y su voz, laten en varias toneladas de discos facturados en los últimos treinta años.
–22 de junio
Apple rectifica y pagará derechos de autor durante los tres meses de prueba de su servicio de streaming. Le ha convencido Taylor Swift, que cada día me cae mejor. “No os pedimos iPhones gratis. Por favor, no nos pidáis a nosotros nuestra música sin una compensación a cambio”. Qué brujita ha salido la moza, pensarían los elegantes mercaderes. ¡Dinero por sus canciones! Que vivimos en una sociedad de mierda se mide, entre otras cosas, por cuánto estamos dispuestos a pagar por un teléfono y cuánto por la discografía completa de Charlie Parker.
–23 de junio
Hologram USA anuncia, pueden imaginarlo, un holograma. Uno de la diosa Patsy Cline, que lejos de hacer el pato en una entrega de premios, Grammys, etcétera, dará un concierto entero. Cline, santa patrona del desamparo, murió en un accidente de avioneta de regreso a Nashville. La noticia de su «resurrección» es algo así como el despido en diferido de Bárcenas aplicado al country. Un imposible que nos deja nostálgicos de otros tiempos, desconozco cuáles, en los que fijo, fijo que no nos tomaban por completamente idiotas.
–25 de junio
Donald Trump está dolido con Neil Young. Le duele que haya desautorizado su uso de ‘Rockin´ in the free world’. Quiere demostrar que el cantante (y compositor, guitarrista, director de cine, escritor, empresario, etcétera) es un «hipócrita». ¿Sí? ¿Cómo? Ha publicado una fotografía de ambos después de que, supuestamente, Young le pidiera dinero para alguna de sus aventuras. Todo muy coherente… con la mentalidad de un constructor de rascacielos que logra que se te salten las lágrimas de puro horteras, convencido de que la política es otro reality show y el mundo un tablero en el que el personal baila al ritmo de su peluca. Anda que no vamos a divertirnos si remonta en las encuestas.