“En casa, me salió una melodía al piano y me vino la imagen de Margalida. En dos horas y media había acabado su canción. Al día siguiente se la enseñé al arreglista, la grabamos, se incluyó en el elepé”
Joan Isaac
«Viure»
ARIOLA,1977
Texto: CÉSAR PRIETO.
Joan Isaac pertenece a la segunda tirada de la “nova cançó”, jóvenes que alrededor de 1975 asumían la herencia de sus mayores y aportaban innovaciones creativas en cuanto al contenido de los textos poéticos –más líricos, en ocasiones, más épicos, por claros– y al desarrollo musical, cuidado en el detalle, con arreglos de texturas radiables y orquestaciones más depuradas, o por lo menos con más presupuesto. No en vano Marina Rossell o Ramon Muntaner grabaron para compañías que buscaban tirada comercial, CBS o Movieplay, aunque el primer elepé de Joan Vilaplana i Comín –Isaac es solo un seudónimo–, “Es tard”, aún salió bajo el patrocinio de Edigsa, tras haberse fogueado en Portugal, donde llegó con la revolución de los claveles y tuvo contacto con José Afonso. Joan Isaac representó en esa generación el apartado intimista, lleno de sensibilidad melancólica, taciturna, de luminoso decaimiento.
Su segundo elepé, “Viure”, viene a ser esencialmente ‘A Margalida’, una canción de hiriente sensibilidad, un grito de búsqueda y ahogo que se ha convertido en referente icónico de una época. Margalida es la amante de Salvador Puig Antich, brutalmente asesinado por la maquinaria jurídica y militar de la dictadura. Isaac, nacido en Esplugues de Llobregat y estudiante de Farmacia, conocía bien ese círculo familiar puesto que era novio de Carme, una de las hermanas de Salvador, cuando él ya estaba en la cárcel; a raíz de esa circunstancia, conoce a Margalida, a la que define como “una chica vital, utópica y soñadora, con una capacidad bestial de ilusionar e ilusionarse”. Tras la trágica ejecución, Margalida simplemente desaparece, nadie sabe nada de ella, y no la volvemos a encontrar hasta veinticinco años después.
El momento de su creación, que nos revela el propio Joan Isaac, se percibe como si un espíritu hubiera jugado con sus manos en el piano para regalarnos la esperanza y la belleza. El músico se encuentra grabando “Viure”, es el 77 y su segundo disco. Va repasando las canciones, y súbitamente –comenta– “en casa, me salió una melodía al piano y me vino la imagen de Margalida. En dos horas y media había acabado su canción. Al día siguiente se la enseñé al arreglista, la grabamos, se incluyó en el elepé”. Fue todo tan rápido para una canción que transpira tanta perfección, que parece llegada desde un sueño mágico.
Esto no debe hacernos olvidar que el elepé contiene otras piezas de calado existencialista, de aventura íntima, latidos de auténtica vida. La que da título al conjunto, una buena declaración de intenciones, así como ‘Tres reflexions i una súplica’, con su piano chopiniano que va dando paso a toda la carga instrumental. También ‘Un dia partiré’ o una interesante versión de una canción de Jean Ferrat sobre unos versos de Louis Aragon, se trata de ‘Els poetes’, adaptada por Josep María Espinàs, que cambia los Hölderlin y Verlaine originales por Josep Carner y Joan Salvat–Papasseit y crea en el entramado de cuerdas un muro de sonido de hondura renacentista. Cierra la cara A ‘El desencant’, escrita sobre una cita del poeta quebequés Gilles Vigneault: “No hay tiempo que perder. Solo hay tiempo perdido”.
En la cara B el omnipresente en esos años Pi de la Serra, arregla ‘Per això canto cançons’ que a la postre y por ello resulta la más rockera entre todo el pop de cámara, con esa guitarra hiriente en primer plano y ese extraño aire dylaniano, aún poco común en la España del 77. El aire cotidiano ocupa las dos últimas composiciones, ‘Historia d’un diari’, atenta a la calle y no lejana de las composiciones de Joan Bautista Humet, y ‘Records d’un vençut’, emocionante reportaje de aquellos que perdieron la guerra, que pasaron la larga noche de piedra y que en la transición ya se ven con el fin de sus días en la mano.
El disco cuenta con la producción de Joan Molas, el primer manager de Lluís Llach y de muchos de los Jutges, que consigue esa orquestación perfecta; pero José Manuel Caballero Bonald, a la sazón productor oficial de Ariola, estuvo pendiente de él y tradujo todos los textos al castellano para su inclusión en la carpeta del vinilo. Cuenta con la colaboración de Josep María Bardagí –creador del sonido del Serrat de los setenta– y la base de guitarra y piano, acompañados en algún fragmento por una pequeña orquesta de cuerdas, potenciando así el aíre íntimo y delicadamente barroco.
Tras “Viure”, Joan Isaac ha seguido su carrear con altibajos. Tras un par de discos más en diez años, con una mayor atracción por la cultura francesa y colaboraciones incluso de Luis Eduardo Aute, abandona el negocio musical en 1984 por la falta de apoyo de la industria y el desinterés de las instituciones culturales. A partir de 1998 la retoma y edita a partir de entonces un buen montón de discos, algunos en directo, colabora con cantantes caribeños y es reclamado continuamente para celebraciones y aniversarios. A pesar de haber compuesto maravillosas canciones durante todas las etapas de su carrera, ‘A Margalida’, que extrañamente no aparece en el biopic sobre Puig Antich, sigue siendo la que más emociona.
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