“Posiblemente ni siquiera sea su mejor trabajo, pero regresar a ‘Más’ es un ejercicio de tributo necesario, un trabajo comercial que cambió las reglas del mercado, el disco que en muchos aspectos redefinió las normas del negocio y marcó nuevas metas para el resto de artistas que legítimamente aspiraban alcanzar los mismos resultados, la cumbre de un músico y compositor privilegiado”
Metiéndose una vez más en camisa de once varas, Óscar García Blesa regresa a los tiempos en que trabajaba en Warner y, recordando cómo vivió el fenómeno desde dentro, rescata el cuarto trabajo de Alejandro Sanz, el disco del ‘Corazón partío’, superventas de los superventas españoles de todos los tiempos.
Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.
Alejandro Sanz
“Más”
WARNER, 1997
“Sólo los mediocres copian. Los genios roban”. Paco De Lucia
Alejandro Sanz me compró mi primer coche, un Wolkswagen Polo tres puertas de color verde botella. A los pocos meses lo estrellamos de madrugada en la calle María Molina, arrugándolo hasta el siniestro total después de que un Toyota blanco de alquiler conducido por un portugués nos embistiera por el costado. En realidad el bueno de Alejandro no pagó directamente el coche, digamos que las ventas de su tercer álbum, “3” empujaron con alegría mi economía hasta alcanzar la primera conquista de emancipación juvenil representada desde siempre con la compra de un automóvil. En 1995 yo era agente comercial en Warner, y todavía sin conocerle personalmente, Alejandro Sanz ya me parecía un tío cojonudo.
Seguramente no fui el único vendedor de la compañía que llegó al concesionario de su ciudad canturreando ‘La fuerza del corazón’ como método de pago: vender discos a finales de los 90 daba gusto. Solo con recordarlo a uno le entra cierta nostalgia tonta, aquellos días en los que las hojas de pedidos contaban los encargos por millares y no por unidades. No había móviles, ni falta que hacía, nos conocíamos las referencias de memoria y las cantábamos como los niños de San Ildefonso, una a una desde el fijo de la oficina al número del almacén, una especie de teléfono rojo directamente conectado a nuestra cuenta corriente. Hoy está claro que el negocio ha cambiado, pero lejos de pasiones optimistas desmedidas estoy convencido de que la industria pronto recuperará la esbelta figura de los buenos tiempos, una vez que los nuevos canales, formatos y educación en los hábitos de consumo se asienten de manera definitiva.
Recuerdo como si fuera ayer cómo los encargados de comprar discos en los grandes hipermercados, casi siempre personas anónimas con un conocimiento musical limitado que hacían escala temporal en la sección de discos antes de aterrizar en destinos mucho más sexys –como conservas, bebidas o productos frescos–, se embriagaban de verdadera alegría cada vez que veían aparecer al vendedor de Alejandro Sanz: “Ponme cien “luismigueles”, mil “enyas” y tres mil “alejandros”, decían. Despachábamos los discos con un maletín de médico (el mío era marrón con un asa de cuero medio descolgada) donde llevábamos los albaranes, las portadas y muestras de audio, vestidos con una bata blanca y una chapa con nuestro nombre acreditando el oficio de merchan. Éramos la parte más baja de la pirámide de la empresa, no cabe duda, ¿pero saben una cosa?, con aquellos discos y a pesar de aquella estúpida bata blanca nos sentíamos verdaderos jefes.
Hasta mi llegada a Warner no había escuchado la música de Alejandro Sanz. Es verdad que las canciones de su debut “Viviendo deprisa’” habían sonado en bares y discotecas donde uno iba de vez en cuando con veinte años pero, por la razón que fuera, yo no les había prestado ninguna atención. Aquel desconocimiento ante la perspectiva que me esperaba en los siguientes diez años fue una verdadera suerte: abracé la música de Alejandro Sanz desde el primer día como una novedad, libre de cualquier prejuicio idiota.
A pesar de vender discos a toneladas impulsados fundamentalmente por una exuberante inercia del mercado, lo cierto es que mis habilidades comerciales dejaban mucho que desear. Aquello era un hecho, despachar “madonnas” con mi bata blanca no se me daba nada bien. Un día cualquiera, pongamos que un martes, el director de la compañía me invitó amablemente a formar parte del equipo de promoción como responsable del departamento de prensa. Abandonar los almacenes del Pryca llenos de jaulas llenas de discos listos para ser etiquetados fue tan emocionante como ganar la Champions League. Era 1996 y Alejandro Sanz no creo que tuviera ni idea de que tan solo un año después su cuarto disco cambiaría la historia de la música pop en España.
Cada empresa, cada departamento, cada pequeño oficio tiene su truquillo. Y a su medida, encargarse de la prensa en una compañía de discos también. El puesto incluía de serie la ventaja de leer los periódicos en horas de oficina y poder poner cara orgullosa del tipo “¿Qué pasa? Estoy trabajando”, ante la mirada de cualquier compañero celoso (una ventaja de incalculable valor en días de resaca, que quieren que les diga). Hacías tus envíos y preparabas tus dosieres de prensa para que tus logros se pasearan por los despachos de la empresa, todo la mar de bien hasta el día que descubrías cuál era el verdadero propósito de tu tarea: colocarle a los periodistas los objetivos y prioridades de la compañía y decirles que no a las cosas que les interesaban de verdad. En el momento que lo comprendías estabas jodido con el trabajo de malabarista, ese oficio de negociador de palabras al peso verdaderamente agotador. Por ejemplo, si el periodista quiere una entrevista con una muchacha entrada en kilos que circunstancialmente arrasa en todo el planeta y tiene cierto interés periodístico, el de la compañía debe colocarle un sucedáneo de Manu Chao modelo Hacendado que es la prioridad. Y de la gordita nada de nada, que la mujer está muy ocupada. Una vez que entiendes que los objetivos de la empresa casi nunca encajan con las necesidades de los medios, tu vida es completa y casi perfecta. Lástima que no suceda nunca.
La primera vez que escuché ‘Y ¿si fuera ella?’, la canción escogida como primer sencillo del álbum fue con Íñigo Zabala, director de Warner España, quien me agarró por el pasillo con un DAT en la mano y enfiló a toda velocidad en dirección a su despacho. No se vayan a pensar que yo era un elegido o algo parecido, yo estaría en mitad del pasillo haciendo una fotocopia o incluso algo de mucha más responsabilidad cuando de repente empezó a sonar un piano. Aquel hombre quería compartir la canción a toda costa con alguien, fuese el mensajero de MRW o yo, y dio la casualidad de que yo estaba en su camino, algo de lo que por supuesto me alegré muchísimo. Puso la canción a un volumen decididamente exagerado (antes las compañías de música ponían música en sus oficinas) y al terminar solo acertó a decir entusiasmado: “¡La hostia!”. Y en realidad aquella pieza era la hostia, una canción grandota, larga y de construcción imposible, una espiral hipnótica y sobrecogedora, prólogo genial a una colección de canciones imbatibles.
Alejandro Sanz compuso las canciones de “Más” encerrado en el interior de su habitación veinticuatro horas al día durante semanas. Su carrera se había edificado de manera sensata desde las canciones de “Si tú me miras” y “3” y para ‘Más’ volvió hasta Italia para grabar el álbum con Emanuelle Ruffinengo como productor en los estudios Excalibur de Milán. El resultado era una eficacísima colección de canciones atrayentes como el imán, una producción con regusto a-la-italiana que mejoraba el camino marcado por su anterior trabajo y trazaba las líneas maestras de la marca personal del artista que culminarían en las canciones de “El alma al aire”, el punto final de la trilogía Ruffinengo. Grabado casi en su totalidad por músicos italianos, incluye la guitarra de Vicente Amigo, y de sus diez canciones siete fueron lanzadas como sencillos: ‘Y, ¿si fuera ella?’, ‘Corazón partío’, ‘Amiga mía’, ‘Aquello que me diste’, ‘Si hay Dios’, ‘Siempre es de noche’ y ‘La margarita dijo no’, completando un batallón de éxitos pop sin precedentes en la música española.
Una vez finalizada la grabación de “Más”, a principios del verano del 97 Alejandro inició la ronda promocional, como marcan los tiempos, por la prensa. Comenzamos la promoción con cierta tibieza por parte de los medios en un hotel de Arturo Soria. A pesar de ser un artista con unas ventas sensacionales por entonces, los medios escritos seguían relegando a Sanz al nicho del fenómeno fan y cantante para chicas. Sí, hoy puede parecer extraño, pero en junio de 1997 los únicos medios verdaderamente excitados cada vez que yo pronunciaba la palabra “Sanz” eran Súper Pop y Bravo.
Como decía, los medios (me refiero solo a la prensa escrita, la radio había caído rendida al talento de Sanz hacía mucho tiempo) ninguneaban reiteradamente cualquier presencia seria del artista en sus páginas. Pero si de algo estaba verdaderamente convencido Alejandro era del poder de sus canciones, y en el camino era un hombre muy paciente. Las ventas del disco con ‘Y, ¿si fuera ella?’ eran en otoño deslumbrantes, pero nadie imaginaba lo que estaba por venir. Justo a la vuelta de la esquina la publicación del segundo sencillo, ‘Corazón partío’, desató el ciclón de ventas más memorable de la música española moderna y el ninguneo se volvió admiración como por arte de magia. La mezcla de son, tumbao, el toque flamenco, la luminosidad pop y la universalidad de lo latino convirtieron a ‘Corazón partío’ en un himno a los dos lados del Atlántico, una canción de la que materialmente era imposible escapar, poderosa y audaz y de una exquisita brillantez en todas y cada una de sus partes, un hallazgo que combinó calidad y comercialidad de una forma irrepetible.
Como decía, la paciencia y el talento de Alejandro me regaló una experiencia profesional verdaderamente placentera y la oportunidad por fin de recibir el asedio de todos los medios implorando por su porción. La repercusión global del ‘Corazón partío’ retrató hasta el ridículo la obtusa posición que había mantenido hasta la fecha una gran parte de la prensa, que esclavos de su propio prejuicio snob no pudo más que claudicar ante el evidente clamor popular. Después de la tormenta llegó la calma y aquel sabroso tumbao hizo imposible que los medios serios siguieran dando la espalda al madrileño. El hito de todo aquello seguramente llegó cuando viajamos hasta México con El País de las tentaciones, estandarte de la modernidad y lo recool para su reportaje de portada. Una vez que los modernos habían dado el visto bueno y confirmaban sacando pecho que Alejandro Sanz molaba, todo lo demás vino rodado, durante los siguientes seis meses no recuerdo un solo suplemento que no sacara a Alejandro en portada, una imponente presencia mediática tratándose de un artista de fans, ya saben.
Aquí ya no se trataba de si gustaba más o menos, de si aquellas canciones eran para chicas, bomberos o para obreros de la construcción, ‘Corazón partío’ era un fenómeno social que lo arrasó todo. No se han cumplido ni veinte años pero resulta difícil comparar hoy la marea que provocó entonces aquella canción. Sí, ya sé que son otros tiempos, pero piensen que “1989” de Taylor Swift fue el disco más vendido en 2014 con poco más de 3 millones de copias despachadas en todo el mundo. Solo en España, “Más” vendió 2,2 millones de discos de un total de seis en todo el planeta. Si lo circunscriben exclusivamente a España, imaginen el artista español que quieran, ese que está en boca de todos, multiplíquenlo por diez y aun así no le haría sombra al ‘Corazón partío’ y al resto de canciones de este disco. Por mucho que los tiempos hayan cambiado a uno le entra tiritera solo escribiendo las cifras.
En algún momento de las navidades de 1997, “Más” alcanzó la cifra de un millón de discos en España, número mágico y síntoma inequívoco de éxito y de haber hecho historia. Celebrábamos en la segunda planta de las viejas oficinas de López de Hoyos la hazaña entre copas de champán y bocados de jamón cuando Saúl Tagarro, presidente de la compañía, aterrizó en vuelo directo desde la tercera planta del edificio. “¿Qué estáis celebrando?” preguntó. “Ha vendido un millón… ¡pero es solo la mitad del camino!”. En realidad (y estoy seguro de ello) Saúl estaba orgulloso de su equipo y del trabajo realizado, pero él, seguramente mejor que nadie en la compañía, hombre del negocio de los de verdad y bregado en mil batallas, sabía que con aquellas diez canciones tenía entre las manos la colección más poderosa de la música española de todos los tiempos. Y no se equivocaba. Los 2,2 millones de discos vendidos solo en España dejaron el record de “Más” en una cifra imbatible, un salto tan largo como los 8,90 de Bob Beamon en Mexico ’68, un número que los estudiosos del negocio tendrán que buscar en las hemerotecas mientras se frotan los ojos.
Cuando uno escribe sobre artistas suele referirse a ellos por su nombre completo o a veces por hacerlo más corto solo utilizando el apellido. A Alejandro Sanz me gusta llamarle Alejandro a secas. No se trata de un gesto de compadreo ni nada parecido, supongo que a estas alturas a uno la palabra amigo se le queda un poco grande, los amigos toman cañas los domingos y suelen ir al cine de vez en cuando y creo que nunca hemos visto ninguna película juntos más allá de las que nos ponían en el avión desde Madrid a Buenos Aires o de Santiago a Miami. Lo que sí es seguro es que habiendo trabajado muchos años juntos Alejandro indudablemente es colega, un colega de profesión si quieren (en inglés la palabra colleague tiene más sentido), pero colega al fin y al cabo. Es curioso que incluso cuando uno ya no tiene vínculos profesionales con él sigue desplegando un magnetismo único, una especie de cordón umbilical permanente que ata a los que los han tratado in eternis. Uno siente curiosidad por saber cómo le va, por escuchar sus nuevas canciones y desea que le vaya bien de verdad aunque ya no le vaya nada en ello, un don que regala haciéndote socio de su equipo de manera vitalicia.
Supongo que ser artista es muy difícil (imposible ponerme en su lugar). Y también es difícil admitir verdadera admiración por gente con el talento de hacer cosas de las que tú no eres capaz. Los aduladores y aprovechados suelen merodear cerca de las estrellas. La adulación suele ir acompañada de mentiras y el pelota casi siempre es incapaz de enfrentarse con el artista a la hora de decirle, por ejemplo, que algo de su producción no es bueno o sencillamente no le gusta. A mayor tamaño del artista, mayor el temor a decir la verdad, una ecuación bastante idiota que me temo que no hace favor alguno. Son los artistas/personas los que en última instancia deben discernir quienes les quieren de verdad y quienes se acercan con intereses exclusivamente particulares, una delgadísima línea que seguramente también les provoque cierto sentimiento de soledad a pesar de estar permanentemente acompañados, toda una paradoja.
Al carajo la objetividad. Aquí yo decido lo que me gusta y me emociona, y de la producción discográfica de Alejandro Sanz me gustan muchas cosas, no lo puedo negar; la ingenuidad y frescura de “Viviendo Deprisa”, las muchas pistas que ofrece “Si tú me miras” sobre su verdadero talento para hacer canciones y “3” incluye ‘Mi soledad y yo’, tan melancólica como hermosa. “Más” encierra diez canciones irresistibles y después de “El alma al aire” (con más brochazos que pinceladas, en mi opinión) el cambio de paso con “No es lo mismo” le devuelve inesperadamente con aires renovados, sobre todo gracias a la canción del mismo título, para coger impulso y ofrecer más tarde el fenomenal “Paraíso express”. Entre medias de los dos últimos y completamente al margen aparece un escenario sombrío, y es que cuando escucho “El tren de los momentos” se vuelve un artista al que no reconozco. Pero incluso aquí, cuando buceas en la oscuridad atormentada de ‘A la primera persona’, uno no puede dejar de asombrarse ante destellos de brillantez estremecedora.
A veces, cuando leo una crítica relacionada con su trabajo observo, aunque aparentemente no sea de una manera demasiado evidente, cierta condescendencia con sus canciones, se le atribuye el éxito (obviamente innegable) pero se le niega el mérito artístico que le ha llevado a lograrlo. Esa epidemia de base atrincherada esencialmente en una envidia trasnochada da bastante pena, una idea sujetada con el pueril argumento de no ser un artista cool, una lectura tan estéril como zafia y rencorosa, pero muy española, eso sí. Sus canciones han emocionado y emocionan a millones de personas, ya no solo en España sino en muchos –por no decir todos– los países de América, un enorme ejército de seguidores que poco o nada les importa el significado de la palabra cool.
Para una gran mayoría de críticos resulta inverosímil disfrutar de las canciones de Alejandro Sanz al mismo tiempo que se celebran las nuevas grabaciones de, por ejemplo, Los Planetas. De hecho, solo mencionándolos en un mismo párrafo, parece que uno esté profundamente enajenado bajo los influjos de quién sabe qué tipo de sustancia alucinógena. Por el motivo que sea (mí única conclusión la encuentro en escopetas de gafapasta cargadas de envidia y celos) estas cosas no ocurren fuera. Cuando una canción alcanza el estatus de icono en Inglaterra, por ejemplo, por muy moña que sea si es que este fuera el caso, los artistas y medios le rinden el tributo que merecidamente se ha ganado. Esa muestra de respeto ya no es solo hacia el artista que la ha creado, por extensión es también una deferencia y gesto de cortesía a todas las personas que han escogido la canción como una parte importante de sus vidas. Me viene a la cabeza la versión de Coldplay de la canción ‘Back for good’ de la boyband (manda huevos) Take That. A priori Coldplay representan el paradigma del grupo comercial pero creíble, y al igual que el resto de la prensa británica no muestran remilgo alguno cuando toca homenajear (o criticar si es necesario) las joyas que han hecho del pop inglés santo y seña de la música popular. Desgraciadamente por aquí trabajamos mucho mejor el chismorreo y la crítica de taberna, olvidándonos que, tal vez, solo tal vez, aquel tipo con el corazón partío tenga en el fondo un poquito de talento.
Ya sea lleno de mermelada, crema chantilly o de sirope, Alejandro Sanz siempre incluye ingredientes comestibles para todos los públicos (comestibles a su pesar incluso para aquellos que juegan a los haters desde sus naves nodrizas de independencia mal entendida). Todos y cada uno de sus discos esconden momentos de celebración efervescente, canciones pop construidas a base de matices, poesía y pequeños detalles cocinados por un tipo de estilo inimitable que sabe lo que hace. Es verdad que “Más” es solo un disco, posiblemente ni siquiera su mejor trabajo, pero regresar a él es un ejercicio de tributo necesario, un trabajo comercial que cambió las reglas del mercado, el disco que en muchos aspectos redefinió las normas del negocio y marcó nuevas metas para el resto de artistas que legítimamente aspiraban alcanzar los mismos resultados, la cumbre de un músico y compositor privilegiado. Y ya lo decía Elvis Presley, millones de fans no pueden estar equivocados.
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