“Lo verdaderamente emocionante de este regreso es enfrentarse a un disco mayor, un trabajo codicioso en su planteamiento musical, un álbum extraordinario que encaja a la perfección entre los mejores momentos de su glorioso catalogo”
Blur
“The magic whip”
PARLOPHONE
Texto: ÓSCAR GARCÍA BLESA.
Alcemos las copas y brindemos juntos con un estruendoso “¡Han vuelto!”, la mejor manera de celebrar una de las resurrecciones más inesperadas de los últimos años en las islas británicas y por extensión en la música popular global, solo comparable a la excitación que provocó la vuelta al estudio de Bowie hace algo más de un año. Los pioneros del sonido britpop regresan entregando una pieza de solidísimo material dejando meridianamente claro que de aquella absurda batalla patrocinada por los medios para ocupar el cetro del pop de los noventa ellos eran los buenos de verdad.
Han pasado dieciséis años desde su último disco en formato de cuatro (“13”, 1999) y doce desde su errático álbum como trío (“Think tank”, 2002), demasiado tiempo como para que uno pudiera esperar nada especialmente memorable con las canciones de su regreso en 2015 con “The magic whip” más allá de un conjunto preparado para hacer caja en una ulterior gira.
Lo verdaderamente emocionante de este regreso es enfrentarse a un disco mayor, un trabajo codicioso en su planteamiento musical, un álbum extraordinario que encaja a la perfección entre los mejores momentos de su glorioso catálogo. Los conciertos a modo de paseos triunfales en 2012 dieron serias pistas sobre el voluminoso potencial de su repertorio clásico, un material que envejecía con brillo sin acusar el paso del tiempo. Todas las exóticas aventuras de Damon Albarn, ya sea con la careta puesta de Gorillaz, The Good, The Bad & The Queen, sus incursiones en la World Music o su extraordinario álbum en solitario, o incluso las excluyentes y arrogantes propuestas solo para “connosieurs” del marciano Grahan Coxon mostraban las habilidades de dos talentos monumentales. Pero con todo, nadie hubiera apostado una peseta por un retorno de su banda seminal mínimamente decente. Y es por ello que este “The magic whip” aterriza como una revelación, esa fiesta inesperada que divierte el doble.
Blur ha sabido evolucionar desde el shoegazing de “Leisure”, el britpop de “Modern life is rubbish” o “Parklife”, el momento low-fi de “Blur” o la fase experimental de “13” o “Think tank” hasta su desembarco en 2015 con “The magic whip” de manera francamente coherente. Producido por Stephen Street (el mismo hombre que capitalizo sus éxitos a mediados de los 90), el álbum ofrece un equilibrio entre lo que se espera y lo que entrega a cambio casi perfecto. Grabado en China e inspirado en las largas estancias de Albarn en Hong Kong, estas doce canciones están firmemente sujetas por tres patas: la inspiración musical de Coxon, el saber hacer de Street al otro lado de la mesa y unas atinadas letras de Albarn.
Este álbum suena a Blur, y a pesar de lo redundante que pueda parecer tal afirmación, esa es la mejor noticia del disco. El lote se abre con ‘Lonesome street’. Teniendo en cuenta que debe asumir con la pesada carga de servir como tarjeta de presentación tras doce años en el exilio, cumple con sobrada solvencia lo que se espera de ella, la melodía nos es familiar, es todo muy inglés (ya me entienden, en plan bien) y Albarn nos puede llegar a recordar al Duque Blanco, y de veras, el grupo que suena es Blur.
‘New world towers’ es de alguna manera una sorpresa, algo más cósmica y enlatada en una melodía sideral a modo de loop, con un precioso arreglo de guitarra y Albarn cantando francamente bien. Es rara pero funciona. ‘Go out’ es una canción inmediata, con esos coros de hooligan simpático canturreables a la primera, la prueba definitiva de que es verdad, que este es un disco de Blur y de los buenos. ‘Ice cream man’ trabaja en una secuencia de sonidos electrónicos inofensivos, otro experimento ganador del grupo. ‘Though I was a spaceman’ es la pieza más larga del disco, casi seis minutos de música con cierto aroma dramático y donde la guitarra de Coxon cobra protagonismo. ‘I broadcast’ tiene toda la pinta de ser un éxito en los conciertos, agresiva, inmediata y además ofrece una interesante lectura sobre esta generación nuestra tristemente conectada (¿esclavidaza?) permanentemente a cualquier cachivache con wifi o red social. ‘My terracotta heart’ es deliciosa, Albarn canta endemoniadamente bien y Coxon ofrece una paleta de sonidos electrizantes para cerrar una canción muy bonita, no se me ocurre mejor palabra.
‘There are too many of us’ es intensa y sintética y francamente efectiva con esos ecos de marcha militar de recuerdo instantáneo. ‘Ghost ship’ es una canción de pop clásico, ya me entienden, podría ser un tema de Gorillaz o de cualquier solista ligero de esos que hacen canciones soleadas tomando cervezas heladas bajo la sombrilla de la piscina de su residencia de la Costa Azul. Para un servidor, la mejor del disco junto a ‘My terracotta heart’.
‘Pyongyang’, lejos de la lectura política que provoca el título, se balancea en una sección rítmica poderosa y ‘Ong ong’ nos devuelve a los hoolingans de pub en unos estribillos de primaria para regalar una canción tan previsible como memorable. El disco se cierra con ‘Mirrorball’, igual que la inaugural ‘Lonesome street’ hace su trabajo sin fuegos artificiales ni serpentinas, ejecuta su trabajo como obra de clausura de manera impecable enviando un mensaje alto y claro: Blur han vuelto.
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