“El equipo de producción logró un sonido pulido sin opción al fracaso, lleno de himnos adolescentes de tres minutos perfectos para la radio, convirtiendo ‘Slippery when wet’ en el ‘Born to run’ de los chicos con fulares imposibles y laca en el pelo”
Óscar García Blesa reivindica esta semana el tercer trabajo de la banda de Jon Bon Jovi, uno de los discos superventas –más de 30 millones de copias vendidas– e imprescindibles de la historia del rock.
Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.
BON JOVI
“Slippery when wet”
MERCURY
“Yo sólo era otro chico adolescente de pelo largo con aires de grandeza rasgueando una raqueta de tenis delante del espejo de su habitación”. Jon Bon Jovi.
Puestos a pensar en artistas decididamente maltratados, con seguridad Bon Jovi sería un claro candidato a llevarse el premio gordo. Existen placeres culpables y gestos extravagantes medianamente aceptados, en esto de los gustos musicales las apuestas naïf en ocasiones refuerzan cierto espíritu rebelde y salirse de la norma puntúa doble. No cabe duda de que hay mucha tontería en la prensa musical y en el debate musiquero de barra de bar, pero existen reglas y hay excepciones. Decir en voz alta que Bon Jovi mola es harina de otro costal. Resulta del todo inaceptable defender que este guapito de cara y hortera de pelo cardado haya sido capaz de ofrecer un solo gramo de música medianamente decente. Imagínense solo por un instante que además hubiera grabado uno de los álbumes esenciales de los ochenta y uno de los discos más imitados de la historia. Aunque eso sería imaginar demasiado. Si no han escuchado este disco desde la irrupción del Hair Metal en los años 80 les invito a hacerlo y pasar un buen rato. Seguramente les sorprenderá gratamente ver que la música de Bon Jovi es mejor de lo que recordaban, y me temo que posiblemente también lo serán sus recuerdos. Así es la vida.
“Slippery when wet” tiene elementos suficientes en sus tripas como para considerarlo el disco rock mainstream más relevante de los últimos 30 años, además de tener también la gran virtud de ser completamente blanco, aséptico y desechable. Con un estilo imitado hasta la saciedad con los años sigue conservando el sano espíritu de entretener, la regla fundamental por la que debería regirse esto del rock and roll y que desafortunadamente muchos siguen sin comprender.
Evidentemente, uno tiene la permanente sensación de producto artificial cuando escucha las canciones de Bon Jovi, pero qué demonios, ¿a quién le importa? Es cierto que en más ocasiones de las deseables Bon Jovi ha proyectado imágenes de personajes con los que le gustaría estar asociado: el trabajador de clase media, el chico tímido solitario, el papel de paria incomprendido o incluso caracterizado de cowboy romántico rozando lo patético. Esta diversidad de roles le han otorgado cierta falta de personalidad, o peor aún, parece como si la hubiera robado de otros en su beneficio. Me temo que son muy pocos los que han sido capaces de adivinar que esa mimetización era una decisión consciente y completamente intencionada. Bon Jovi es un camaleón por y en beneficio de sus canciones (o producto, llámenle como quieran). David Bowie ya lo hizo muchas veces y mucho antes y nadie nunca protestó. La crítica dirigida a “Ziggy stardust” es algo prohibido. Es mucho más divertido jugar al tiro al blanco con el hortera de New Jersey, es más fácil y está mejor visto, aunque eso ya lo saben.
Durante mis tres primeros meses en Ohio –en el otoño de 1988– prácticamente apenas hablé con nadie. A pesar de que me considero una persona bastante sociable, mis carencias lingüísticas durante aquellas doce semanas me impidieron comunicarme demasiado. Aparte de los mensajes estrictamente alimenticios (“ayam jangry”), no dije nada más. Aquel aislamiento temporal me permitió durante las lluviosas tardes del otoño recorrer en profundidad la colección de discos del mayor de mis hermanos postizos y llegar hasta una desgastada copia del “Slippery when wet”. Aquel disco (grabado convenientemente después en una cinta de cassette) fue mi mejor amigo en los trayectos de ida y vuelta al High School en el Chrysler de color marrón de mi hermano postizo pequeño. Me aprendí aquellas canciones medio heavies de memoria, y cuando por fin recuperé el habla hacia mediados de noviembre como premio mi hermano postizo mediano me llevó hasta el Wall Mart del pueblo para comprar el recién publicado “New Jersey”, disco que incluía una horrorosa camiseta negra con la cara del guaperas de regalo y que por supuesto lucí con inusitado orgullo por los pasillos del instituto. Por increíble que parezca, aquel chaval español medio mudo y vistiendo una prenda dirigida al público femenino fue aceptado por sus compañeros de colegio.
Pero vayamos por partes. “Slippery when wet” es un trabajo erróneamente catalogado dentro del género heavy metal; cualquiera que coloque las canciones de Bon Jovi junto a la oferta de Iron Maiden o Black Sabbath acabará profundamente decepcionado. Estamos ante un disco de pop rock (con más de pop que de rock si me apuran), por mucho que los muchachos llevaran el pelo largo y tocaran guitarras eléctricas (¡pero no necesariamente metal!). Esta clasificación equivocada brindó una buena dosis de ira y odio descontrolado por parte de la facción más integrista del hard rock que les excluyó de un gremio al que nunca pertenecieron (ni lo pretendieron). Willie Nelson, Kenny G o Mick Hucknall lucen hermosas melenas y a nadie nunca se le ocurrió colocarlos junto a Ozzy Osbourne o resto de Dioses del metal. Cosas propias de un estilismo desacertado, supongo.
Cuando uno se centra en analizar exclusivamente la calidad del tercer disco de Bon Jovi, desde el órgano gótico que acompaña la introducción de “Let it rock” a los festivos acordes nueva oleros en el corte final “Wild in the streets”, el disco no da ni un minuto de descanso. Lleno hasta los topes de cortes divertidos, coros de usar y tirar, solos de guitarra excesivos, sintetizadores a granel y el mejor talkbox desde Joey Walsh y Peter Frampton, aquí lo que hay es un álbum de rock and roll espléndido, exagerado y brillante, y con dos de las mejores canciones de fiesta guitarrera jamás escritas, ‘Livin’ on a prayer’ y ‘You give love a bad name’.
Hacia 1982 y trabajando en los Power Studios de Manhattan, John Francis Bongiovi (Bon Jovi debió parecerle más exótico, supongo que igual que al bueno de Sergio Dalma, nacido Josep Capdevila, o Alejandro Sánchez, mutado en Sanz por la gracia divina, ¡esas cosas del marketing!) grabó algunas maquetas, ¡participó en un disco de Star Wars! y cantó los jingles de una conocida emisora local. Una de sus primeras canciones, la estupenda ‘Runaway’ (con Roy Bittan de la E Street Band al piano) se incluyó en un recopilatorio de apoyo a nuevas bandas y el tema poco a poco fue creciendo en popularidad. Formó Bon Jovi junto al pianista David Bryan, el bajista Alec John Such, Tico Torres a la batería y el guitarrista Richie Sambora (el puesto de guitarra era en realidad para su amigo y vecino en New Jersey Dave Sabo, quien en última instancia decidió enrolarse en Skid Row). El vocalista ya aporreaba el piano y la guitarra siendo niño y había tocado junto a David Bryan en diferentes grupos en el área de New Jersey (John Bongiovi And The Wild Ones, Atlantic City Expressway o The Rest), con los que teloneaba a grupos locales como Southside Johnny And The Ausbury Jukes.
En 1984 firman por Mercury Records (sello del grupo Polygram) y pasan a llamarse oficialmente Bon Jovi a imagen y semejanza de Van Halen, otro grupo de corte similar. Sus dos primeros discos “Bon Jovi” (1984) y “7800º Fahrenheit” (1985) obtienen números moderados pero les da la oportunidad de girar con Kiss, Scorpions y Ratt por USA, Europa y Japón y sobre todo aparecer en Donnington dentro del escenario principal del festival Monsters Of Rock.
A pesar del relativo éxito de sus apariciones en directo, Bon Jovi no había ofrecido todavía una grabación consistente. Las austeras ventas de sus dos primeros trabajos les impulsa a cambiar el modo de trabajo fichando en un inteligentísimo movimiento a un compositor profesional para colaborar durante el proceso de creación de su nuevo disco. Desmond Child se convierte de esta manera en pieza clave en el estratosférico éxito que estaba a punto de convertir al grupo en uno de los artistas rock más vendedores de todos los tiempos.
Editado en agosto de 1986, el tercer larga duración de la banda lleva vendidos 30 millones de copias, una cifra extraordinaria incluso para un chico guapo de pelo largo. En su día el álbum alcanzó el número 1 en las listas de éxito, sus dos primeros sencillos ‘You give love a bad name’ y ‘Livin’ on a prayer’ también coparon los charts, y oficialmente fue el disco más vendido del año 1987 en USA.
Producido por Bruce Fairbarn (quién más tarde sería responsable del regreso triunfal de Aerosmith con Get A Grip o el Razors Edge de ACDC) y grabado en los estudios Little Mountain Sound de Vancouver, el disco fue un éxito casi instantáneo. El grupo se olvida de la dureza impostada de sus dos primeros trabajos y apuesta por un sonido abiertamente comercial. A pesar de que gran parte de las canciones ya estaban escritas por la pareja Bon Jovi/Sambora, los hits ‘You give love a bad name», ‘Livin’ on a prayer’, ‘Without love’ y ‘I’d die for you’ llevan también la firma de Desmond Child. El equipo de producción logró un sonido pulido sin opción al fracaso, lleno de himnos adolescentes de tres minutos perfectos para la radio, convirtiendo “Slippery when wet” en el “Born to run” de los chicos con fulares imposibles y laca en el pelo.
Este trabajo es, ante todo, una estupenda colección de canciones donde no hay relleno. El disco arranca con ‘Let it rock’, un arrebato de rock clásico donde el grupo suena grande y pesado con una intro al más puro estilo “Holy Diver”. ‘You give love a bad name’ posee sólidos riffs, estribillos canturreables y las suficientes dosis de Groove bailable para que hasta el mayor cínico musical no pueda evitar disfrutar. Si alguien tuviera que escoger una sola canción dentro del género hair, esta sería una elección más que respetable. Bon Jovi dedicó la canción a su ex pareja Diane Lane (con la que mis compinches adolescentes y yo pasamos buenos ratos gracias a su papel en la pequeña película “Calles de fuego”. Aunque no se apuren, esa es otra historia que reservamos para otro capítulo).
‘Livin’ on a prayer’, celebrada por igual en grandes escenarios y banquetes de boda es una canción vitalista, una declaración orgullosa y honesta para superar adversidades con determinación y perseverancia, con unos teclados y solo de guitarra francamente logrados. Prueben a pincharla en su próxima fiesta y observen la reacción de la gente, una canción infalible. ‘Social disease’ es la canción más floja del lote, pero en su conjunto no es más que un sencillo rock and roll sin pretensiones bastante disfrutable. ‘Wanted dead or alive’ es una balada country blues con aspiraciones de canción de carretera para el lucimiento de Richie Sambora. Algo repetitiva, honestamente con los años se ha hecho mayor y ha madurado razonablemente bien.
La segunda parte del disco se abre con ‘Raise your hands’, otro rock marca de la casa con la temática habitual de sexo y fiesta, la sintética y vanhalera ‘I’d die for you’ y ‘Never say goodbye’, encuadrada dentro del subgénero power ballad y que con los años sería sello obligatorio del grupo. ‘Without love’ incide en la parte romántica y ‘Wild in the streets’ cierra el disco con una propuesta pop rock con sabor a nueva ola y claro espíritu hedonista. En el video promocional de la canción Bon Jovi aparece con una camiseta del “Unforgetable fire” de U2, ¿no les decía yo que estos muchachos de heavy nada de nada? Bon Jovi no se toma las cosas demasiado en serio y tampoco quiere que tú te pongas demasiado profundo. Aquí de lo que se trata es de pasarlo bien. Seamos honestos: no hay ni un solo seguidor de Bon Jovi que haya comprado ninguno de sus discos para escuchar atentamente mensajes profundos en sus letras. Con seguridad lo hacen para poder menear sus cabezas al ritmo de canciones con sabor de fresa camufladas bajo cierta distorsión guitarrera. Tal cual.
Es un disco fresco y original y treinta años después sigue sonando actual y vibrante, capaz de sonar potente, divertido y provocador. Más cercanos a su vecino Bruce Springsteen (o al menos eso intentan) que a los vándalos de Motley Crüe o Ratt, Bon Jovi trabajó canciones de rock sencillas con letras asequibles. Eran guapos y lograron acercar mujeres de bandera a sus conciertos provocando el odio más exagerado entre los seguidores de grupos con, por lo general, cantantes con aspecto poco salubre, feos y escuchimizados. La ecuación era sencilla y bastante lógica; aficionados de todo el mundo acudieron a los conciertos de Bon Jovi en masa ya no solo para ver a sus ídolos en directo. Acostumbrados a compartir el sudor apretujado de maromos melenudos y tatuados desde las cejas hasta los tobillos, tenían ahora bastantes posibilidades de compartir la experiencia del directo rodeados de mujeres imponentes. Visto así, Bon Jovi a diferencia de sus competidores ofreció un plus imbatible, nada que reprocharles en este aspecto.
En 1988, una vez superado mi miedo escénico con el inglés fui lo bastante osado como para inscribirme en el club de escritura de mi instituto americano redactando pequeñas historias en la gacetilla quincenal que se repartía entre los estudiantes del colegio. Seguramente el nombre de Kevin Stepp no les suene de nada. Este señor gordísimo de peso superlativo y bigote poblado, profesor de literatura y director del periódico de la escuela y melómano empedernido me invitó a escribir un pequeño artículo sobre la música de mi país. A pesar de que aquel hombre esperaba por mi parte alguna introducción ligera al flamenco o cualquier otra muestra de música tradicional española, publicó a página completa mi texto de Bon Jovi y Héroes del Silencio. Por alguna extraña razón, en 1988 encontré bastantes parecidos entre la propuesta musical y estética de Enrique Bunbury y lo que ofrecía Bon Jovi. Lo divertido del caso, treinta años después y varios cortes de pelo entre medias, es que hoy sigo pensando exactamente lo mismo.
“Slippery when wet” es un disco honrado y extremadamente noble, no hay nada recriminable en su interior, son sólo cuarenta minutos de canciones bien cantadas, sintetizadores bien utilizados y guitarras equilibradas. Digámoslo alto y bien claro: este disco se grabó con el único propósito de ganar dinero, ¿y cuál no lo hace? Olvídense del arte y del mensaje artístico trasnochado. Muchos de los artistas (no todos, claro) que defienden el fondo por delante de la forma en su discurso lo hacen porque nunca han vendido y seguramente jamás lo harán. Si pudieran preguntarle a ese artista maldito en el que está pensando ahora mismo si cambiaría su nicho marginal por unas ventas que le permitieran pasear en yate por la Costa Azul, ¿qué creen que les respondería? Pues eso. Bon Jovi aparcó la credibilidad y la pose y no le importó una mierda el posible legado grabando un disco cargado de clichés para en el camino poder ganar una cantidad grosera de dólares. Esa cristalina transparencia en su mensaje fue la clave de su colosal triunfo.
Bon Jovi fue la respuesta queer al movimiento hair metal, la propuesta pop rock con pantalón de cuero de los ochenta, lo suficientemente melódicos para los fans del AOR y lo bastante cañeros para satisfacer a los amigos del hard rock. Muchos lo replicaron con bastante éxito (Poison, Def Leppard o Skid Row sin ir más lejos), pero ninguno logró ofrecer un disco tan bien acabado como “Slippery when wet. En cierta ocasión leí que Bon Jovi sonaba como un Bruce Springsteen malo o un Bryan Adams bueno, seguramente la más certera definición de lo que en realidad son. Bon Jovi demostró con este disco que no es necesario ser un genio para lograr la excepcionalidad encomendando todo su esfuerzo en presentar una generosa colección de canciones infalibles sin importarle el qué dirán. Y vaya si lo consiguió.
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