Discos: «Natalie Prass», de Natalie Prass

Autor:

«Este álbum, con canciones que tienen en algún caso más de seis años, será uno de los discos a recordar de este año iniciado hace pocos días»

natalie-prass-29-01-15

Natalie Prass
«Natalie Prass»
SPACEBOMB/MUSIC AS USUAL

 

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

 

En enero de 2012, una joven de 26 años subía a una montaña del Estado de Virginia y, al llegar arriba, respiraba aliviada. Por contradictorio que parezca, se sentía relajada tras el esfuerzo. Lo cierto es que su desahogo no tenía tanto que ver con la escalada que había completado como con un álbum que acababa de grabar. Tras semanas buceando en su interior y en sus habilidades para sacar lo mejor de sí para lo que sería su disco de debut, aquella mujer se sentía por fin en paz consigo misma.

Natalie Prass, que así se llama nuestra protagonista, llamó entonces a su sello discográfico y preguntó cuándo se editaría su recién finalizada criatura. En Spacebomb, más un laboratorio que una discográfica al uso, le dijeron que vería la luz en el segundo semestre de aquel año. Quien respondía era Matthew E. White, capo del sello y músico en varios proyectos, además de un buen amigo de ella desde la escuela. El debut de este último, «Big inner», aparecía en agosto de ese año, 2012. Su inesperado éxito hizo que todos los planes de la compañía se vinieran abajo: había que capitalizar la inversión y asentar el sello para futuras empresas, relegando el lanzamiento de Prass o los otros artistas que también habían grabado ya, como Howard Ivans o Grandma Sparrow & His Piddletractor Orchestra.

Prass siguió preguntando a medida que avanzaba el año y empezó a darse cuenta, por las largas que le daban, de que su debut tardaría en editarse bastante más de lo previsto, así que trazó una nueva hoja de ruta. Empezó a diseñar complementos para perros en una empresa que fundó, Analog Dog (hoy ya desaparecida), y aceptó trabajo como músico de acompañamiento de quien había sido su heroína musical hasta entonces, Jenny Lewis: un concierto de la banda de esta, Rilo Kiley, había sido el que la había decidido a dedicarse al rock.

Desde entonces, Prass ha vuelto a aquella montaña, pero ya resignada no le importaba tanto saber la fecha en la que el mundo empezaría a saber de ella. Ahora esa fecha ha llegado: concretamente ha sido esta misma semana: el martes 27 de enero, por fin ha aparecido «Natalie Prass», el día también en el que su vida cambiará definitivamente para siempre.

No cabe ninguna duda de ello porque este álbum, con canciones que tienen en algún caso más de seis años, será uno de los discos a recordar de este año iniciado hace pocos días. Matthew E. White ya pasó por ello y ahora le toca a Natalie Prass, en un disco incluso más accesible que podría llegar a amplias audiencias si en las radios sonase otra cosa distinta a la papilla musical al uso y si en las listas de éxito hubiese algo de dignidad.

Hay en la voz de Natalie Prass algo de Diana Ross y de Janet Jackson (de hecho, ha grabado una versión de su ‘Any time, any place’, más sedosa que el original), y hay bastante en sus canciones de Carole King, de su otro ídolo Dionne Warwick e incluso del Van Morrison más libre de discos como «Moondance» o «Astral weeks». Por si sirve también para ubicarla, en una lista musical escogida recientemente por ella aparecen nombres como los de Minnie Ripperton, Gal Costa, Betty Harris, Dee Dee Warwick o Nina Simone.

Sus canciones, compuestas en un primer momento con una acústica, se sirven para encontrar lustre de la banda residente de su sello Spacebomb, donde Matthew E. White y Trey Pollard (los productores de este álbum) están intentando grabar todos los discos que publican con el mismo grupo de músicos, al estilo de lo que sucedía en Muscle Shoals, dándole una cierta unidad a todo lo que salga de allí. Y eso es, precisamente, lo que aquí sucede: los vientos y las cuerdas van envolviendo la voz de Natalie Prass, que no deja de ser el centro de atención y que no pierde el elemento de vulnerabilidad que se siente presente en todo momento.

Esa fragilidad viene motivada, especialmente, por el tema recurrente en los textos de sus canciones, que no es otro que una ruptura sentimental. Mientras registraba el disco, Prass acabó su relación con su pareja de entonces, Kyle Ryan Hurlbut, quien ahora toca la guitarra en la banda de la estrella del country Kacey Musgrave. De ahí que una frase como ‘Our love is a long goodbye’ (‘Nuestro amor es un largo adiós’) que se escucha en el primer corte, ‘My baby don’t understand me’ (‘Mi chico no me entiende’), pueda entenderse como resumen-preludio del álbum, algo con lo que el oyente puede sentir empatía desde la primera vez que lo escucha.

Las canciones de esta oriunda de Cleveland que creció en Virginia y vivió también en Boston y Nashville suenan atemporales, clásicas. El ejemplo más claro, ese ‘It is you’ que lo cierra y que, a pesar de estar inspirado por ‘He needs me’ de Harry Nilsson, parece parte una obra de Broadway y se acerca más a una recreación del ‘Young at heart’ que llevó al éxito Frank Sinatra. En la misma dirección se mueve ‘Christy’, un homenaje a la cantante brasileña Gal Costa y Rogério Duprat, arreglista habitual de los artistas de lo que se dio en llamar Tropicália como Caetano Veloso o Gilberto Gil.

‘Bird of prey’ podría llegarles perfectamente a todos esos millones de seguidores de cantantes de los últimos años que con un pie en el soul han conseguido un gran éxito, como Adele, Duffy, Amy Winehouse o Rumer. Lo mismo se puede decir de ‘Your fool’, que empieza como una actualización llegada desde la época del doo-wop para acabar en otro sitio.

No obstante, son cortes como ‘Why don’t you believe in me’ los que mejor definen al disco, un sonido que encuentra su más emocionante exponente en un ‘Violently’ que va creciendo a medida que se suman los instrumentos o un ‘Reprise’ recitado (revisitando cerca del final la tercera canción del álbum, ‘Your fool’) en el que queda claro que casi nadie ha logrado antes hacer llegar un mensaje tan contundente con tanta aparente calma.

Anterior crítica de discos: “Oh, rompehielos”, de The New Raemon.

Artículos relacionados