Ismael Serrano: Impulsado por la falta de certezas

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“La sensibilidad del músico está sobrevalorada, y como mucho es un tipo lleno de inseguridades y de cuadro clínico complejo”.

 

Ismael Serrano ha dado un paso al frente y se ha lanzado a darle ritmo, con Latinoamérica en el punto de mira, a las canciones de su nuevo disco, «La llamada». De ello y del oficio de escribir canciones conversa con Arancha Moreno.

 

 

Texto. ARANCHA MORENO.

 

 

Ha cumplido los cuarenta, y en su noveno disco ha querido dejar constancia del cambio vital que atraviesa. Ismael Serrano arranca «La llamada» confesando su ignorancia y lo termina animando a plantar cara a la tempestad. Y entre medias, las canciones que buscan ser amables –o amadas– deambulan por su juventud, por los cuentos de la infancia, por el amor que se quiebra, por los tiempos “de furia en primavera”… y encuentra la poesía en una risa de madrugada o en un insecto atrapado en ámbar. Así ha tejido el cantautor un disco en el que ha abrazado la canción popular, el sonido de América Latina, el candombe y la bachata, pero sin renunciar a su identidad. Porque permanece el Ismael Serrano que siempre supo acompañar a guitarra y voz, pero que crece en paralelo a sus canciones.

Abres tu noveno disco con esta letra: “No sé nada o casi nada de la vida / apenas sé escribir mal un soneto”. Qué comienzo tan significativo.
Creo que tiene que ver con la edad, con los 40, donde emprendes un camino de vuelta en el cual te despojas de una cierta soberbia, de una parte del ego que no deja de ser un lastre, y te das cuenta de que sabes muy pocas cosas. También tiene que ver con la paternidad, he tenido una hija hace poco y te cuestionas hasta qué punto puedes enseñarle cosas a una recién llegada cuando tú no eres más que un aprendiz. Te surgen muchas dudas muy inspiradoras. Son miedos y dudas que no son paralizadoras, al contrario, movilizan. No entras en pánico, es motor de vida. Un amigo me sugirió que empezásemos el disco con esa canción y me pareció una idea cojonuda, qué mejor forma de empezar un disco que reconociendo mi absoluta ignorancia en muchos aspectos. Llega un punto que te cuestiones tanto las cosas que te cuestionas a ti mismo. Tengo claros mis principios, y argumentos para defenderlos, pero a veces está bien detenerse y pensarlo. Te permite despojarte de una solemnidad que a veces te hace distante. Creo que alguna vez me ha pasado, que te pones tan solemne, tan rotundo y contundente que te haces distante y te hace cuestionar hasta qué punto es una pose o una afirmación razonada. El tiempo te hace tomar naturalidad, algo que he valorado toda mi vida, en las relaciones con las compañías, los periodistas… La sensibilidad del músico está sobrevalorada, como mucho es un tipo lleno de inseguridades y de cuadro clínico complejo. Su forma de combatir esa inseguridad es vistiendo un personaje de artista sensible y seguro de su trabajo. Está sobredimensionada esa sensibilidad. A veces se trata como niños a ciertos artistas y no creo que sea necesario, aun cuando se comporten como niños.

El tiempo nos hace pasar de la seguridad juvenil a una absoluta falta de certezas. ¿Cuáles son tus mayores inseguridades ahora?
No lo sé… Quizá en política tengo claro cuáles son las preguntas y no las respuestas. “Sería incapaz de tener una amistad con alguien que ideológicamente esté en las Antípodas”. No, con el tiempo conoces a alguien que está en las Antípodas y puedes tomar con él un café y charlar sin que tus discrepancias desaparezcan. “Jamás leeré a Vargas Llosa, porque es un facha absoluto”. ¿Cómo te vas a perder su literatura maravillosa? ¿Sobre qué tengo inseguridades? Sobre el mundo que estoy construyendo, con el relato que yo le contaré a mis hijos. En ‘Papá cuéntame otra vez’ le reprochaba a mis padres el relato edulcorado que hacían de una realidad que era muy diferente. Aquella Transición tuvo más de claudicación de lo que ellos querían reconocer. Yo les hacía ese reproche, pero al menos ellos tenían un relato. ¿Mi generación lo tiene? No lo sé. Luego las contradicciones en las que caes, soy un tipo con principios ideológicos claros, pero ¿hasta qué punto puedes desarrollar tu carrera con todas las trampas que te ponen? ¿Hasta qué punto mi música es tratada como objeto de consumo? Yo pretendo que mis canciones impacten sobre el que las escucha para dejar un mensaje, una huella. ¿Hasta qué punto no convierto ese mensaje en un objeto de usar y tirar? Es como la imagen del Che Guevara en la camiseta, es un icono cultural pero también de consumo. Ese delicado equilibrio que vivimos todos. Hasta qué punto nuestra militancia en nuestros principios es equilibrada con respecto a nuestro modo de vida. Pasa incluso por lo sentimental, te das cuenta de que el análisis político que pretende tener un rigor científico finalmente si no está traspasado por la emoción no vale para nada. Todo tiene que estar traspasado por el corazón. Estas canciones apelan al corazón, donde tiene que apelar la música, aunque luego sirva como motor para el cambio político.

Desde luego, lanzando ‘Canciones para una recién nacida’ no imitas el relato edulcorado que le recriminas a tus padres. En esas píldoras le cuentas a tu hija cómo era el mundo en el momento en el que nació.
Lo cierto es que era un tiempo terrible, es eso. Escribí una canción que me gusta mucho, y comienza así: ‘El mundo es una pesadilla y yo he sido tan feliz’. Vivimos tiempos terribles pero que merece la pena vivir. Son terribles, vivimos en una precarización absoluta, en una pérdida de derechos brutales, pero son maravillosos también, sobre todo por lo que plantean como reto. Yo a mi hija le cuento cuál es la realidad, merece la pena que sepa que aún quedan muchas cosas por hacer, y cuanto menos puedo decirle que lo intentamos.

“El día en que nacías los periódicos hablaban de la herida abierta en Ucrania (…), en España la violencia machista se cobraba nuevas víctimas; nuevos desahucios, más despidos…” ¿No te disgusta la imagen que le transmites a tu hija?
No sé, no he llegado a pensarlo. Tampoco sé si quiero ahondar en eso, no quiero volverme loco. No lo sé, yo soy bueno y soy malo, no soy un santo. Hay quien dice que vivo de puta madre, y sí, soy un privilegiado. Todo el que tiene un puesto de trabajo bien remunerado es un privilegiado. Es acojonante, es un derecho, no es un privilegio. La perversión del sistema es tal que ha convertido los derechos en privilegios. Yo vivo bien, pero eso no me puede hacer permanecer ajeno a la realidad. Lo más que le puedo decir a mi hija es que soy un tipo con contradicciones, pero lo intento, te juro que lo intento. Intento hacer las cosas bien, y las hago de corazón. Yo no sé si una canción es buena o mala, pero puedo percibir si está hecha con honestidad o no, y eso me parece más importante. Puedo tener amigos que hacen un tipo de canción que no me va a llegar a emocionar, pero si veo que lo hace con honestidad, eso me conecta con el artista. No con la música, pero si con el artista, y eso es lo más importante en la música. Tú notas cuando una canción está hecha desde una pose. Hay que tratar de ser honesto y natural.

Hablabas antes de canciones tratadas como objeto de consumo, de usar y tirar. Eres un músico consagrado, pero la gente que se acerca a tu música lo hace porque quiere, no es un consumo obligatorio que nos abofetea en las radiofórmulas. Te buscan.
Sí, es un reto. Yo soy un privilegiado por cosas como esta, porque tengo el privilegio de que tú me estés entrevistando y aparecer en un medio como el tuyo, pero con todo y con eso, mi música no suena en las radios, desde luego se necesita de la iniciativa del oyente para poder llegar hasta mí. Las redes sociales nos están permitiendo abrir una ventana interesante. Había una figura antes en radio sumamente interesante, que era el prescriptor. Existía una manera de comunicar la música que se está perdiendo. Ahora tiene que haber esa voluntad de búsqueda, pero antes te encontrabas con ella, escuchabas la radio y encontrabas una canción que te cambiaba la vida. Ahora se ha homogeneizado la propuesta musical. Twitter son 140 caracteres, el debate es muy relativo. Cuando hago entradas muy largas en mi blog, sé que la gente las lee menos. Es una lucha con un género que requiere otros tiempos, una segunda escucha, una interiorización que estamos perdiendo. Estamos perdiendo capacidad para hacer un análisis en profundidad de las cosas. Tenemos cinco ventanas abiertas, vamos de una a otra, estamos perdiendo capacidad para profundizar. Eso es una putada para alguien que hace una música que requiere una cierta interiorización.

Música que necesita una atención especial.
No es que sea un ejercicio sesudo propio de élites, no es que presuponga un ejercicio intelectual añadido, no. Es que estamos perdiendo hábitos naturales. Alguien me decía que hay estudios que dicen que a los niños se les hace pesado aguantar una película de hora y media. El ciberfetichista te dirá que estamos ganando en otras cosas, que somos multitarea, pero estamos perdiendo en memorización. Hasta qué punto la simplificación del mensaje no hace que simplifiquemos las emociones, y eso nos lleva a entender las relaciones como las retrata ‘Mujeres y hombres y viceversa’. Un músico con ciertas intenciones, con vuelo poético en sus textos lo tiene jodido. Yo soy un enganchado a Twitter, me encanta, pero no estamos haciendo el debate elegido, hasta qué punto es un modelo elegido o impuesto. ¿Realmente una red es neutral cuando hay buscadores hegemónicos? Si no apareces en Google, no existes. Merecería debatirse hasta qué punto está influyendo en nuestra forma de expresarnos culturalmente.

Al escuchar ‘La llamada’, me acordé del último disco de Jorge Drexler, ‘Bailar en la cueva’. ¿Qué te pareció ese trabajo?
Drexler siempre me parece interesante, he crecido con él, me gusta mucho. Me pareció muy bonito porque se conecta en algún punto con lo que yo quería hacer con mi disco, él decía que estaba componiendo con los pies, eso me gustó. Melódicamente, él está en un nivel de investigación musical en otro término. Yo hago canción popular, me he ido de repente a la canción tradicional, han aparecido estribillos en canciones mías. Y él ha hecho conciertos con gente que pincha, samplea, es un investigador. He discutido alguna vez con él porque dice que no es cantautor, que él hace candombe beat. Y yo creo que es un cantautor, porque el cantautor es un renovador del folclore, y él lo renueva. Compartimos un universo, pero él está en un ejercicio de experimentación elevado.

Los dos habéis elegido algunos ritmos latinos, pero la transición que tú has hecho es más suave, en comparación con la de Drexler.
Yo para renovarme he ido más a la canción de raíz. Hay un prejuicio con el cantautor: que es un tipo que privilegia las letras y musicalmente no tiene ni puta idea. Si analizas las canciones de Silvio Rodríguez, tienen una complejidad armónica que superan mucho a una canción de pop. Incluso Serrat, armónicamente está a otro nivel. Pero sí es verdad que muchos cantautores nos creemos ese prejuicio, a mí me ha pasado, y entramos en una competición con nosotros mismos, por aquello de ser cada vez más densos. Eso te lleva a ser más hermético. He intentado dejar de lado ese prejuicio, ir a la raíz, no componer desde la armonía y la melodía, componer desde el ritmo. Pensé componer desde la base del reggaetón, y así surgió ‘La llamada’. De repente han salido otras canciones, sin perder la hondura poética, como ‘Éramos tan jóvenes’, o ‘Apenas sé nada de la vida’, donde trato de utilizar elementos de lo cotidiano para tener expresiones poéticas de altura, y aprovechar esos elementos para las canciones. Por eso estoy tan contento con el disco, creo que es diferente en algún punto. Y que es más luminoso, sobre todo.

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“A mí también me resultan hipnóticos ciertos artistas que recrean un personaje que parece irreal, pero valoro mucho cuando alguien se presenta tal cual y hace ese ejercicio de sinceridad que supone agarrar la guitarra y contar su relato”

 

Musicalmente, eres un poeta de lo cotidiano.
Un amigo me contaba que se está mudando y que su hijo miraba por la ventana y decía: “Jo, estos árboles no los voy a volver a ver, qué pena”. Lo dice un niño y es de una hondura preciosa. Está ahí, en nuestro día a día, y tiene una magia que merece la pena ser retratada. Creo que los cantautores han sido capaces de hacerlo. Serrat es mago en eso, en la canción ‘Princesa’, cuando dice:  “Y la sigue un paso atrás hasta la calle, planchándole con la palma de la mano una arruga que el vestido le hace en el talle”. Es un gesto de una ternura brutal. Sabina y Serrat me han enseñado que el secreto de que una canción te emocione es reconocer esos lugares en los que tú también has sentido algo especial, pequeños pero de una grandeza de la que no somos conscientes.

En este disco has sabido crear imágenes propias muy bonitas, por ejemplo la tristeza “como un insecto atrapado en el ámbar”.
En este disco han surgido imágenes de las que estoy orgulloso, aunque suene a vanidad. Como la frase «olvidar es una forma de mentir». Muchas surgen de poesía. La canción que tú dices, ‘Te vi’, habla de la primera vez que vi a mi hija en una ecografía. Pensar en la tristeza como un animal que pertenece a la paleontología. Son retos metafóricos donde está el secreto de que una canción funcione.

Volviendo a la música, al pensar tanto en los ritmos, ¿ha cambiado tu forma de componer este disco? ¿Te has alejado de la guitarra para trabajar desde otro lugar?
Sí, ha cambiado totalmente. No me he ido de la guitarra, la melodía siempre surge de una armonía, pero el punto de partida era el ritmo. Por lo general he partido del ritmo, excepto en ‘Mi problema’, una letra que hizo mi padre. Al leerla pensé que era una ranchera, porque tenía ese tono de súplica y reproche de una ruptura. Ahí partí de la letra y encontré el ritmo. Sabía que Natalia Lafourcade le iba a imprimir esa sensibilidad que los mexicanos tienen en su ADN.

¿Se la robaste a tu padre, o le pediste que la escribiera?
La verdad es que no lo sé, él me ofrece a menudo letras y poemas, yo los leo, y cuando vi esa le dije que la íbamos a hacer en forma de ranchera. Lo estaba pidiendo, tiene la musicalidad en el verso, el punto de universo José Alfredo, era una canción menor en el disco y para mí es una de mis preferidas, me la pongo una y otra vez. Cuando acabas un disco te lo pones mucho, y cuando lo pongo en el coche a esta le doy al replay. Yo tengo muy pocas colaboraciones, pero cuando hay, son naturales. Se nota cuando la gente interioriza tu canción y la hace suya. El candombe lo hice para un amigo que estaba pasando por una ruptura, le dije que todo final anuncia otro principio. Y en ‘Éramos tan jóvenes’ quería hacer un vals pero que no lo pareciera.

Al escuchar el disco uno encuentra al Ismael Serrano que identificaba a guitarra y voz, pero con una evolución muy bonita sin perder tu sello.
Sí, es un camino de vuelta. Abandonas esa competición que te decía antes, uno entra en la competición de ser cada vez mejor. No, hay que ir a la canción. Eso me ha hecho crecer en muchos aspectos.

¿Cómo se reflejará en el directo?
La puesta en escena nos la estamos planteando con un batería, un percusionista, con una carga de ritmo importante, porque quiero que el concierto sea una celebración. Recuperar canciones de otros trabajos. Yo había hecho rumbas, sambas, la idea es incorporar esos temas y hacerlos crecer, sin perder ese punto de guitarra y voz que siempre va a estar presente, porque me emociona mucho esa parte, pero incorporando esas cosas y dándole otra dimensión. Eso plantea estar en el concierto desde otro punto. No voy a revisar temas anteriores, ni a arreglarlos, pero voy a potenciar lo que había ahí.

En el disco han colaborado músicos como Vicente Climent y Diego Galaz. ¿Te acompañará alguno en directo?
Vicente se va de gira con otro músico y Diego Galaz tampoco vendrá, aunque muchas veces me ha dicho que le encantaría tocar conmigo. Lo que más me rompe el corazón es que Javier Bergia, que lleva 17 años acompañándome, no va a estar conmigo. Está en su proyecto, viene de la música antigua y se ha conectado otra vez a ella, está muy entusiasmado con eso y le entiendo, más allá del dramatismo que supone empezar una gira sin que esté él. Aparte de un gran músico es un gran amigo, la sobremesa con Bergia es alucinante. Pero la música es así, es natural y es sano que cada uno busque su camino. Me acompañará Jacob Sureda, coproductor y arreglista de ese disco, el bajista José Luis Garzón y el percusionista aún no lo hemos decidido. Hasta finales de enero no empieza la gira…

Por cierto, ¿sabes que en tu página de Wikipedia tienes un amplio apartado dedicado a la conciencia social?
(Se ríe) No sé quien lo hizo, aunque he retocado algún dato que estaba mal, debo ser el único artista friki que lo corrige. De todas formas esa faceta de la vida forma parte de la tradición del cantautor, va inevitablemente ligada. Bueno, no, no tiene porqué serlo el cantautor. Yo trato de aportar mi grano de arena. Uno a través de la música puede hacer de altavoz y yo lo he hecho cuando he podido. Fui a Palestina, escribí una canción cuyos derechos van a esa asociación, que grabamos con un coro de niños, y la experiencia que viví me ha dado más mucho más de lo que yo haya podido aportar.

El disco arranca con inseguridades pero acaba en un tono muy positivo. Si como dices en ‘La llamada’, todo final anuncia otro principio, ¿qué principio anuncia este disco?
Tienes razón, no había caído en eso. Cuando acabas el disco llegas a conclusiones como esa, que responden a actitudes inconscientes. El hecho de hacer este disco tiene que ver con un cambio de etapa y de ciclo a nivel personal. Con ese viaje de vuelta que uno hace a los 40, con ese principio de seguir renovándose, todo un reto. Yo soy consciente de que no estoy en la vanguardia de la investigación musical y tampoco lo pretendo. Yo pretendo hacer canciones amables, no hay nada más bonito que hacer canciones amables, que la gente pueda amar, o que acompañen de alguna manera. Y no es poco. Una canción que perdure, que deje una huella. Trato de evolucionar, de aprender, más cuando llegas a la conclusión de que no sabes nada de la vida, y de que el tiempo pasa a toda hostia. A veces desesperas con todo lo que te queda por hacer. Si bien uno no siente la urgencia, sí siente que no se debe detener, que esto es una oportunidad que merece la pena vivir con intensidad, y es lo que trato de hacer día tras día. Creo que a veces no consigo dar esa sensación de naturalidad por una cuestión de timidez, pero así trato de trabajar, y la gente con la que trabajo lo sabe. Hay una pose en torno a la música que a veces es bonita, pero que a mí no me interesa. A mí también me resultan hipnóticos ciertos artistas que recrean un personaje que parece irreal, pero también valoro mucho cuando alguien se presenta tal cual y hace ese ejercicio de sinceridad que supone agarrar la guitarra y contar su relato. Conectar con esa persona y darte cuenta de que tu vida está llena de una poesía que no siempre eres capaz de ver me parece maravilloso. Y es lo que han conseguido muchos grandes cantautores que me han llevado a agarrar la guitarra y a componer canciones.

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