«Si quieres espectáculo de verdad, hazte con el deuvedé del concierto en Hyde Park que ofrecieron el verano pasado: cuesta como el quince por ciento que la entrada más barata, tienes una calidad de imagen y sonido perfectas, te evitas soportar a tus estupendos congéneres, incluye planos cortos»
Frente al furor despertado por el próximo concierto madrileño de los Rolling Stones, Juan Puchades recomienda comprarse un deuvedé en directo del grupo, que cuesta mucho menos que una entrada y todo son ventajas.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Nada nuevo: se ponen a la venta las entradas para un concierto de los Rolling Stones, y el personal se vuelve loco. Y es que la gente necesita verlos, quiere estar allí, vivir el acontecimiento, ser parte de él. Así que las entradas vuelan, sin importar el precio o el lamentable colapso y caos organizado durante la venta de las mismas. Además, acudir en esta ocasión al concierto del Santiago Bernabéu tiene el aliciente añadido de que, si las leyes inexorables del deterioro físico no le ponen remedio, será la última oportunidad de ver al grupo en directo. Habrá a quien eso le despierte mucho morbo, ya que luego, cuando palmen Richards, Jagger o Watts, podrá decir: «yo estuve en el último concierto que dieron en Madrid», como si fuera una hazaña. Si les hace felices, me alegro por ellos. Pero no olvidemos que para batallitas, las de la mili, y era un coñazo escucharlas.
Personalmente, me la sopla ver en directo a los Stones. O más bien, «asistir» a uno de sus conciertos. No creo que los shows en campos de fútbol («estadios», se dice, que impresiona más) sea la mejor manera de ver conciertos, con los artistas reducidos al tamaño de una hormiga en la lejanía y siguiéndolos en pantallas gigantes, soportando aglomeraciones, a ese público desquiciante que levanta el dedo índice para seguir el ritmo, a los que muestran cuernos con índice y meñique, a los que cantan, a los que hacen como que cantan, a los que parece que el concierto les importa una mierda y no paran de hablar, a los que sostienen cervezas en inestable equilibrio sin el menor respeto por quienes les rodean, ese (después de haberte dejado un montón de euros) hacer cola para acceder al recinto o para tomarte algo o para ir al lavabo. El pasárselo bien porque hay que pasárselo bien, porque toca, tronco, ¡que son los Rolling! No, no lo soporto. Así que el 25 de junio no me dejaré caer por el campo (el estadio) del Real Madrid.
Sé que mucho del público que acude a los conciertos de los Rolling Stones (o de U2, o de Springsteen) es incapaz de citar los títulos de una decena de sus canciones, o de cinco elepés, o de establecer una cronología mínima. Pero hay artistas que se han sobredimensionado de tal modo que lo de menos es la música (de hecho, los Stones venden muy pocos discos), lo importante es su nombre y el evento que supone un concierto suyo, la litugia colectiva y ese estado de ansiedad que generan ante una de sus visitas. Es como cuando el circo para en tu ciudad, eres niño y no quieres perderte el espectáculo.
Pero, si quieres espectáculo de verdad, hazte, por ejemplo, con el deuvedé del concierto en Hyde Park («Sweet summer sun. Hyde Park live») que ofrecieron el verano pasado, es decir, de la gira actual. Todo son ventajas: cuesta como el quince por ciento de la entrada más barata (y no has de sufrir como un gato en celo para hacerte con una copia), tienes una calidad de imagen y sonido perfectas (audio tomado directamente de la mesa, y mezclado), te evitas soportar a tus estupendos congéneres, incluye planos cortos con los que admirar las arrugas de Watts, la depilación de axilas de Wood, los teñidos de pelo de este y de Jagger, o puedes comprobar cómo Richards, pelín barrigón, no para de darle al cigarrito e incluso parece que se lo pasa bien. También se ofrecen planos generales, tomas aéreas y otras entre el público, incluso añade imágenes de un backstage al que, pringados como somos, nunca tendremos acceso… Desde luego, puedes verlo tumbado o apoltronado en tu sofá preferido; si te apetece comer o beber algo, detienes la reproducción y te acercas a la cocina (mucho más barata que los chiringuitos del concierto); lo mismo si quieres repetir un detalle que te ha parecido particularmente interesante o si necesitas vaciar la vejiga (¡sin hacer cola!). Incluso, si ignoras todo de la discografía de los Stones, puedes conocer los títulos de las canciones que interpretan. Cuando acabas de verlo, lo guardas en la estantería, y si alguna vez te apetece regresar a él, solo tienes que sacarlo de la funda. No hay duda: ¡todo son ventajas, oiga! Y si la experiencia te ha gustado, todavía sin llegar a desembolsar el precio total de la entrada más económica, puedes agenciarte diferentes deuvedés en directo del grupo en sus distintas etapas. Vamos, yo lo tengo claro, me quedo con los Rolling Stones enlatados.
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Anterior entrega de El oro y el fango: Esos oscuros objetos del deseo.