» Apena que los artistas, dispuestos a recibir su plato de lentejas, permitan que metan mano a sus creaciones. Pero los tiempos son duros, las ventas naufragan, y las concesiones, en forma de bajada de pantalones, patrocinios, etc., resultan abundantes»
Con el lamentable caso de «Hola» contra «Mongolia»como hilo conductor, Julio Valdeón recuerda cómo están los asuntos de la censura en el rock estadounidense.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
El caso reciente de las revistas «Mongolia» y «Hola». Una de las más brillantes aventuras periodísticas surgidas en España amenazada por los (supuestos) representantes de quienes hicieron carrera fotografiando las interioridades de la casa de una marquesa, la vajilla de una miss mundo, la reconciliación de un futbolista y una modelo o el viaje a un restaurante de Nueva York de la señora de un señor primo de otro señor muy importante. Cosas, en fin, imprescindibles. «Mongolia», periodismo intransigente con la imbecilidad, valiente, libre, frente al «Hola», monárquica biblia de folclórica trayectoria, muy dada a alabar a quienes dedican su tiempo libre a levantar España cazando elefantes.
El humor solivianta al poderoso, aguijoneado por la burla. No hay nada más corrosivo que la sátira. Iguala clases y liquida abolengos. En tiempos antiguos, y no tan antiguos, cuando el príncipe se cansaba de ir de majete te enviaba al cadalso. Hoy se conforma con que el acojone impere, compruebes los numeros rojos en los balances y, ay, te autocensures. Si el telefonazo del bufete no funciona queda el recurso de la pura censura, la que viene dictada desde arriba o engrasada con demandas. Tampoco funciona mal el truco de cerrar el grifo de la publicidad institucional. En España, país sin lectores de pago, o sea, un desierto plagado de medios cautivos, temerosos del BOE, resulta de lo más apañado si necesitas embridar una redacción.
Pienso ahora en casos de censura relacionados con el rock and roll y recuerdo, entre mil, el que involucró a Green Day y Wal-Mart. Aquellos segunda división vs. la cadena de centros comerciales que más discos vende en EE.UU. Allá por 2009 Green Day publicó «21st century breakdown» y Wal-Mart se negó a distribuirlo. Excepto, claro, si le traían una versión, hum, limpia. Expurgada de palabras malsonantes. Higienizada de alusiones explícitas al sexo. Bruñida de chistes relacionadas con la religión. Anestesiada de soflamas políticas. Una costumbre inveterada: Wal-Mart, nacida en el Profundo Sur, fustiga a los artistas en nombre de la decencia. Pero Green Day, a través de Billie Joe Armstrong, se revolvió colérico. «No hay nada sucio en nuestro disco. Quieren que los artistas censuren sus obras para que los distribuyan. Les hemos dicho que no. Te hacen sentir como si estuviéramos en 1953».
Tres años después, en 2012, Green Day entregaba el sucesor de «21st century breakdown», la trilogía compuesta por «¡Uno!», «¡Dos!» y «¡Tré!». ¿Mantuvieron la negativa a ser los perros falderos de unos comerciantes con vocación de torquemadas? Pues no, mire: la trilogía fue editada por duplicado. Una especial para Walt-Mart, «family friendly». Otra para el resto. Las canciones sospechosas fueron regrabadas. Green Day pasó de celebrar su independencia a posar en calzones. No han sido los únicos. De Eminem a John Mellencamp numerosos artistas han expurgado sus letras, cambiado portadas y maquillado títulos a cambio de contentar a quienes dicen velar por el alma muy pura de los niños, angelitos. Si eres un grupo humilde, directamente sacas una edición para todos los públicos. Si tienes posibles, dos, una sin mordaza y otra para la gente de Wal-Mart, pentecostales o metodistas, o algo así, creyentes en la necesidad de un arte educativo, formador del espíritu nacional, repleto de símbolos, nubes y sacristías. Apena que los artistas, dispuestos a recibir su plato de lentejas, permitan que metan mano a sus creaciones. Pero amigo, los tiempos son duros, las ventas naufragan, y las concesiones, en forma de bajada de pantalones, patrocinios, etc., resultan abundantes.
Dudo que a la buena gente que hace «Mongolia» le frene la hipotética demanda de una revista burlada por los tiempos, que ya no es la guindilla de ningún sarao porque la superaron las tertulias del corazón jarrapellejos, los facebook inguinales y las cintas de vídeo casero, apolillada y sola como una vieja aristócrata en mitad de un palacio vacío, pero cuando el periodismo da paso a los despachos de abogados conviene tomar nota. Aunque solo sea para no terminar como ciertas publicaciones estadounidenses, que diseñan portadas pensando en complacer a los censores del supermercado. Empiezas por disculpar que alguien demande a una revista de humor, imprescindible heredera de «Hermano Lobo» o «Por Favor», y antes de darte cuenta estarás defendiendo a librepensadores tipo Gallardón o Rouco Varela. Por la cuenta que nos trae, ¡viva «Mongolia»!
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