Gernot Dudda nos presenta su particular selección de discos de diferentes géneros: de la banda sonora de «Mandela: Long walk to freedom» al jazz de o los aires retros de las películas de los 60 de Calibro 35.
Una sección de GERNOT DUDDA.
Varios
«Mandela: Long walk to freedom» (BSO)
DECCA/UNIVERSAL
Como no podía ser de otra manera, la película sobre la vida de Nelson Mandela tiene también una banda sonora a la altura. Y esta transcurre en paralelo al relato cronológico de la autobiografía del mito, que con tanto celo y acierto ha llevado al cine Justin Chadwick. Ojo, que no se trata del recopilatorio definitivo sobre la historia de la música surafricana (aunque muchos así lo crean y esperen), titánica labor que, de hacerse algún día, nos llevaría por un camino que no corresponde en este caso. También queda pendiente el repaso a ese buque insignia del ANC (Congreso Nacional Africano) que fue el eficaz uso propagandístico que tanto músico exiliado ejerció a nivel internacional durante décadas y décadas de “apartheid”, con el matrimonio Hugh Masekela y Miriam Makeba a la cabeza. Una Makeba, por cierto, ausente de la edición discográfica de esta BSO, aunque sí suena en la película y en uno de los momentos históricos más conmovedores: el de la primera vez que todos los ciudadanos surafricanos, sin excepción, pudieron acudir a unas elecciones libres.
Volviendo a Madiba, ya solo con la cantidad de canciones que tiene dedicadas y con su nombre, Mandela es sinónimo de música, está claro, pero a un nivel absolutamente planetario. La involucración que de siempre tuvo la comunidad musical occidental contra el “apartheid” y reclamando su excarcelación con discos y conciertos multitudinarios nos trae aquí ejemplos de canciones gloriosas de Gil Scott-Heron (‘The revolution will not be televised’), Bob Marley & The Wailers (‘War’), Special AKA (‘Nelson Mandela’) y por supuesto U2 (‘Ordinary love’), que reaparecen con una grabación nueva, hecha específicamente para la película y que puede contribuir a reavivar los escuálidos ánimos ante la decaída creatividad de la banda.
Todas estas canciones están por supuesto plenamente justificadas en la pantalla y en sus respectivos contextos históricos (menos U2, que suenan en los créditos finales). Como lo están también aquellas que no puedo por menos que calificar de verdaderos descubrimientos de una etapa no muy conocida de la música surafricana, más emparentada con el jazz que con los ritmos étnicos. Como The Manhattan Brothers (‘Be my guest’, ‘Jikela emaweni’), aquella inmensa banda de los años cincuenta que supo mezclar como nadie ragtime, jive, swing, doo-wop y otras corrientes del jazz de la época con las armonías zulúes y los coros masculinos africanos. O el compositor y pianista Todd Matshikiza, que vio su carrera local truncada por culpa del “apartheid” y murió en 1968 sin haber podido regresar jamás a su país. En compañía de la cantante Pat Williams, nos deleita con ‘Quickly in love’, uno de esos satinados números tan del gusto de los clubes de los años cuarenta y cincuenta. Tampoco podemos olvidarnos de la rabiosa big band de The Havana Swingers, que abre el disco con ‘Mzala’.
Son piezas que ilustran sobre todo la época en que Mandela era un prometedor y comprometido abogado de Johanesburgo, y el comienzo de su relación con Winnie. También se recoge uno de esos furibundos solos de batería que Art Blakey grabó en plena etapa de esplendor de los Jazz Messengers post Horace Silver (‘Amuck’), pero del que no he conseguido averiguar ningún tipo de vinculación político-social con Mandela o su causa, a no ser el propio significado del título (“amuck” es sinónimo de “riot”, o sea “revuelta”).
También se hace imprescindible mencionar las importantes interpretaciones que a nivel coral hacen los extras y el reparto de la película. Es la argamasa social que une los diferentes periodos de su vida, con el propio ‘Nkosi sikelel’ iafrika’ (convertido en himno nacional surafricano) y otros tradicionales del dominio público de las etnias negras, especialmente. Esta es una idea que ya utilizó Kyle Eastwood para “Invictus” (¡con cantantes blancos, nada menos!), una película que parece complementarse cada vez más con la de este otro Mandela, magníficamente interpretado aquí por Idris Elba. Por si todo esto fuera poco, existe otra BSO adicional con el propio “score” incidental de Alex Heffes.
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Brath
«Códex»
SONS GALIZA
Desde “Indres” (2006), Brath no había vuelto a publicar nuevas canciones. Un tiempo insignificante, teniendo en cuenta los 33 años de historia de esta formación gallega convertida a la larga en el proyecto personal de Eloi Caldeiro. Muy atrás quedan aquellos meros cruces con el pop y el rock. Ahora las fusiones son mucho más complejas y sofisticadas, y aquí radica la grandeza de Brath, que resuelven sus piezas con tremenda imaginación y fantasía, y un acabado de lujo donde no se aprecia la sutura aplicada a las múltiples influencias externas a la música gallega que toman.
Desde 1999, Caldeiro elige músicos en función de los instrumentos que necesita para cada obra, como es el caso ahora de Alberto Lucena, cuya guitarra flamenca queda perfectamente integrada en el paisaje gallego. Sigue siendo música propia, con raíces en la cultura gallega, está claro, pero yendo una vez más mucho más allá. De fondo esos monumentos milenarios que el tiempo ha fundido con la propia naturaleza. Son los lugares por los que pasaron las gentes que llegaron desde tiempo inmemorial para ver dónde acababa el mundo por entonces conocido. Aquel mundo antiguo que terminaba en Fisterra y que fue precursor directo de las peregrinaciones a Santiago: una Nueva York medieval de lenguas, culturas e intercambios. Por eso no es de extrañar que ‘Composita Tella’ sea posiblemente la única canción del universo con zanfona y órgano Hammond, bellísima pieza que destaca por sí sola de todo el conjunto. Igual que ‘Camiño do mar’, que marca esa ruta que no acaba ante la puerta del Obradoiro sino en la mismísima mar océana. Y encima con las múltiples gaitas de una eminencia como Anxo Lorenzo. Qué más se puede pedir.
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Eric Bibb
«Jericho road»
DIXIEFROG/KARONTE
“Jericho Road” se ha grabado en Estocolmo, pero bien podría haberlo hecho en San Antonio, Chicago, Memphis y Bamako, porque de todas ellas hay cosas que se reconocen en las canciones de Eric Bibb. Lo de menos es que estas confluyan entre la world music, el soul, el blues, el folk o el jazz. Lo que verdaderamente importa es el altísimo flujo emocional que desprenden cuando le escuchas cantar con esa grave voz que no puede por menos que recordarme la del gran Richie Havens. Es esa mezcla tan espiritual de folk y raíces sureñas profundamente ancladas en su personalidad la que le ha llevado a descubrir esto mismo en múltiples lugares del planeta. “Realmente no somos tan distintos”, viene a decir a través de la generosa colección de citas y frases de personajes célebres que jalonan el libreto interior del disco.
Con títulos como ‘Freedom train’ y letras que hablan de esclavos que se escapan a través de los túneles del metro, no hace falta ser muy freudiano para saber que a Bibb le obsesiona la idea de libertad, de espacios abiertos, de perenne estado de movimiento, de incesante búsqueda. Y ya para rematar, una pieza como ‘Nanibali’, compuesta, cantada y tocada con la kora por su viejo camarada maliense Solo Cissokho. Un trabajo maravilloso que marca la irreversible madurez del músico y donde ninguna canción suena igual que la anterior. Todas se benefician de un completo trabajo de estudio y sin embargo es imposible cuestionar su altísimo grado de hondura y pureza.
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Calibro 35
«Traditori di tutti»
RECORD KICKS/RESISTENCIA
Cuarto trabajo de estos vibrantes milaneses “vintage” y el primero que incluye íntegramente composiciones propias. Se diría que a fuerza de versionar las bandas sonoras de las películas italianas más de serie b de los años sesenta han desarrollado un oficio propio, pero todos ellos ya estaban muy curtidos cuando en 2007 el productor Tommaso Colliva les escogió de entre la escena indie local para grabar aquel primer trabajo de instrumentales de Calibro 35. En su discográfica, la independiente Record Kicks, no se andan con chiquitas: “Calibro 35 hace con la música lo que Quentin Tarantino con el cine”. Y bien que es cierto. En este caso no ha habido imágenes que les sirvieran de referencia, a no ser las que ellos mismos se han creado a partir de la novela “Traidores a todos”, escrita por su paisano Giorgio Scerbanenco en 1966. Y es todo cuanto necesitan. Basta acotar una escena del libro para que surjan, impetuosos, descomunales rifs, sinuosos wah-wahs, intrigantes guitarras trémolo, baterías demoledoras y electrizantes solos de Farfisa. Vamos, toda la historia del surf, el garaje y el rock progresivo juntas.
Los tíos tocan, vaya si tocan. Sobre todo en los números más frenéticos del álbum, que son los primeros. Ya en el último tramo enfilan la recta de la “flou musique”, que tan carnalmente aplicaron a la música del “softcore” de los años setenta gente como Sergé Gainsbourg, Francis Lai o Michel Legrand. Aquí ya con clavecín, burbujeantes chorrillos de mellotron y epidérmicos coros femeninos en piezas como ‘Two pills in the pocket’ y ‘Miss Livia Ussaro’. Sexo y crimen, que en italiano suena mucho mejor. Il cianuro come ultima opzione. Si hay “daños colaterales” es “solo coincidenze”.
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Guillermo McGill Quartet
«The art of respect»
YOUKALI MUSIC
Tras cuatro trabajos muy personales que contribuyeron decisivamente a elevar aún más el excelente nivel del jazz que se hace en España, el batería uruguayo ha visto cumplido el sueño de poder grabar sus propias composiciones con su “dream team” perfecto: John Abercrombie (guitarra eléctrica), George Mraz (contrabajo) y Dave Liebman (saxos). Con todos ellos ya había tocado antes por separado, pero juntar a estos tres, aunque sea cerca de Nueva York, que en jazz es el centro del mundo, no es tarea fácil, así que si alguien había de conseguirlo este era McGill. En el jazz se toca a la vez, con todo el mundo en el estudio, comunicándose, eligiendo tomas, moldeando las composiciones y mirándose a las caras.
Es “el arte del respeto” entre grandes, cuya conclusión McGill ha llevado como título al disco. Respeto entre personas y hacia la propia música, un regalo divino que jamás debería ser devaluado. Por eso, y muy especialmente las que comienzan su título por “People from…”, gozaron de la increíble sabiduría que los viajes le proporcionaron a McGill, que tuvo ocasión de deshacer tópico tras tópico en sitios como Jartum (Sudán), Manhattan, Bulgaria, Montevideo e incluso “en ningún sitio” (“People from nowhere”).
Una grabación de altura en la que se puede llegar a sentir y palpar hasta el más íntimo detalle –McGill es un genio de la polirritmia sutil, “subtle” que dicen los americanos–, y cuya calidez deja fuera de sitio cualquier tipo de consideración intelectual (prueba de ello es que en las notas interiores no hay ni una sola mención a esas matemáticas del jazz que hablan de tipos de compases, contrastes entre amalgamas, contrapuntos, etc.). Y así hasta que se cierra el telón con esa leve incursión rítmica en el candomblé, con la que McGill confía en poder animar la moral de sus compatriotas. Y una anécdota: estas dos sesiones se grabaron en los Bennettstudios de Nueva Jersey, que están regentados por Dae Bennett, hijo nada menos que de Tony Bennett.
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