«Camino de los setenta no hay tregua o vacaciones para un rockero imparable y voraz, que compensa la evidente falta de un obra maestra con proyectos tan estimulantes como ‘High hopes»
Los seguidores de Springsteen son insaciables, no pueden esperar a que salgan los discos para escucharlos. El nuevo de Springsteen se filtró durante un par de horas, tiempo suficiente para que circule en la red. Julio Valdeón Blanco lo ha escuchado y nos cuenta sus impresiones.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
En Amazon alguien soltó el nuevo disco de Bruce Springsteen durante dos horas. Error o cálculo, «High hopes» circula en internet y aquí tecleo mis primeras impresiones, matizadas respecto a las que ofrecía a mi amigo Salva Trepat hace dos días. Dije allí que suena fresco, nuevo, valiente, y media docena de escuchas después afirmo que Springsteen, en los mejores temas, parece dedicarse a lo que realmente le interesa, a la creación de paisajes, impresionismo sónico, ambientes delicados, juegos de cuerdas y sintetizadores: una ruta hermanada con la que abrió a mediados de los noventa y que descubrimos mediante «Tracks». Añadan ecos de «The rising», «Magic», la Seeger Sessions Band y «Wrecking ball», pues al cabo se trata de un disco de descartes, y la ecuación funciona.
‘High hopes’, la canción de The Havalinas, gana «punch» respecto a la versión de «Blood brothers», pero ‘Just like fire would’, de The Saints, que en un primer momento me convenció, finalmente sospecho que no añade mucho, aparte el tuneado del estudio al directo. En ‘This is your sword’, ‘Hunter of invisible’, ‘The wall’, incluso en una ’41 Shots’ que al fin recibe su botadura tras las consolas, encontramos a un intérprete que deja fuera de la ecuación el necesario peaje con vistas al estadio, los anabolizantes que emborronan casi todo su catálogo en «The rising». ‘The ghost of Tom Joad’, siempre tremenda sobre las tablas, sigue sin superar en impacto y fiereza a la toma canónica del 96. Y no, no alcanzo a paladear las virtudes circenses de un Tom Morello decidido a lucir virtuosismo. Detesto a los guitarristas pirotécnicos. Prefiero mil veces la tosca sobriedad de Steve Van Zandt a, incluso, los malabares de un Nils Lofgren. Me aburren los juegos de quienes priman el ingenio sobre la emoción, pero supongo que el prejuicio es mío. Con todo, el disco, que podría ser una suma cero de aciertos y rellenos, un descosido o monstruo de Frankenstein solo apto para devotos, tiene bastante por descubrir. El aroma del riesgo. Un regusto azaroso, de guiarse por la intuición y no por lo que supuestamente busca la masa vociferante. Lástima que ‘Dream baby dream’, aunque hermosa, me recuerde la ocasión perdida que supuso no editar en 2005 o 2006 un recuerdo de la fabulosa gira de «Devils and dust», quizá la mejor, por valiente, aventurera y solemne, que ha hecho el de Nueva Jersey en las últimas dos décadas.
En el debe sumen la producción gélida que prima en sus obras desde 2002, que unos celebran y yo detesto, con la excepción de las ya citadas sesiones folkies de 2006, y a cambio alégrense porque Bruce ya no planea cada lanzamiento como si fuera el desembarco de Normandía. La improvisación permite libertades impensables en su etapa clásica. Y en al menos dos temas la E Street Band ha vuelto a grabar «live», reunida en el estudio. Aleluya. Para los nostálgicos siempre quedará la fastuosa noticia de que sus dos primeros discos van a editarse remasterizados y que Landau y compañía trabajan en una caja de aniversario de «The river». Ah, y en una entrevista para «Rolling Stone», Ron Aniello, productor de «High hopes», comenta que barajaron veinte canciones (cita, entre otras, las desconocidas ‘Mary Mary’, ‘Cold spot’, ‘American beauty’ y ‘Hey blue eyes’), o sea, que en los cajones todavía se acumulan inéditas. Respecto al proyecto previo a «Wrecking ball», ese disco con aires a Aaron Copeland del que ya nos han hablado otras veces, ahora sabemos que Springsteen escribió entre treinta y cuarenta temas, en los que todavía trabajan.
Camino de los setenta no hay tregua o vacaciones para un rockero imparable y voraz, que compensa la evidente falta de un obra maestra desde el lejano «Tunnel of love» con proyectos tan estimulantes como «High hopes». De trabajar como Terrence Malick a seguir la ecuación Woody Allen. O sea, si no me detengo, si cada año entrego algo nuevo, tarde o temprano rozaré la grandeza. No en el caso de «High hopes», pero tampoco engaña o decepciona en un estimable ejemplo de transición.
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