Un gusano en la Gran Manzana: Aguerridas mujeres del mejor rock and roll

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«Aparte de que el rythm & blues y el pop, den por hecho que todos tenemos trece años, hay viento, fuego, hielo, lejos del tongo y las vedettes desnudas. Si buscan ejemplos ahí tienen a Lydia Loveless y Lindi Ortega»

 

Parece que las féminas del pop tienen que ser objetos prefabricados que más que música parecen vender carne, pero no, Julio Valdeón nos presenta a un par de jóvenes peleonas que buscan en el rock añejo y polvoriento.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Mucho hablamos sobre la esclerosis del rock y afluentes. Que si los jóvenes chochean. Que si para Stones mis Rolling. Y vivimos prisioneros en un «loop» de infame reciclaje. Con independencia de que «El sonido del momento es el pop bailable, estilemas de r&b con producciones derivadas del techno o el hip hop, generalmente hecho por chicas (y algunos chicos) de gran atractivo sexual» (Diego A. Manrique dixit), o sea, aparte de que el rythm & blues contemporáneo, y el pop, den por hecho que todos tenemos trece años, hay viento, fuego, hielo, lejos del tongo y las vedettes desnudas. Si buscan ejemplos ahí tienen a Lydia Loveless [en la foto superior] y Lindi Ortega.

Lydia tocará en España en breve. Desconozco si acompañada por banda o en acústico y reforzada por el contrabajo que pulsa su marido. Lo importante es que el público topará con una guerrillera. Una escritora de canciones afiladas. Un cruce de infantería punk que lava su pelo rojo en los manantiales country de Loretta Lynn y Patsy Cline. Si tuviéramos que explicar a un chaval las virtudes de Loveless le diríamos que en su sonajero hay dinamita y que por los callejones de su voz inmensa circulan caramelos, que escribe y canta y grita como los ángeles y acampa en territorios antiguos pero luego los desmiga a balazos. No hay prisioneros en sus letras. No usa el alcohol o las paranoias del catre como burdos tópicos. Saldrás de verla no sé si transformado en mejor ciudadano, desde luego enaltecido por la tromba de aullidos que regala la amazona del desasosiego. Entre bolo y bolo remata nuevo disco, tercero tras el precioso y olvidado «The only man» y el sísmico «Indestructible machine».

 

 

Lindi tiene carrocería de modelo diminuta que decidió ser poeta. Soldado femenino en la guerra de la canción contra el tedio, hija lejana de Frida Khalo, es una canadiense que, como tantos paisanos, recuerda a sus vecinos del sur cuatro o cinco cosas del manual de las guitarras roncas. Dos de sus discos, «Little red boots» y «Cigarettes & truckstops», fueron nominados al premio Polaris. El 8 de octubre publicó «Tin star». Suena mientras tecleo y me anima la mañana con el ungüento triste del mejor aguardiente. Nadie sabe bien qué anima a las buenas gentes de Toronto a establecerse en Memphis o Nashville en busca de voces antiguas. Unas botas coloradas, la falda oscura, una melena de ala de cuervo, los labios de picota, le dan a Ortega aire de pin-up girl inteligente.

Que algunos listos las consideren retro, que desprecien a Loveless y a Ortega, que jamás las inviten a las ediciones infinitamente «cool» de los mejores festivales, solo confirma su valía, concentradas en la búsqueda de una pureza mestiza que toma impulso en los papiros del rock and roll antiguo, rudo, sucio, para darles candela y a nosotros alegría.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Ginger Baker y las vísceras del rock and roll.

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