«Un prolongado y corporativo elogio a Steve Jobs, una sucesión de episodios vitales llamados a subrayar el genio y carisma del personaje y restar importancia a sus sombras y contradicciones»
«Jobs»
(Joshua Michael Stern, 2013)
Texto: JORDI REVERT.
En más de una ocasión, Oliver Stone ha desmentido a aquellas voces que señalaban su simpatía hacia las figuras de George W. Bush y Richard Nixon. El punto de vista del director es claro: no se trata de simpatía sino de empatía, el ejercicio fundamental que se esconde tras dos retratos presidenciales con distinta suerte como fueron «Nixon» (Stone, 1997) y «W.» (Stone, 2008). Frente a las ideologías y argumentos polarizados, la aproximación de Stone a un género tan controvertido como es el biográfico, debería ser una hoja de ruta a seguir para aquel deseoso de espantar los fantasmas del culto a la persona, la redención pública y, en definitiva, la hagiografía. De hecho, es más que empatía lo que distingue una película como «Nixon»: es la ficción que se forja entre el personaje y la Historia lo que hace al primero poliédrico, complejo y apasionante.
La ausencia de todo sentido de la empatía y de clarividencia para solapar la dimensión del biografiado con la de su tiempo define «Jobs», un biopic mediocre desde el mismo momento en que se constituye antes como una extensión de la (impecable) imagen de marca de Apple que como una mirada en profundidad al alma de su protagonista. La película de Joshua Michael Stern se plantea como un prolongado y corporativo elogio a Steve Jobs, una sucesión de episodios vitales llamados a subrayar el genio y carisma del personaje y restar importancia a sus sombras y contradicciones. En la cumbre de su exaltada devoción, la cinta llega a alcanzar momentos verdaderamente mesiánicos, ya no en las reiteradas presentaciones que culminan en aplausos y música triunfalista, sino en medio de un viaje lisérgico que se puntúa con puesta de sol y cámara grandilocuente.
«Jobs», de hecho, se empeña no solo en expresar su admiración, sino en obligarnos a compartirla. Los repetidos planos de gente entre el público embelesada oyendo las palabras del gurú, la cámara lenta como recurso «bigger than life» o los discursos corporativos puestos en boca de secundarios son los medios para conseguirlo. Ashton Kutcher, en una mímesis esencialmente física –pero poco convincente en su asunción de la personalidad de Jobs–, se erige como un discreto avatar en el que proyectar la nostalgia y el culto ya huérfano de su creador. Pero su automática, mecánica adopción de los gestos de Jobs poco o nada arrojan sobre la personalidad de un individuo que atraviesa más de dos horas de metraje como icono antes que como persona. Si en «La red social» («The social network», 2010), David Fincher tomaba a Mark Zuckerberg como centro gravitatorio de un ensayo sobre la desintegración emocional y comunicativa de toda una sociedad, aquí Stern solo se preocupa de hilar un relato tan pobre en fondo como satisfactorio para una estrategia de mercado, en la que cada espectador puede ser también el próximo acólito de Apple.
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Anterior crítica de cine: “Asalto al poder”, de Roland Emmerich.