«Lo fascinante es que sabían manejar las teorías para que fueran hueso, mientras que el músculo y la piel de sus canciones era rock de raigambre popular»
Con la reedición de «La canción de Juan Perro» como excusa, Juan Puchades recuerda no solo ese disco, sino el valor de la obra de Radio Futura, que no debe de caer en el olvido.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Los componentes de Radio Futura (tras el fallecimiento del guitarrista Enrique Sierra, los hermanos Auserón: Santiago y Luis) ponen tanto celo en su empeño de que no se comercialice impunemente con su legado y en no vivir anclados en la nostalgia, que como se descuiden un día la historia arrollará al grupo, lo dejará de lado y las nuevas generaciones no sabrán nada de él ni de sus canciones. Y sería lamentable que tal cosa sucediera, pues Radio Futura definió uno de los momentos artísticos más altos del rock español, cuando lo popular y la vanguardia lograron fundirse dando lugar a un producto único que, además, fue aceptado sin reservas por el gran público.
Pero este verano los Auserón han abierto la mano y permitido que «La canción de Juan Perro», el que tal vez sea su disco más importante (aunque no es descabellado pensar que por diferentes razones todos los suyos deben de ser analizados con calma), celebre el veinticinco aniversario de su publicación en una edición de cuidada y apetitosa presentación (con textos de Diego A. Manrique y Santiago Auserón y el añadido de la historieta que Max realizó inspirado por la canción ‘El canto del gallo’) y, lo más importante, incluyendo además del disco original (al que se le ha sumado la gloriosa y rapeada ‘Paseo con la negra flor’), un segundo cedé con las suculentas maquetas originales (elaboradas hasta el extremo en un estudio profesional, con sonido, por tanto, nada maquetero) y un tercero con un directo registrado en el verano de 1988, dentro de la gira de presentación del álbum original y que impacta más que el recogido en el frío «Escueladecalor. El directo de Radio Futura», grabado aquel mismo año. Una edición de esas que escasean en el pop español, tan reacio a poner al día con gusto viejas grabaciones.
Pero decíamos que «La canción de Juan Perro» es la obra más importante de Radio Futura. Y lo es porque muestra a un grupo, que siempre funcionó como un laboratorio de ideas y canciones, dando con la fórmula magistral: esa que unía puro sonido de rock contemporáneo con identidad latina, en unos tiempos en los que no se hablaba demasiado de tales cuestiones. Era, de algún modo, la cuadratura del círculo que obsesionaba a Santiago Auserón, aquel buscar en las raíces musicales que nos son comunes para confrontarlas con el rock claramente anglosajón, en un viaje que tenía mucho de ir al encuentro de la negritud intrínseca de ambas corrientes sonoras. Para que nos hagamos una idea de hasta qué punto este concepto ha perseguido a Auserón, baste decir que el año pasado (dos décadas y media después) publicaba el libro «El ritmo perdido», un estudio sobre, precisamente, las huellas negras en la música ibérica. Al fin, parece, ese ahondar en los orígenes de las músicas populares de ambas orillas atlánticas a la búsqueda de una semilla común es el esqueleto esencial que sustenta y une toda su obra, tanto con el grupo como con Juan Perro o en las escasas experiencias a su nombre.
En todo caso, los Radio Futura que dieron forma a «La canción de Juan Perro» no eran unos sesudos teóricos dispuestos a hacer comulgar a la audiencia con tratados musicológicos. Al contrario, lo fascinante es que sabían manejar las teorías para que fueran hueso, mientras que el músculo y la piel de sus canciones era rock de raigambre popular, siempre en armonía con los textos acerados que escribía Santiago (con los que iba elaborando ese lenguaje propio que obvia las complejidades para aproximarse al habla cotidiana, y que en ocasiones ha explicado que tanto tiempo y esfuerzo le lleva) y un sonido intenso marcado por la guitarra felina de Enrique Sierra y una sección rítmica que al habitual bajo de Luis Auserón se le sumó para la ocasión la batería de Carlos Torero, creciendo hasta el quinteto con la incorporación en los teclados de Pedro Navarrete.
El grupo, en esa búsqueda de una identidad en la frontera de los géneros, viajó hasta Nueva York para grabar en los estudios de donde salieron algunas de las producciones esenciales del soul. Sumaron las percusiones del maestro cubano Daniel Ponce y los metales de The Uptown Horns, la banda que ocasionalmente acompañaba a los Rolling Stones, Tom Waits y a la fiera del soul James Brown. El resultado fue un trabajo inspirado, alejado, afortunadamente, del típico sonido de los años ochenta (tan dañino para tantas producciones de aquel periodo) y que por ello hoy mantiene la fuerza de las grabaciones clásicas, sin que la erosión haya hecho mella en él, con canciones tan recordadas como ‘En un baile de perros’, ‘A cara o cruz’, ‘La negra flor’, ’37 grados’, ‘Annabel Lee’ o ‘El canto del gallo’.
«La canción de Juan Perro» es testimonio de un grupo en la cima de su creatividad, y puede que conscientes de ello, solo dejaron un disco más de canciones inéditas («Veneno en la piel», 1990), y es que quizá entendieron que el laboratorio creativo común había cumplido sus objetivos, o agotado su ciclo, y no podía ir más lejos. De todos modos, no estaría de más que Santiago y Luis se animaran a rescatar el resto de su catálogo en ediciones similares a esta (rebuscando en sus archivos personales), pues lo merece. A fin de cuentas es un pasado que les pertenece, no hay nada de lo que arrepentirse (¡muy al contrario!) y en ningún caso debería caer en el olvido.
–
Los cuatro primeros años de “El oro y el fango” se han recogido en un libro que solo se comercializa, en edición en papel, desde La Tienda de Efe Eme. Puedes adquirirlo desde este enlace (lo recibirás mediante mensajería y sin gastos de envío si resides en España/península).
–
Anterior entrega de El oro y el fango: Las enseñanzas históricas que deja el rock español.