«Es necesario acariciarlo, tocarlo, mirar su portada todas las veces que quieras, leer las letras, mirar las fotos… ¡Entenderlo como un objeto! ¿Descargarlo?»
Juanjo Ordás espera ansioso la salida de un nuevo disco. Sabe que puede escucharlo por la red, pero prefiere esperar a tener la edición física: necesita tocarlo y acompañarlo del arte que lo acompaña.
Una sección de JUANJO ORDÁS.
Mientras escribo, al nuevo disco de Black Sabbath le restan días para ponerse a la venta. Cuando leaís esto, ya lo habremos podido escuchar todos. Sin embargo, lo dicho, a fecha de este texto aún quedan días. Mi fanatismo por Black Sabbath (con Ozzy Osbourne como vocalista) se remonta a mi adolescencia, aunque no es mi intención hablaros de mi vida, o al menos no de esa forma. Tampoco pretendo hablar de las bondades de Black Sabbath, sino de algo un poco más universal.
Como comentaba, el disco aún no se ha puesto a la venta pero ya hay múltiples formas de escucharlo. Tanto oficiales (se puede escuchar en streaming) como ilegales (el álbum entero se ha filtrado desde hace días), pero me parece que ninguna de ellas es la adecuada para un disco tan importante. Y podéis sustituir el nombre de Black Sabbath por el de vuestro artista favorito.
¿Escucharlo frente al ordenador? No, hombre, no. Es necesario acariciarlo, tocarlo, mirar su portada todas las veces que quieras, leer las letras, mirar las fotos… ¡Entenderlo como un objeto! ¿Descargarlo? Ni de broma. Hay que resistirse, guardar la sorpresa para el momento en que le quites el plástico y estés a punto de hacerlo sonar. Antes habrás pasado por los preliminares, habrás pensado en qué momento del día lo comprarás o en qué día Amazon o Play te lo harán llegar, cuándo lo escucharás… ¿Y con quién? ¿Lo escucharás solo? ¿Lo escucharás con alguien? ¿Pasará el libreto de unas manos a otras? Qué útil es el mundo digital. Pero qué frío hace allí.
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Anterior entrega de Corriente alterna: Lou Reed, el eterno superviviente.