«En un futuro postapocalíptico, Hombre sobrevive como puede, recurriendo al cinismo y a la falta de escrúpulos aunque, como vemos cada tanto, debajo de su dura coraza habita un tipo con su corazoncito»
Antonio Segura y José Ortiz
«Hombre»
EDITORES DE TEBEOS
Texto: JUAN PUCHADES.
Ay, dichosos años ochenta, en los que teníamos que ser modernos sí o sí. Por lo menos de cara a la galería, que podías escuchar a los Clash y disfrutar en silencio con la ELO, o maravillarte con La Mode y en paralelo hacerte con los discos de Asfalto. Con los cómics, lo mismo. Fui de los que vivió una epifanía con el primer número de la revista «Cairo», un proyecto que, dirigido por Joan Navarro, tuvo a bien reivindicar la línea clara y dotarla de discurso, empaquetarla y exponerla en los quioscos. Muchos caímos atrapados por aquel juego estético/narrativo que tenía mucho de nostalgia puesta al día. Comprendí que las lecturas, unos años atrás, de «Tintín» habían dejado un poso ineludible y, con el virus inoculado de por vida, me convertí a la nueva religión. La más moderna del momento. Pero, claro, no por ello dejé de comprar «Cimoc», la revista de la misma editorial (¡y dirigida por el mismo señor!) que apostaba por un cierto clasicismo estético que, para qué engañarnos, también disfrutaba enormemente, y aunque mi corazón ya sabía que mi novia tenía orígenes belgas, era moderna y estilizada de línea y le sería fiel de por vida, toda la primera época de la segunda vida de «Cimoc» (desde 1981) fue una maravilla que me dejó un recuerdo imborrable y, algo mucho más importante para la historia del tebeo español, lo que creo son obras muy sólidas, recuperando a autores que durante años habían bregado en el siempre ingrato mundo de las agencias de dibujantes, aquellas que servían historietas de género a publicaciones de todo el mundo.
Entre ellos estaba el gran José Ortiz, murciano de origen pero residente en Valencia y vinculado en su juventud a la Editorial Valenciana. Y Ortiz, junto al guionista Antonio Segura, dio forma a una de las obras capitales de aquellos tiempos, «Hombre». Sin embargo, pese a su grandeza, el tiempo, a veces tan jodidamente ingrato, hasta no hace mucho no le ha hecho demasiada justicia ni al dibujante (el año pasado recibió, por fin, el gran premio del Saló del Cómic de Barcelona), ni al guionista, ni a la serie. De hecho, esta integral en dos tomos (se acaba de publicar el primero), no llegará a verla el bueno de Antonio Segura, al que un infarto se llevó hace un año. Pero ya sabemos que más vale tarde que nunca y, en todo caso, los lectores debemos alegrarnos de que este libraco llegue a nuestras manos.
Con todo lo bueno que tuvieron las revistas de cómics de los ochenta para la difusión del medio, por el modelo de historias cortas autoconclusivas que impusieron también lastraron la creatividad de muchos guionistas del momento, obligados a resolver relatos en diez o doce páginas. Y leyendo de nuevo «Hombre», la evidencia está ahí: la mayoría de las historias recogidas podrían haberse desarrollado en extensiones mayores, aunque sorprende la capacidad de Segura para ceñirse al formato, echando mano de la elipsis y la concreción para contar lo esencial, yendo al hueso del relato y eludiendo cualquier elemento accesorio (pero que son los que dotan de cuerpo a las narraciones largas). Pese a ello, era capaz en un episodio como ‘Un valle para la venganza’, echando mano del flashback, narrar dos historias en paralelo y con una de ellas presentarnos, de una vez por todas, el pasado de ese Hombre (así se llama el protagonista) que en un futuro postapocalíptico sobrevive como puede, recurriendo al cinismo y a la falta de escrúpulos aunque, como vemos cada tanto, debajo de su dura coraza habita un tipo con su corazoncito.
Pero si Segura se entregó a fondo dando forma a los guiones, ¡qué decir de José Ortiz! Un dibujante de esos que parecen haber nacido exclusivamente para volcarse sobre el tablero. Al que aquí podemos disfrutar en un momento de evolución esencial en su carrera: dejando atrás los trabajos de encargo para agencias, y a sus 48 años, estaba definiendo un nuevo estilo con el que caminar hacia la libertad artística. Quizá por ello se dejó las pestañas de tal modo que cada página de este tomo hay que degustarla con calma, pararse en ella y disfrutar con su dibujo realista y efectista, con el que supo plasmar como nadie ese mundo caído en mil pedazos por el que se movía Hombre, haciéndolo veraz, creíble para el lector, dominando todos los registros, tanto los urbanos como los naturales. Desarrollando una puesta en escena muy próxima a la de los mejores westerns.
Tantos años después, no hay duda: «Hombre» es de lectura obligada para quienes quieran conocer cabalmente la historia del tebeo de nuestro país, y esencial para ilustrar aquel periodo en el que las revistas marcaron el rumbo del cómic.