«Van siete trabajos ya. Puede sentarse tranquilamente a escuchar este y pensar que ha vuelto a hacerlo»
Lapido
«Formas de matar el tiempo»
PENTATONIA RECORDS.
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Definitivamente despojado de su nombre de pila, Lapido regresa con un disco que, como no podía ser de otra manera, nos devuelve su privilegiada mente para la canción y la melodía. Y es que el granadino juega en otra liga, diferente al resto de los escritores de canciones de este país, y eso puede llegar a ser un problema. Aunque de momento, el ex 091 se muestra seguro y fiable. Lucha contra sí mismo a pesar de que músicos como Quique González o Josele Santiago insisten en ponerle las cosas difíciles, y eso es bueno. Ya saben, por aquello de no confiarse y perder el norte. Aunque Lapido no es de esos. Los que le conocemos sabemos de la autoexigencia que se impone cada vez que coge una guitarra, sea para subirse a un escenario o para escribir una canción. Sus discos no son sino muestras palpables de mis palabras.
Debe ser duro enfrentarse a hacer un disco nuevo cuando tu discografía es tan impecable, sin duda, pero haber encontrado una banda detrás que lo respalde como la que la ha acompañado en sus últimos trabajos, al menos, descarga ligeramente esa presión. Lapido es diferente hasta para empezar los discos. Este lo hace con la sutileza de ‘Un día de perros’, dejando el protagonismo inicial al piano de su mano derecha, Raúl Bernal. Coros, batería cruda y una de esas frases antológicas en forma de estribillo: “Vamos a esperar a que las nubes se abran y que dejen pasar esa intensa luz majestuosa y rara, como si un Dios nos mirara a la cara”. Es solo el primero de los muchos momentos líricos de nivel que nos va a dejar el álbum. Nadie escribe como Lapido y a las pruebas me remito. ‘Muy lejos de aquí’ es sorprendentemente optimista. O no. A la segunda escucha ya no estoy tan seguro, aunque al menos un halo de esperanza envuelve ese estribillo perfectamente construido. ‘Cuando por fin’ se nos presenta con el riff más stoniano de toda la carrera de Lapido y un tempo acelerado que nos devuelve el rock de toda la vida. El sentimiento de esperanza por el futuro sigue ahí, igual que en ‘Cosas por hacer’, pero ahí se acaba todo.
La segunda parte del disco cambia de sentido y se torna pesimista y triste. ’40 días en el desierto’ parte de una imagen bíblica para acusar sin pudor: “nadie está libre de culpa”. Idea en la que se incide en la folkie y americana ‘No hay vuelta atrás’ (“lo aprendimos cuando ya no había vuelta atrás”). Con la ‘Ciudad que nunca existió’ regresa el rock de pulso acelerado pero no el optimismo. “Se agotó el filón de oro, se bebieron el ron y se largaron todos”, para llamar a la revuelta en ‘Desvaríos’, “pongo a Dios por testigo, que está en marcha la rebelión”. Por si quedaban dudas, ‘Está que arde’ las disipa todas en un ritmo semirockabilly. “Mientras olvidamos todo aquello que aprendimos, seguimos recibiendo información, se atascan los desagües con discursos vacíos, se nos corta la digestión”. El cierre no puede ser más desolador. ‘Al azar’ nos propone dejarlo todo en manos de la suerte, y eso debe asustarnos.
Y Lapido respira. Van siete trabajos ya. Puede sentarse tranquilamente a escuchar este y pensar que ha vuelto a hacerlo. Una nueva estrella en su camiseta. Un nuevo trofeo en su estantería o en su cajón, porque él no disfruta enseñándolos, seguro. Probablemente ni entiende, igual que Dylan, cómo podemos disfrutar con tanto dolor, con la que está cayendo, con tanta angustia, con tanta desolación. «No future». Pero que alguien nos lo diga así de bien, al menos, consuela.
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