«¿Habéis visto a Serrat en el programa aquel de la tele de 1974, el ‘A su aire’, grabado en un teatro? Se te caen los huevos rodando»
Pablo Maronda es el cincuenta por ciento de Maronda, ese fascinante grupo que con solo dos discos ha conseguido granjearse una excelente reputación pop. El nuevo, «La orfebrería según los místicos», ha salido hace escasas semanas.
Nombre completo, fecha y lugar de nacimiento.
Pablo José Maronda Ruíz, 15 de Agosto de 1978, Valencia
¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
Recuerdo como algo muy vivo, muy presente, escuchar en el tocadiscos del comedor de casa la adaptación de ‘Duerme negrito’ que hacía Atahualpa Yupanqui; nos la ponían en el preescolar durante la siesta, y fue la primera canción que le pedí a mi madre. También cosas de Facundo Cabral, Víctor Jara, Miguel Ríos, Quilapayún, Stevie Wonder, los Stones, Cat Stevens, Osibisa, Serrat, James Taylor…
Si no te hubieras dedicado a la música, ¿qué te gustaría haber hecho en la vida?
Pintar, dibujar… Algo relacionado con las artes plásticas. O todo lo contrario: de vigilante en un faro.
Un consejo para quienes aspiren a vivir de la música.
Cualquier superficie blanda es válida para dormir. No hagan ascos. Ah, y lleven siempre libros encima. Ir a tocar fuera de tu casa supone mucho tiempo sin hacer nada en coches, habitaciones, bares, parques…
¿Cuál fue el primer disco que compraste?
Si nos remontamos a la primera transacción económica que hice a cambio música, mi primer recuerdo sonoro es meter dinero en una máquina de discos de un bar en Orihuela del Tremedal, donde veraneaba, para escuchar ‘La casita de papel’ de la Orquesta Topolino. El primer disco que me compré conscientemente fue la banda sonora de «Los inmortales». Mi padre escuchaba a Queen en el coche, donde también sonaban cosas tan dispares como Housemartins o Dire Straits, y supongo que fue el primer grupo que me enganchó.
¿Y el último?
Un directo de Thelonious Monk, de segunda mano.
Selecciona tres discos esenciales de tu colección.
“GP” de Gram Parsons, “Forever changes” de Love, y recientemente, “Cold fact” de Rodríguez, un clásico instantáneo.
Un disco doble al que no le sobra nada.
“Dioptría”, de Pau Riba: es todo (Zappa, Cream, Dylan, Beatles, Hendrix) y es él a la vez.
Cita un músico al que te gustaría producir o editar un disco.
Nuevos Horizontes. Admiro profundamente sus primeros epés y me alucinan las capas de producción que encierran sus grabaciones. Orfebrería técnica y humana pura.
Un grupo o un cantante al que rescatarías del olvido.
A Lucky Guri, uno de los mejores pianistas que ha parido este país, con una versatilidad acojonante (en grupos de prog como Catalona Traction o haciendo jazz) y que al que las instituciones que dicen llamarse “culturales” deberían haber puesto en el lugar que merece hace mucho, mucho tiempo.
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Elige y razona tu elección:
Serrat/Aute.
Serrat conjugó la tradición española con la música popular –básicamente la chanson francesa y las producciones pop de la época– y, como bien dice Llach: “cambió este país de Raphael a Serrat”. Fue muy grande durante muchos discos y dignificó la radiofórmula. ¿Lo habéis visto en el programa aquel de la tele de 1974, el “A su aire”, grabado en un teatro? Se te caen los huevos rodando.
Sabina/Robe Iniesta.
Da la sensación de que Sabina siempre ha querido militar en la alta cultura. Es el Pérez Reverte de la canción de autor. Va de apocalíptico pero se le hace el culo gaseosa por ser un integrado. Su imaginería es la de un empresario de derechas: putas, whisqui y rock and roll, eso explica su éxito masivo en un país como «Ejpañistán». Robe me parece un individuo más coherente y corrosivo.
Radio Futura/Los Planetas.
Dos grupos iniciáticos. Radio Futura era el grupo que escuchaba cuando quería ser mayor, y Los Planetas el de cuando por fin lo era. Ambos cambiaron el chip de la música nacional en momentos clave, y ambos son dos monolitos que echan sombra sobre generaciones enteras de músicos que han crecido al palio de sus logros.
Nacho Vegas/Quique González.
Vegas me interesa bastante más como personaje, autor y ciudadano. Respect absoluto.
Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
El mutante Gainsbourg. Los años “Birkin” son mis favoritos: «Histoire de Melody Nelson», «Vú de l’exterieur»… Pero con Gainsbourg pasa que llega un punto en que acabas agotando la buena cosecha, y te acaban gustando hasta los discos malos de los ochenta (los de reggae y pachanga disco).
Frank Sinatra/Elvis Presley.
Presley me parece más divertido en todos los aspectos: canciones, pelis, excesos, barbaridades gástricas… Los discos de sus años mórbidos, con los mejores músicos del género a sus pies, me parecen acojonantes. Era amigo de Nixon, sí, pero tuvo los huevos de pedir el voto para los negros en el sur de USA, en una época en la que el club del cucurucho no se andaba con bromas.
Sinatra me cae mal; era un facha y un malafolla. Su voz no me parece gran cosa. Creo que su figura está sobremagnificada por sus contactos en la política y la mafia. Es un ser repugnante y monstruoso, a la altura de Jimmy Savile, con muertos a sus espaldas y un reguero de gente puteada y dolida.
Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
«What’s going on?» Marvin-raya-blanca-Gaye. Además, sus fans me caen mejor. Springsteen siempre me ha parecido aburridito, un cruce entre el Dylan ochentas y Mark Knopfler.
Tom Waits/Lou Reed.
Lou Reed: el único músico de los sesenta que sonaba igual en los setenta, ochenta y noventa.
Michael Jackson/Prince.
«Loving the alien», parafraseando a Bowie: me quedo con el anómalo Jackson. “Dangerous” me parece su cenit estético y artístico.
The Rolling Stones/The Velvet Underground.
La Velvet. De pocos grupos he escuchado hasta las demos con el mismo fervor que sus temas originales. Cajas retrospectivas con tomas alternativas tenemos todos, pero de pocas me he empachado tanto como con la del plátano: la primera –y extensa– grabación acústica de ‘Venus in furs’, a lo trovador medieval; la toma inicial de ‘Ride into the Sun’, descartada a favor de la discografía de Reed en solitario; la maravillosa gema disonante de ‘Hey Mr. Rain’; o ‘I’ll be your mirror’ en destartalado directo. Me flipa la versión ultralarga –y de momento, creo, todavía pirata– de ‘Sister Ray’ en el legendario club Matrix, en sus años de esplendor espídico.
Paul McCartney/John Lennon.
Dentro de los Beatles gana Lennon. Fuera… también. De Paul adoro el “McCarney”, el “Band on the run” y el “Ram”; poco más. De Lennon casi todo. Y el “Plastic Ono Band” (pero el de Ono, ojo) es una barbaridad de proto-noise que –sin saberlo– sienta las bases del futuro sonido no wave.
Bob Dylan/Neil Young.
Soy un gran gran gran fan de Young, y me parece injusto tener que decir que adoro a Dylan. Supongo que le gana en mística literaria, un elemento un poco extraño dentro de un género (el folk y el country) basado en la expresión espontánea de sentimientos muy básicos, muy arraigados entre el hombre y la tierra. O quizá justamente por eso.
Elvis Costello/Paul Weller.
A Elvis le debemos a Nick Lowe y The Ordinary Boys, y al señor Weller Oasis y los OCS. Solo por el legado me quedo con el primero.
Miles Davis/Jimi Hendrix.
Decía Miles de sí mismo: “Yo he cambiado el curso de la música cinco o seis veces”. Hendrix “solo” una. Murió joven, todo hay que decirlo. En cualquier caso prefiero, el “Sketches of Spain” al “Axis bold as love”, el “Bitches brew” al “Are you experienced?”, y el “Live evil” al “Electric ladyland”.
Camarón/Enrique Morente.
Camarón rompió esquemas antes y tuvo un impacto mayor, con un calado popular que dudo que vuelva a darse. Sus aportaciones llegaron a más gente y cambió la morfología de un género tradicional. A Camarón se acercaban los viejos, los estudiosos… y Mick Jagger. Como el título aquel de Smash y Agujetas, era “Pureza y vanguardia del flamenco”. Morente estaba interesado en expandir el cante, en jugar con posibilidades de expresión teatrales, percusivas… Su revolución fue otra. Se echarán de menos sus órdagos marcianos. “Pablo de Málaga” tiene momentos de intensidad sobrecogedora. Los cinco minutos de ‘Gern-Irak’ superan a todo el “Omega”.
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Un equipo de fútbol.
Jamás he visto un partido de fútbol entero en mi vida. Una de las dos partes entera, sí, pero un partido… Nunca. Lo odio. Me aburre. No me dice nada.
Un político.
Julio Anguita.
Una ciudad para vivir.
Portlligat.
Un álbum de homenaje a otro artista que te gustaría poner en marcha.
A Jorge Cafrune. No entiendo por qué se reivindica tanto a Bonnie Prince Billie que, con todos los respetos, acaba de empezar, y en cambio se desconoce la figura, capital en el folclore internacional, de Cafrune.
El disco que detestas y que despierta alabanzas entre los críticos.
Best Coast.
¿Vinilo o cedé?
Según el momento. Adoro el vinilo pero no me veo conduciendo y escuchando discos dando saltos dentro del reproductor. El cedé es muy agradecido de almacenar y echarse a la bolsa de viaje.
La película que nunca te cansas de volver a ver.
«Magical mystery tour».
El libro que nunca te cansas de releer.
No suelo releer. Prefiero descubrir cosas nuevas. Me han impactado muchos libros este último año, casi todos editados por Valdemar a través de su Club Diógenes: “El quimérico inquilino” de Topor, “Capitán de lobos” de Dumas, “Melmoth el errabundo” de Charles Robert Maturin o “Rabia carnal” de Jean François Elslander.
¿Por qué disco te gustaría que te recordaran?
Por el séptimo.
Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los ascensores, ¿qué discos seleccionarías?
Toda la discografía de Esplendor Geométrico.
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Anterior entrega de Fotomatón: Igor Paskual.