«Todo el álbum se vertebra sobre la orfebrería de unos textos que capturan el hechizo de la alta literatura. En ese sentido, el trabajo de Berrio es apabullante, meticuloso y abrumador. Habla a corazón abierto»
Rafael Berrio
“Diarios”
WARNER MUSIC/ RAFAEL BERRIO
Texto: EDUARDO TÉBAR.
Dicen que nunca llegan tarde las hadas. Ahora que atraviesa el piélago de los 50, podemos asegurar que Rafel Berrio goza de una espléndida madurez –¡palabra tabú! – como cantante y compositor. El genio del donostiarra no es ningún secreto entre los músicos y poetas de la zona, aunque nunca le ha beneficiado una trayectoria tan guadianesca, de eterno diletante. Visto en la lejanía, resulta hasta alegre y luminoso el último disco que grabó como Deriva, hace diez años. Entonces, al abrigo de la cálida voz de Virginia Pina y con un amplio refuerzo de músicos solventes, donde figuraba Diego Vasallo.
Concebido como secuela de “1971” –su aplaudida reinvención en 2010–, “Diarios” descubre a un Berrio impúdico con piel de crooner. Feliz hallazgo para el oyente, poco acostumbrado a encontrar por aquí intenciones barrocas que enlazan con Brel y Scott Walker. En los créditos solo se cita a Joserra Senperena, que pone la alfombra de piano y arreglos orquestales, además de firmar la producción. Un acercamiento modesto a los pletóricos setenta españoles, cuando Juan Carlos Calderón ejercía de poderoso director musical. ¿Alguien imagina a Calderón vistiendo la suntuosidad poética de Paco Ibáñez? En ese espejismo se sitúa “Diarios”.
Todo el álbum se vertebra sobre la orfebrería de unos textos que capturan el hechizo de la alta literatura. En ese sentido, el trabajo de Berrio es apabullante, meticuloso y abrumador. Habla a corazón abierto (como el Baudelaire de “Mi corazón al desnudo”) y lo cuenta con maestría de perro viejo. Un verso de ‘Las pequeñas cosas’ (“sé que voy a ser infeliz toda mi vida”) resume el hastío, la tristeza congénita, el «spleen» que sobrevuela por las canciones. Pero estos exorcismos de dietario suelen tener trampa. En ocasiones, Berrio alterna la segunda persona. Ocurre con el protagonista de ‘La alegría de vivir’, un ser de existencia abatida y desencantada, que termina meneando sus angustias en un vals.
Ironía y nihilismo. Humor a pesar de la debacle (“creo en la virtud de la desgana”). ‘Saturno’ sugiere algo tan clásico en los ambientes literarios como la liberación universal a través del vino, con melodía coheniana. En ‘Insomne’ emerge el dulce néctar de los libros. En ‘Mi reputación’, el prestigio inútil. ‘Santos mártires yonquis’ recuerda a los compañeros generacionales devastados por el jaco. Berrio recupera también su lectura en sepia de ‘Sé libre, sé mía’, coescrita con Mikel Erentxun. Mejorando a su predecesor, “Diarios” deja regusto de copazo añejo. Queda la incógnita de saber lo que hubiera hecho con estos temas un Calderón con piastras.
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